Capítulo 17

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Vivo en medio de tempestades de pensamientos que no se escapan. Me cuesta trabajo y paciencia recobrar mi vocación de silencio y disimulo. Me es de nuevo fácil seguir a Brague a través de una ciudad, arriba, abajo, a través de plazas, catedrales y museos, a través del humo de los figoncillos donde " se come fenomenalmente". Nuestra cordialidad habla poco, sonríe raramente, pero a veces ríe a carcajadas, como si la alegría nos fuera más accesible que la dulzura. Me río fácilmente de los cuentos de Brague, y fuerzo mi risa al tono más agudo, de igual forma que él al hablarme exagera una grosería muy artificial.


Somos sinceros el uno con el otro, aunque no siempre muy sencillos. Tenemos bromas rutinarias, que nos divierten tradicionalmente: la preferida de Bra­gue —y que me exaspera— es el Juego del Sátiro, que representa en los tranvías, donde mi compañero elige por víctima ora una joven tímida, ora una solterona agresiva. Sentado frente a ella, blandamente recostado, la cubre con una mirada encendida, para que se ruborice, tosa, se arregle el velillo y vuelva la cara. La mirada del "sátiro" insiste, lúbricamente, luego todos los rasgos del semblante, boca, nariz, cejas, concurren en expresar la dicha especial de un erotómano.


— ¡Es un excelente ejercicio de fisonomía! —asegura Brague—-. Cuando se haya creado para mí una cátedra de pantomima en el Conservatorio, la haré ensayar a todos mis alumnos juntos y por separado.


Me río, porque la pobreseñora, aturdida, nunca deja de apearse del tranvía muy de prisa, pero la perfección de gestos del suciojuego me crispa. Mi cuerpo, un poco agotado, experimenta una ilógica crisis de intolerante castidad, de la que voy a parar auna hoguera, encendida en un instante porel recuerdo de un perfume, de ungesto, de un grito de ternura, una hogueraque ilumina las delicias que no he tenido, en cuyas llamas me consumo,inmóvil y juntas las rodillas, como si almenor movimiento corriera el riesgo deaumentar mis quemaduras.


Max... Me ha escrito, me espera. ¡Qué cruel me resulta disfrutar de su confianza! ¡ Más cruel que en­gañar, porque yo también escribo, escribo con una abundancia, una libertad inexplicables! Escribo sobre veladores cojos, sentada al desgaire en sillas dema­siado altas, escribo con un pie calzado y el otro des­calzo, mi papel colocado entre la bandeja del desayu­no y mi bolso abierto, entre los cepillos, el frasco de perfume y el calzador; escribo frente a la ventana que encuadra el fondo de un patio, a los más deli­ciosos jardines, a montañas vaporosas. Me siento a mis anchas, en medio de este desorden de campamen­to, este "no importa dónde ni cómo", y más ligera que en medio de mis muebles obsesionantes.



—¿A ti te dice algo América del Sur?


Esta extraña pregunta de Brague cayó ayer, como una piedra, en mi somnolencia de sobremesa, duran­te la hora tan corta en que lucho contra el sueño y la repugnancia de ir a maquillarme y desnudarme en plena digestión.


—¿América del Sur? Está lejos.


—¡ Perezosa!


—No me comprendes, Brague. He- dicho "está lejos" como hubiera dicho "¡ Es muy bonito!"


—-¡Ah! bueno... siendo así... Es Salomón el que me tienta para ir allá. ¿Entonces?


—¿Entonces?

La Vagabunda - ColetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora