Justo como su madre, Graciela rogó, lloró y pataleó, pero ella no estaba pidiendo irse, ella quería quedarse. La nueva casa nunca había podido igualar el sentimiento hogareño que le transmitía la anterior. Nunca tuvo ningún buen momento dentro de esta, e incluso muchas veces fantaseaba con escapar y salir al mundo exterior, explorar lugares nuevos con su muñeco. Lejos de las peleas y los gritos, y de Erick. Luego recordaba a su mamá. No quería dejarla a ella, no quería que ella la dejara tampoco, así que ponía esas locas ideas a un lado y se acostaba a dormir.
A veces nos apegamos a lo que nos hace daño, otras veces solo tenemos demasiado miedo de probar cosas nuevas como para dejar las antiguas. Al menos, sabemos ya cómo manejar las cosas que conocemos, pero nos acobardamos ante nuevas situaciones ¿qué pasa si lo hacemos mal? ¿Qué pasa si nunca aprendemos a hacerlo bien? Vivimos con el temor a lo nuevo, a lo desconocido. Más aún cuando estamos solos. Gracie ahora estaba sola, sin papá, sin mami… Sólo ella y un feo muñeco de trapo de frente al mundo.
En realidad, ya ni siquiera tenía eso. Al escuchar el impacto de la bala, la niña, presa en un ataque de pánico, colapsó en su cuarto. Cuando despertó en el hospital no volvió a ver a Lucas.
Los cuartos en el orfanato eran mucho más fríos que los de su casa, pero al menos las sabanas eran un poco más gruesas que las que la cubrieron en la blanca y pulcra habitación de hospital.
Una vez más, el silencio era absoluto, pero esta vez no le molestaba. Ya no sentía miedo ni al silencio, ni a la penumbra. Ya no sentía nada, estaba sedada y no sabía si era por culpa del sueño o las pastillas.
–Pobrecita. – Y el silencio había sido roto. Invadido por la voz de las mojas que montaban guardia esa noche. – ¿Y qué pasó con el padre?
–Murió. El hombre al que arrestaron y su madre, la mujer a la que mató, descubrieron que sus respectivas parejas les estaban siendo infieles entre ellos, así que entre los dos planearon como un accidente de auto, no estoy muy segura. – Las voces se volvían más cercanas. Con sigilo, se destapó, salió de la cama y se acercó a la puerta, que estaba entre abierta. – Después ellos escaparon hasta aquí con la niña. El hombre, Erick creo que se llama, dice que todo fue idea de la mujer.
–Pero él abusaba de ella.
–Sí, pero ella nunca lo denunció, tenía miedo de que fueran a investigarla y descubrieran el asesinato, y ve como terminó. Pero ya, basta con esto. Me da una mala sensación en el cuerpo hablar de… Muertes y asesinatos. Ay no, que Dios nos proteja y libre de todo peligro. – La anciana se persignó, la mujer a su lado imitando sus acciones.
–Me da lástima esa niña, tan bonita que es ¿le has visto el pelo? – su acompañante asintió. – Todavía no quiere hablar.–No es de extrañar, debe de estar en shock todavía. – Las voces ahora se alejaban. –Tan chiquita y tan… Dañada.
¿Estaba Grace dañada? ¿Cómo los juguetes? ¿Como Damián?
Recordó que Lucas no había terminado de contarle la historia, pero la verdad no hacía falta. Ella se la sabía de atrás hacia adelante, y no había cosa que le molestara más que una historia no terminada. Tomó cartas en el asunto, cuidadosamente salió de la habitación. Empezó a vagar por los pasillos, justo como Lucas en su intento de huir, esta era la parte más triste de la historia y no quería que los demás niños la escucharan llorar.
En medio de la oscuridad encontró la puerta que daba hasta el cuarto de recreación. Allí también habían juguetes y muñecas, la idea de tomar uno y pretender cruzó su mente por un fugaz instante, pero esto sólo logró revolverle el estomago. Fue hasta el balcón y abrió sus puertas de par en par, la brisa de la noche soplaba en calma, fría, pero sin llegar a helarla, se estaba a gusto allí.
Suspiró. Las palabras salían de su boca como si recitara un poema que hubiese aprendido desde hacía ya mucho tiempo.
Hubo un día en el que la juguetería estuvo más llena que nunca. Niños con sus padres entraban y salían a cada momento. – Aquí, Lucas siempre sonreía de medio lado, era una sonrisa triste. – El dueño estaba muy atareado y estresado, hasta lo escuché maldecir unas cuantas veces, algunas madres salían de la tienda ofendidas por su vocabulario. La noche vino, corriendo a todos del lugar, su momento por fin había llegado.
El dueño se había ido diciéndole al ayudante lo molesto que estaba, y que descontaría de su paga los juguetes rotos por no estar al pendiente de estos como debía.
Cantaba mientras caminaba, esperando que él lo escuchara, como queriendo enseñarle lo que había aprendido sin ser muy evidente. Cuando llegó y no lo vio en su repisa no pudo evitar soltar una risa, ¿creía que sería lo suficientemente inocente de caer en el mismo juego dos veces? Claro que no, después de una vez ya había aprendido su lección y no volvería a avergonzarse frente a su amigo.
–Ya Damián, sal. No me vas a engañar. – Se acercó más a la repisa, vio detrás de esta buscando al muñeco, pero allí no estaba. – Aunque sea dame una pista de dónde estás, no quiero pasar en esto toda la noche, tú sabes que soy malo en las escondidas. –Silencio fue lo único que recibió como respuesta. Dio un paso al frente, sintiendo como algo rasgaba su pie, era un pedacito de vidrio blanco… De porcelana, para ser exactos. Vio más de cerca, ojos de botón fijados en el suelo, en montones de diminutos pedazos de porcelana y polvo blanco que lo cubrían.
“Descontaré los juguetes rotos de tu paga.”
Observo todas las repisas del pasillo, una por una contó a las muñecas. Sabía cuántas habían– ¡Damián, ya! ¡Sal, por favor! – Y estaban todas menos una. – ¡Que ya no es chistoso, Damián, ya basta! – De nuevo el miedo, la angustia. La ira. – ¡Damián! ¡Damiáaaaaaan!
Esa noche, el muñeco de trapo gritó hasta el amanecer. – ¡Por favor, Damián! – Gritó tanto que, de haber tenido cuerdas vocales, estas se hubieran desgarrado. Y cuando la campanilla sonó por primera vez esa mañana, el seguía tirado en el pasillo de las muñecas de porcelana. – Ven, por favor.La brisa soplaba aún más fuerte. Graciela tuvo una revelación, si ¡Una revelación a los seis años!
Todos parecían querer más a los que estaban dañados, rotos. ¿Acaso no fue así como su mami se fijo en su papá? ¿La razón por la que Lucas encontró a Damián? Como ella misma eligió a Lucas, en primer lugar. Todos tenían cosas en común, todos estaban rotos, y no solo eso, también habían desaparecido.
Al parecer, cuando desapareces es cuando más te quieren, es algo irónico ¿No es cierto? Pero si eso era lo necesario para ser querida, entonces ella también podía intentarlo.
Quería alguien que la viera como su madre miraba a su padre. La mirada que Lucas tenía cuando relataba sus historias con Damián.
Gracie también quería estar rota ¿Tal vez esta altura alcanzaría? Ella solamente quería ser querida.
Y si esto no era suficiente para ser querida, entonces desaparecería. Con una última sonrisa en sus labios, Gracie saltó.
¡Bam! Al suelo.
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Había una vez.
Short StoryEsta la historia de Lucas, el muñeco de trapo. Y de como nadie quiere un juguete roto.