Capítulo 16

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"18 de abril

"¿Temes que te olvide? ¡Vayanovedad! ¡Max que­rido,no empieces a hacer de niña repipi, como yo digo! Pienso en ti, te contemplo, de lejoscon unaatención tan viva que debes sentirte por mo­mentos misteriosamente avisado. ¿Verdad? Teobser­vo a través de la distancia, profundamente, sin can­sarme. ¡Te veo tan bien!Ahora es cuando las horas de nuestra rápida intimidad carecen de secretos para mí y despliego todas nuestras palabras, todos nues­tros silencios, nuestras miradas, nuestros gestos, fiel­mente registrados con sus valores pictóricos y musi­cales. Y es el momento que escoges para coquetear, con un dedo en la comisura de los labios: "¡Me olvida! ¡La siento más lejos de mí!" ¡Oh, los presentimientos de los amantes!


"Me alejo, es cierto, amigo mío. Hemos rebasado Avignon y ayer, al despertarme en el tren tras un sueño de dos horas, pude creer que había dormido dos meses; la primavera había llegado a mi camino, la primavera tal como es imaginada en los cuentos de hadas, la exhuberante, la efímera, la irresistible primavera del Mediodía, lozana, verde, surgiendo con bruscos follajes, con hierbas ya largas que el viento mece y tornasola, con árboles de Judea malvas, con peonías color de pervinca gris, con falsos ébanos, con glicinas, con rosas.


"¡Las primeras rosas, amigo mío tan querido! Las he comprado en la estación de Avignon, apenas entre ­abiertas, de un amarillo de azufre realzado de carmín, transparentes al sol como una oreja que tiñe una sangre viva, adornadas de hojas tiernas, de espinas curvadas de coral pulido. Ahí están en mi mesa. Hue­len a albaricoque, a vainilla, a cigarros muy finos, a morera primorosa. Max, es el olor de tus manos se­cas y oscuras.


    "Amigomío, me dejo deslumbrar y reanimar por esta estación nueva, este cielo vigoroso y duro, el dorado especial de esas piedras que el sol acaricia todo el año. No, no, no me compadezcas por partir al amanecer,pues en esta comarca el alba se escapa, , desnuda y encendida, de un cielo lechoso,aventado de sonidos de campanas y vuelos de palomas blancas. ¡Oh, te lo suplico, hazte cargo de que no debes escribirme cartas "esmeradas'', que no debes pensar en lo que escribes! Escríbeme cualquier cosa,el color del tiempo, la hora en que despiertas, tu mal hu­mor contra la "vagabunda a sueldo",llena páginas con la misma palabra tierna, repetida como el grito de un pájaro enamorado que llama. Amante mío.necesito que tu desorden responda al de esta primave­ra que ha reventado la tierra y se consume con su propia precipitación."



Es sumamente raro que relea mis cartas. He releí­do ésta y la he dejado salir con la extraña sensación de cometer una torpeza, un error, de que iba dirigida a un hombre que no debía leerla. Desde Avignon, la cabeza se me va un poco. Han desaparecido las tie­rras brumosas, detrás de las cortinas de cipreses que el maestral inclina. Aquel día entraron los sedosos rumores de las esbeltas cañas por el cristal bajado del vagón, junto con un aroma de miel, de piño, de re­toños barnizados, de lilas en botones, ese amargo per­fume del almendro antes de florecer, en el que se mez­cla el olor de la trementina y el almendro. Encima de la tierra rojiza, que ya se cuartea de sed, la sombra de los cerebros tiene un matiz violeta. Por los blan­cos caminos que el tren costea o atraviesa, corre en remolinos bajos un polvo pizarroso, empolvando los matorrales. En mis oídos late sin cesar el murmullo de una fiebre agradable, como el de un enjambre le­jano.


Sin defensa, permeable a este exceso, sin embargo previsto, de calor, de perfumes, de color, me dejo sor­prender arrebatar, convencer. ¿Es posible que tal dulzura esté carente de peligros?

La Vagabunda - ColetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora