Capítulo 13

99 7 0
                                    




Mi viejo Hamond se obstinaba, desde hacía tantos días, en quedarse en su casa, alegando sus reu­matismos, la gripe, un trabajo urgente, que le he in­timado a venir a verme. No ha tardado mucho, y su semblante, discreto y franco, de pariente que visita a unos recién casados, aumenta mi alegría.


Henos juntos, solos, afectuosamente, igual como antes.


— ¡Como antes, Hamond! Y, sin embargo, ¡ qué cambio!


— ¡Gracias a Dios, hija mía! ¿Por fin, va a ser di­chosa?


— ¿Dichosa?


Le miro con sincera sorpresa.


—No, no seré dichosa. Ni siquiera se me ocurre. ¿Porqué iba a ser dichosa?


Hamond chasca la lengua: es su manera de re­ñirme. Cree que tengo un ataque de neurastenia.


—Vamos, vamos, Renée... ¿Así es que las cosas no van tan bien como creía?


Me echo a reír, muy alegre:


— ¡Que sí, Hamond, van bien! ¡Van demasiado bien! Me temo que empezamos a adorarnos.


— ¿Y bien?


— ¡Y bien! ¿Le parece que con eso basta para ha­cerme dichosa?


Hamond no puede evitar una sonrisa, y ahora me toca a mí mostrarme melancólica.


— ¿A qué tormentos me ha precipitado usted de nuevo, Hamond? Porque ha sido usted, confiéselo, ha sido usted... Unos tormentos —añado más quedo— que no cambiaría por las mejores alegrías.


— ¡Eh! —exclama Hamond aliviado—. ¡Se ha sal­vado usted, por lo menos, de ese pasado que aún fermentaba en su interior! La verdad, ya estaba can­sado de verla triste, recelosa, replegada en el recuer­do y el temor de Taillandy. Perdóneme, Renée, pero para dotarla de un nuevo amor habría hecho cosas realmente malas.


— ¡De veras! ¿Cree usted que un nuevo amor, como usted dice, destruye el recuerdo del primero... o lo resucita?


Hamond, desconcertado por lo desabrido de mi pre­gunta, no sabe qué decir. ¡Pero con qué torpeza ha puesto el dedo en la llaga! Y, además, sólo es un hombre: no sabe. Ha debido amar tantas veces: ya no sabe. Me conmueve su consternación.


—No, no, amigo mío, no soy dichosa. Soy... más o menos que eso. Sólo que... ya no sé adonde voy. Necesito decirle esto antes de convertirme en la amante de Máxime.


— ¡O en su mujer!


— ¿Su mujer?

La Vagabunda - ColetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora