Las diez y media. Otra vez estoy lista demasiado pronto. Mi compañero Brague, que me ayudó en mis principios en la pantomima, me lo reprocha con frecuencia con palabras sumamente expresivas:
— ¡Vamos, aficionada de mala muerte! Siempre tienes fuego en el trasero. Si uno te hiciera caso, empezaría a maquillarse a las siete y media, zampándose los entremeses...
No me han cambiado lo más mínimo tres años de music-hall y de teatro; siempre estoy lista demasiado pronto.
Las diez y treinta y cinco... Si no abro este libro, y releído, que está encima del anaquel de los afeites, o el París Sport que la criada llenaba de manchas con mi lápiz de las cejas, me voy a encontrar a solas conmigo misma, frente a esa mujer maquillada que me mira, desde el otro lado del espejo, con unas pupilas profundas bajo unos párpados untados de una pasta grasienta y violácea. Tiene unos pómulos encendidos, del mismo color que los geranios de los jardines, unos labios de un rojo negro, brillantes y como barnizados. Me mira largamente, y sé que va a hablar. Va a decirme:
"¡Eres tú la que estás ahí? ¿Ahí, completamente sola en esta jaula de paredes blancas que manos ociosas, impacientes, prisioneras, marcaron con iniciales entrelazadas, adornaron con caras indecentes e ingenuas? Unas uñas enrojecidas, como las tuyas, escribieron en estas paredes de yeso el inconsciente grito de las abandonadas... Detrás de ti, una mano femenina ha grabado: Marie, y el final de esta palabra se lanza en una rúbrica ardiente, que asciende como un alarido. ¿Eres tú la que estás ahí, completamente sola, bajo ese techo rumoroso que los pies de los bailarines conmueven, como el suelo de un molino en movimiento? ¿Por qué estás ahí, sola? ¿Y por qué no estás en otro sitio?
Sí, es la hora lúcida y peligrosa. ¿Quién llamará a la puerta de mi camarín, qué rostro se interpondrá entre yo y la mujer maquillada que me espía desde el otro lado de] espejo? El azar, mi amigo y mi dueño, se dignará enviarme, una vez más, los genios de su desordenado reino. No tengo fe más que en él, y en mí misma. En él sobre todo, que me pesca cuando zozobro y me coge y me zarandea, como un perro de salvamento de náufragos cuyos dientes agujerean cada vez un poco más mi carne. Tanto, que a cada ataque de desesperación ya no espero mi fin, sino la aventura, el pequeño milagro vulgar que reanuda, deslumbrante eslabón, el collar de mis días.
Es la fe, en verdad es la fe con su ceguera a veces simulada, con la hipocresía de sus renunciamientos, con su obstinación en esperar, en el mismo momento en que se exclama: "¡Todo me abandona!" Es verdad que el día en que mi dueño, el azar, llevase otro nombre en mi corazón, yo sería una excelente católica.
¡Esta noche, cómo tiembla el suelo! Se ve que hace frío: los bailarines rusos entran en calor. Cuando todos griten a la vez: ¡You! con la voz aguda y ronca de los lechoncitos, serán las once y diez. Mi reloj es infalible, en un mes no varía ni cinco minutos. Las diez: llego, madame Cavallier canta Les Pétits Che-mineux, Le Baiser d'adieu, Le Petit quéqu'chose. Las diez y diez: Antoniew y sus perros. Las diez y veintidós: disparos, ladridos, final del número de perros. Chirría la escalera de hierro, y alguien tose: Jadin baja. Blasfema mientras tose porque cada vez que Jo hace se pisa el borde de su traje; es un rito. Las diez y treinta y cinco: el fantaisiste Bouty. Las diez cuarenta y siete: los bailarines rusos, y, finalmente, las once y diez: ¡yo!
Yo... Al pensar esta palabra, he mirado involuntariamente al espejo. Sin embargo, soy ciertamente yo la que está ahí, enmascarada de rojo malva, rodeados los ojos de una aureola de azul grasiento que empieza a derretirse. ¿Voy a esperar que se derrita todo el resto del rostro? ¡Si de todo mi reflejo no fuese a quedar más que un churrete matizado, pegado al espejo, como una larga lágrima fangosa...!
Pero aquí una se hiela! Me froto las manos grises de frío bajo el blanco líquido que se cuartea. ¡Pardiez! la chimenea del calorífero está helada: es sábado, y los sábados se encarga al público popular, al alegre público escandaloso y un poco ebrio, que caliente la sala con su propio calor animal. Nadie ha pensado en los camarines de los artistas.
