Tú (I)

34 1 0
                                    

—¡PAREN YA MALDICIÓN! ¡POR FAVOR, YA BASTA!

Había mucha sangre desparramada por todo el piso. Los golpes destellaban en la sombra, haciendo un sonido seco y repulsivo: Uno, dos, tres... Había perdido la cuenta.

—¡Te mereces esto maldito imbécil...!

Otro golpe crudo estalló, y más sangre salió de la boca de aquel tipo. No había perdido el control. Sabía bien lo que hacía, y porqué lo hacía.

—¡LO VAS A MATAR DAN! ¡PARA YA!

Estaba muy lejos de matarlo, eso lo sabía bien. Los golpes le caían en zonas específicas, jamás moriría por ello, sin embargo nunca lo olvidaría.

La puerta trasera se abrió de pronto, y Elizabeth soltó otro grito. Estaba tratando de detener al otro tipo que había entrado con una botella en la mano, pero obviamente no pudo. Y acabo en el suelo.

Todo pasó muy rápido. La botella reventó en mi espalda. Y me sentí aún más molesto. Recordaba esa sensación, como algo tan lejano que solía causarme placer. No sentí dolor alguno. Y mientras que algo caliente fluía sobre mi espalda, di media vuelta y le tome del cuello, para luego arrojarlo contra el piso. En ese momento sí lo supe, si seguía así, a él, sí lo terminaría matando.

...

—¡Auch, Ely! Déjalo así, estoy bien.

—Shhhhh, calla —susurró—. Despertarás a tu abuela.

Mi abuela tenía unos sueños muy pesados y cuando dormía no había nada que la despierte.

—Sólo ya dejalo ¿quieres?

—¿Que lo deje? Rayos, no. Tienes otro incrustado aquí...

Estaba recostado boca abajo sobre mi cama, sin mi ensangrentada camiseta, soportando el peso de Elizabeth, que no se cansaba de causarme dolor, con aquellas pinzas y el alcohol.

—En vez de desperdiciar ese alcohol hechandomelo encina, deberías darmelo para que me lo beba.

—Estás de broma ¿verdad?

—Auch, rayos. Sí.

Llevaba mucho tiempo sobrio, ella lo sabía. Sabía muchas cosas sobre mí. Me preguntaba si yo también...

—No debimos asistir —lloraba, o eso creo—, mira como estás.

—No fue culpa tuya —respondí.

—Sí que lo fue.

—¡Nooo!

—Baja la voz —recriminó, aunque ella sabía que mi grito se perdió en medió de la almohada.

—No —repetí, esta vez sin alzar la voz—. Maldición, ese... "amigo" tuyo... te tenía contra la pared. Trataba de... No me hagas recordarlo. No me hagas volver.

—Estaba ebrio.

—¿Lo justificas? Ah, y créeme, no sólo estaba ebrio.

—¿Qué rayos estás insinuando? Son mis compañeros del instituto...

—En que lugar te has metido... —sentí mucha tristeza al decir eso.

No dijo nada después de aquello. Sólo hubo un silencio muy triste entre ambos.

Ella se quitó de mi espalda —así que por fin me pude colocar boca arriba—, y se bajó de mi cama. Las luces de mi cuarto eran tenues. La linterna, que ella usaba para quitarme los restos de vidrio incrustados en mi espalda, ya estaba apagada. Su silueta era más una sombra, que cualquier otra cosa. Caminaba en círculos, se movía como un fantasma por mi cuarto, un fantasma que trataba de reprimir el llanto...

—Sabes que yo no pedí esto... —dijo sollozando—. Pero sé muy bien a donde quieres llegar. Yo no quise alejarme de tí, ni de ninguno de los demás chicos. Los hecho de menos a cada momento, pero no depende de mí, LO SABES DAN MALDICIÓN.

Hubo otro silencio. No sabia que decir, pero ella continuó:

—Todo esto es tan extraño para mí. Las personas, los chicos, las chicas, todos... todo. Es como si estuviera en un mundo nuevo, uno donde tu existencia pareciera imposible. Por eso... por eso quise que me acompañaras, para saber qué... —su voz se quebró, quise interrumpir para abrazarla y secarle las lágrimas, pero la dejé terminar—, para saber qué, aún en ese nuevo mundo, tú estás conmigo.

La sombra dejo de moverse, estaba exhausta... derrotada.

—Te amo —le dije.

Ella no respondió con otro te amo. Y un por un instante mi mente se preguntó porqué. Pero luego todos esos pensamientos se inundaron por un tristeza ajena, la de ella. Me sentí mal por ella, porque en efecto estaba sola; en un lugar, que tarde o temprano podría terminar tragándola. Al igual que el mar, que suele tragarse a sus presas, para luego devolverlas muertas.

Ella no dijo te amo. Pero se acerco hacia donde yo estaba. La sombra se subió en mi cama y sentó sobre mí. Podía sentirla. Nuestros cuerpos hacían contacto mutuo, en aquellos lugares donde el placer estalla en su máximo éxtasis. Entonces la bese con fuerza, como nunca antes la había besado y ella me besó, como nunca antes lo había hecho. Volví a sentir nuevamente el dolor punzante de los cortes en mi espalda, pero eso no me importaba. Ella no sólo me besaba, si no que se contorsionaba de manera salvaje, imitando el movimento de las olas del mar: subiendo y bajando. Aquello empeoraba más mi dolor. Le quité la blusa, el brasier...

No hicimos el amor, aquella noche. Sin embargo, por un instante sentí como nuestras heridas se fueron sanando, y como nuestros cuerpos se fueron fundiendo en uno solo.

Dos Fugaces Universos ParalélosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora