Ya se había hecho costumbre para Grace esperar a Gael en un banco del patio. Él le contaría sobre sus partidos de beisbol y ella sonreiría ante el hecho de verlo tan feliz y emocionado al hablar sobre su deporte favorito.
Hoy el recreo sería más largo, ya que el personal educativo iba a tener una reunión. Grace imaginaba distintos escenarios, tratando de averiguar qué es lo que hacían las maestras en esas reuniones, pero nada de lo que pudiera imaginar lograba convencerla demasiado. Las maestras no podían conseguir dinosaurios ¿o sí? Tal vez los otros niños sabrían.
El niño estaba tardando en llegar… ¿Y si no había venido hoy? No, claro que vino, ella lo había visto en el salón.
¿Y si estaba escondido? ¿Por qué Gael estaría escondido? Bueno, esta mañana había escuchado a los otros niños burlándose de él porque se le había caído un diente, cuando a eso le pasó a Gracie se tuvo que esconder en el baño durante todo el recreo ¿Y si eso fue lo que le pasó a su amigo? Tal vez tendría que ir a buscarlo.
Se levantó, arrojó la servilleta usada que alguna vez estuvo enrollada alrededor de un sándwich a la papelera, y fue camino a los baños.
No le tomó mucho tiempo encontrar a Gael, él estaba sentado arriba del tobogán junto a Claudia. Ambos susurrándose al oído, como si el hablarse a la corta distancia que estaban el uno del otro no fuera suficiente. Gracie los observaba desde abajo, boca semi-abierta, ojos algo irritados.
Luego, en menos de un pestañeo, Claudia se acercó, desapareciendo la poca distancia que había entre ellos por completo al dejar un fugaz beso en los labios del niño. Gracie sentía como, de repente, todo se inmovilizaba. Desde los columpios meciéndose de atrás hacia adelante, hasta los pájaros que surcaban veloces por el patio de juegos, todo parecía congelarse por un momento, pasando a segundo plano. Sólo veía a los dos niños sentados arriba del tobogán.
Aún algo aturdido, Gael recibió otro pequeño beso para luego ver como la niña desaparecía deslizándose por la resbaladilla, fue entonces cuando vio a Grace parada allí. Observándole.
– ¡Hola!– ¿Hola? – ¡Sube!
Trató de sonreír, pero sólo asintió y se dirigió hacia él.
–Hola.
– ¿Qué hacías con Claudia?
–Hablando.
–Te besó. – No sabía por qué, pero se sentía triste al decir eso.
– ¿Nos viste?
– ¿Qué se siente?
Las palabras salían de su boca sin siquiera pensarlo, pero esto era comprensible, los niños usualmente no piensan antes de hacer o decir las cosas, solamente actúan y ya.
–Yo… No sé. Fue raro, pero ella es linda.
– ¿Crees que soy linda?
–Si. – Así, sin dudar.
Casi de manera inconsciente se acercó a Gael, un poco más lento de lo que Claudia lo hizo. Sentía una sensación rara en su estomago, como si un montón de moscas estuvieran volando dentro de ella, casi podía escuchar el zumbido. Y cuando estuvo a punto de repetir las acciones de la otra niña, Gael se apartó.
–Yo… Yo no quiero besarte, Gracie.
Entonces, sin pensarlo o meditarlo (los niños usualmente no lo hacen) empujó a Gael por el tobogán.
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Todos habían acordado que había sido un accidente. En que Grace no lo había empujado a propósito, pero de igual manera se sentía culpable. Como muchas otras noches se encontraba cubierta bajo una gruesa sábana, aferrándose tanto a su muñeco que casi se volvían uno, si es que no lo eran ya.
La puerta se abrió de golpe, dando paso a una mujer joven. Su mata de pelo rojizo amarrada en un moño alto mal hecho, sus ojos color esmeralda (los cuales Gracie no había tenido la “fortuna” de heredar) despedían una clase de desprecio hacia su hija.
El pánico invadió el cuerpo de la pequeña, solamente una vez había visto esa mirada, era la misma mirada que su padre le daba a mami cuando llegaba tarde del trabajo, y muy a pesar de esto la mirada que él recibía todas las mañanas antes de volver a irse era la más dulce, cálida y afectiva que Gracie jamás hubiera visto. Era tan hermosa, que años después seguía encontrándose deseando que alguna vez alguien la mirara de la misma manera en la que su mami miraba a su padre. Tendría que seguir esperando.– ¿Por qué empujaste al niño?
Sus mejillas se tornaron rojizas. Tenía vergüenza de decirle a su mami que todo había sido porque un niño no había querido besarla.
– ¡Graciela, me dices ya por qué coño empujaste a ese niño del tobogán! ¿¡Tú estás consciente de que esa criatura está en un hospital con un brazo roto por culpa de tu “accidente”, Graciela!? – Estaba tan apenada, tan abrumada, y para colmo (o tal vez hasta fue para mejor) las lagrimas que nublaban su vista no la dejaron ver cuando la palma de su madre se acercaba para colisionar contra su mejilla.
Já, ahora sí que estaba roja.
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Había una vez.
Short StoryEsta la historia de Lucas, el muñeco de trapo. Y de como nadie quiere un juguete roto.