Un puñetazo sacude la puerta, y mis orejas se estremecen. Abro a mi compañero Brague, disfrazado de bandido rumano, moreno y concienzudo.
—Nos toca, ¿sabes?
—Lo sé. ¡Ya era hora! ¡Arreando! ¡Hay que pescar una pulmonía!
En lo alto de la escalera de hierro que sube a escena, el buen calor seco, polvoriento, me envuelve como un abrigo confortable y sucio. Mientras Brague, siempre meticuloso, se cuida de la decoración y hace subir la batería del fondo, yo acerco los ojos, maquinalmente, a la luminosa redondela del telón.
Es una buena sala de sábado en este café concierto que goza del favor del barrio. Una sala oscura, que los proyectores no bastan a iluminar, y se podría dar cien francos por encontrar un cuello de camisa de la décima fila de butacas al segundo anfiteatro. Planea un humo rojizo, que lleva el espantoso olor de tabaco frío y de cigarro barato que se apura demasiado. En cambio, los palcos proscenios parecen cuatro carrozas. ¡Es un buen sábado! Pero, según la vigorosa expresión de la pequeña Jadin:
—¡Me importa un bledo; como no voy a cobrar por la recaudación!
Me siento, desde los primeros compases de nuestra obertura, aliviada, encajada; me he vuelto irresponsable y ligera. Acodada en el balcón de loma del decorado, contemplo con mirada serena la capa polvorienta—barro de los zapatos, polvos, pelos de perro, resina aplastada— que cubre el entarimado por donde, dentro de poco, se arrastrarán mis rodillas desnudas, y huelo un geranio rojo artificial. Ya no me un pertenezco a partir de este minuto, ¡todo va bien! Sé que no me caeré bailando, que mi tacón no se enganchará en el dobladillo de mi falda, que me desplomaré golpeada por Brague sin arañarme los codos ni magullarme la nariz. Oiré confusamente, sin perder la serenidad, al pequeño maquinista detrás del montante que, en el momento más dramático, imita ruido de pedos para hacernos reír. Me lleva la luz brutal, la música rige mis gestos, una misteriosa disciplina me somete y protege. Todo va bien.
¡Todo va muy bien! Nuestro oscuro público del sábado nos ha recompensado con un alboroto en el que había bravos, silbidos, gritos, obscenidades cordiales, y he recibido, bien lanzado contra mi boca, un ramito de esos claveles de dos cuartos, cláveles blancos, anémicos, que la florista moja en agua de carmín para teñirlos. Me lo pongo en la solapa de la blusa; el ramito huele a pimienta y también a perro mojado.
Me llevo también una carta que acaban de entregarme:
Madame: Estaba en la primera fila de orquesta; su talento de mima me invita a creer que debe ser poseedora de otros, todavía más especiales y cautivadores; concédame el placer de cenar esta noche conmigo.
Está firmada: "Marquis de Fontanges", sí, Dios del cielo, y escrita desde el café del Delta. ¿Cuántos vástagos de nobles familias, que uno creía extinguidas hace tiempo, eligen domicilio en el café del Delta? Olfateo, contra toda verosimilitud, que ese marquis de Fontanges es pariente cercano de un comte de Lavallière que, la semana pasada, me ofreció un five o'clock en su garconnière. Bromas vulgares, pero en las que se adivina el romántico amor por la gran vida, el respeto que late a los blasones, en este barrio de golfos de gorras deformadas.
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Aquí va el primer capitulo de varios, después de tanto tiempo sin publicar. Espero que les guste esta nueva historia (disculpen la tardanza, trate de buscar la mejor traducción posible de esta novela, y esta es la que más me agradó :3 )
Contada en primera persona (lo que ayuda más a vivir en carne propia la historia :3 ♥), la actitud frente a la vida de nuestra protagonista me encanta, tan viva, tan efervescente, tan compleja! ♥ Al coincidir con la época y el lugar, acompaño con algunas imágenes tomadas de la peli Moulin Rouge :3 que daban justo en el clavo!...
Cualquier duda, ya saber comenten y las estaré leyendo ♥ Disfruten!
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La Vagabunda - Colette
Historical FictionRené Neré es una actriz de music-hall, que tras un golpe amoroso por un matrimonio frustrado, decide elegir esa vida de independencia, tablas, giras y aplausos... hasta que nuevamente el amor querrá golpear a su puerta, en manos de un caballero ad...