Tú y Yo (II)

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—Vendrás a recogerme mañana ¿verdad? —Dijo ella, con una coqueta sonrisa en el rostro.

—Siempre...

Desde entonces iba cada día a su instituto, y la aguardaba al otro lado de la calle, siempre a la misma hora. Aveces el frío era algo intenso a esas horas de la noche, pero sentía que valía la pena esperar. No me importaba soportar quince o veinte minutos de retraso, porque al final de aquella espera, estaría ella.

...

—Sabes —dije de pronto—, a veces llego a detestár mucho a la gente.

—¿Por qué? —preguntó confundida.

—Porque no cumplen sus promesas. Porque se van cuando prometieron quedarse, porque huyen cuando juraron no rendirse... porque prostituyen los "te quiero" cada vez que quieren obtener algo.

No sé porqué dije aquello, aún ahora me parece raro; supongo que mi racionalidad trataba de decirme algo. Pero entonces sólo hubo un largo silencio. Y yo pensaba en ella, en que pagaría un alto precio por saber algo sobre sus pensamientos. Pensaba en su forma de mover las caderas al bailar.

—Te quiero Elizabeth —dije de pronto—, y este "te quiero" no es una "puta".

Ella volteó. Me miró y sonrió —y su sonrisa era como una espada de doble filo, al rojo vivo, atravesando mi corazón—. Delicadamente se acercó a mí, con la clara intención de abrazarme. Luego de ello, me besó.

—Te quiero mucho, Dante.

Me gustaba mirar sus ojos después de cada beso, era un espectáculo hermoso y único. Al mismo tiempo aquella mirada acuosa, hacia un impecable juego con el rubor en su rostro.

Entonces seguimos caminando por el mismo lugar de siempre, al volver a casa. Nos gustaba pasar por aquel hermoso jardín que crecía a las fueras de una iglesia. A veces podíamos entrar; y nos sentábamos en las bancas que rodeaban aquel lugar. Y colgábamos nuestras mochilas en las rejas que cubrían el perímetro de aquella iglesia. El tiempo pasaba de manera rápida.

—¿Tu madre aún insiste en que este será tu último año en el grupo?

—Sí —respondió—. Aunque sabes que no quiero hacerlo; me siento bien con todos... contigo. Pero mamá dice que ya es hora. Y que tengo que dejarlo. Que ahora tengo que centrarme más en mis estudios, en mi futuro... Si no fuera porque padre la dejó, ella no sería tan amargada y estricta como lo es aho...

-—¡Si no fuera por tu padre...! —interrumpí exaltado, pero lo noté rápidamente, y me calmé— ...si no fuera por él, tú no estarías aquí.

—Lo siento —dijo ella tristemente.

—No digas eso. Entiendo que tengas que hacerlo... realmente lo entiendo. —realmente no lo entendía, sólo me hacía el duro.

De pronto, ella me abrazó muy fuerte, y yo sabía que cada vez que hacía eso, era para contenerse; lo hacía para que no pudiera verla débil, para que nadie la viera llorar.

—Vamos amor —le besé la frente—, es algo tarde. Tenemos que volver a casa.

Dos Fugaces Universos ParalélosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora