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Hoy sería un día que me atrevo a tomar decisiones arriesgadas.

Arriesgada a que me cosan los ojos.

Hoy no me sentaré en el mismo lugar. Camino recto hasta el final, ganandome la mirada del chico idiota que me ha amenazado con mis ojos.

Sin hablar me siento a su lado, un aroma a canela, loción de hombre y cigarrillos me inunda en menos de un segundo y creo que me voy a embriagar. Entonces veo que el misterioso libro que lleva es sus manos lo tiene tapado con su bolso.

Aclaro mi garganta, entonces, habló:

—¿Que lees?

No dice nada, me mira como si estuviera loca o como si estuviera buscando mi propio suicidio.

Espero respuesta.

Veinte segundos...

Un minuto...

Dos...

Tres...

—¿No te basta con decirme que me coseras los ojos, ahora me ignoras?

Me mira a los ojos. Y le desafío sin quitarle la vista de encima, sus ojos verdes me examinan como yo a él. Sus mullidos, finos, pero carnosos labios rojizos se remojan por su lengua.

—¿Acaso no te puedes meter en tus asuntos?—dice, con voz ronca y profunda.

—Después de una amenaza, claro que no.

Sin más se levanta, pasa de mí y se baja del bus tan rápido que no se da cuenta que de su bolso a caído un cuaderno que llevaba enredado una cadena.

Ese, el del bus |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora