1.

273 37 26
                                    

–Había una vez, un muñeco de cuerda llamado… Luis. Él vivi-

–Pero ese eres tú, ¿cierto, Lukey?

–Sí, sí, tienes razón, soy yo. Entonces él vivía en esta enorme juguetería llena de todos los juguetes que podrías imaginar. Juguetes de cualquier tipo, tamaño y color, todos estaban allí. En esta misma juguetería vivía un muñeco de porcelana llamado… Diego.

– ¡Pero Lucas! ¿No se llamaba Damián?

–Sí, ya sé Gracie. Pero es que te he contado esta historia tantas veces que pensé en cambiarla un poco.

–No, me gusta como es.

–Entonces te la contaré justo como fue.

Otro día había terminado en la juguetería.

El ruido de las risas de los niños, los gritos de las madres y el incesante abrir y cerrar de la caja registradora se habían ido para dar paso al silencio total.

La única luz que iluminaba la tienda en ese momento era la de la luna que entraba por la gran vidriera del frente. No alcanzaba a iluminar toda la juguetería, pero era suficiente.

Era suficiente para alumbrar el baúl de juguetes en oferta.

Era suficiente para Lucas.

De frente a la entrada de la tienda se encontraba un gran y colorido baúl lleno de juguetes. Juguetes rotos, juguetes viejos, juguetes sucios y manchados por el tiempo. Juguetes que (a pesar de estar en oferta) nadie quería llevar. Y Lucas lo sabía, sabía que nunca saldría de ese polvoriento baúl en las manos de un niño.

Ya estaba cansado de estar ahí. En ese baúl lleno de polvo y tristeza, las noches pasaban largas y tranquilas, pero sobretodo solitarias. Aunque se encontraba al frente del local, nadie se acercaba a ver qué había dentro de este, todos preferían ir a los estantes y jugar con los juguetes nuevos, y esa era una de las cosas que Lucas más odiaba, que ese estúpido baúl se encontrara al frente, ¿por qué no podía estar escondido hasta atrás? Así por lo menos podría inventarse una excusa del porqué los niños lo ignoraban. Pero el baúl estaba donde estaba y no había ninguna excusa.

Entonces el problema debía ser él.

Él, con sus manchas de sucio, con su cuerda rota y desaparecida, con sus extremidades deshilachadas. Él era el problema y siempre lo fue. Por eso decidió que esa misma noche se haría cargo de sí mismo y se sacaría de allí.

Trató de levantarse, no pudiendo con su propio peso, sin músculos o huesos que lo sostuvieran escaparse no era tarea fácil. Además, el que su brazo izquierdo estuviera casi guindando no ayudaba mucho.

Paso a paso, poco a poco se acercaba más al borde de su salida, y cuando por fin lo alcanzó, sin pensarlo dos veces, saltó dejando atrás el viejo baúl.

¡Ya estaba afuera! ¡Ya era libre! Ya… Ya no sabía qué hacer.

–Fue entonces cua–… Grace, ¿Gracie? – Sólo escuchaba el lento respirar de la niña.

–Buenas noches, Gracie.

Había una vez.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora