Epílogo [Despertar]

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Cepo sólo veía a un chico cansado y ahogado en sus propios pensamientos, que por más de estar a unos cuantos pasos de distancia, parecía estar, al mismo tiempo, demasiado lejos. Tenía miedo de acercase a él, y ese sentimiento le parecía preocupante, ya que ella, desde que lo conoció, siempre lo había querido.

Podía verlo, como a una sombra, a la escasa distancia, sentado en la tercera grada que servía de ascenso a aquel monumento.

—No te vi nuevamente hoy en el Grupo. ¿Acaso ahora haces esto? —dijo Cepo, alzando un poco la voz, para que él pudiese oírlo— Sales de casa diciendo que vienes con nostros ¿y te pierdes en el camino?

Él no dijo nada. Y eso la angustiaba; relentizaba su respiración y el latir de corazón.

—No deberías estar aquí —dijo él al fin, de forma taciturna; sin apartar la mirada de aquellas luces rojas que brillaban solas en una antena cercana.

Ella apenas y pudo escucharlo.

—Dan... —toda la felicidad que Cepo solía transmitir, había desaparecido con la lluvia que empezaba a cesar—. Sabes muy bien que yo te... que te he andado buscando todo este tiempo...

En efecto, Cepo lo buscó semana a semana, pero su asiento el Grupo siempre permaneció vacío. Nadie sabía nada sobre Dante, y mas aún, ella notó que a nadie parecía importarle. Fueron muchas semanas sin saber nada acerca de él. Su cuerpo estaba en el Grupo, sí, pero su mente jamás estuvo en el mismo lugar, sus pensamientos estában siempre relacionados con encontrarlo, abrazarlo y hacerlo reír. Pensó constantemente en ir a su casa y tomarlo por sorpresa. Y así lo hizo, pero cuando reunía el suficiente valor para hacerlo, el jamás se encontraba allí.

»—Oye, Dante. ¡Respóndeme maldición!

Entonces tomó el valor suficiente y se acercó más, a él.

A medida que la distancia entre ambos desaparecía, empezó a notar ciertas cosas: Dante estaba golpeado y su camisa tenía rastros de sangre; su rostro se veía más delgado que de costumbre, dándole así un aspecto más agudo y severo; olía a alcohol y a tabaco; y no paraba de abrir y cerrar su celular, como buscando algo nuevo dentro él.

De pronto, Cepo se arrepintió de estar allí. Deseaba desaparecer de ese lugar sin que Dante lo notara o recordara.  «Tal vez él ya no es el mismo de siempre», pensó. Pero no era así, y lo sabía; algo dentro de su corazón se encargaba, en ese instante, de recordárselo a gritos.

A él parecía no importarle que ella se acercara; a él no parecía importarle absolutamente nada. Dan seguía perdido en sus pensamientos, con su mirada fija en aquel mismo objetivo, abriendo y cerrando la tapa del celular, como si tratase de algún tic nervioso.

Cepo ahora estaba delante de él, interponiéndose entre Dan y su luminoso y desconcertante objetivo. Por lo que ella notaba, a él no le quedaba más que hacer, Dan solo se rindió al obstáculo presente ante sus ojos, y agachó su cabeza vencido.

—Oye, Dan, mírame.

La única respuesta que obtuvo Cepo, provino del viento, que en aquel momento sopló con mucha fuerza.

Ya era demasiado tarde para dar un paso atrás. Así que se puso en cunclillas, y con el valor suficiente, tomó el rostro de Dante con sus suaves y delicadas manos, y le obligó a mirarle.

—Oye, grandullón —dijo con infinita ternura— ¿ahora sí me escuchas?

Él sonrió, por sobre encima de aquella tristeza que a simple vista emanaba de su rostro. Ese apodo, a Dante, le inundaba en un mar de distantes, felices y graciosos recuerdos.

«Lo logré», pensó ella. Aunque él aún evitaba el contacto visual.

—Aún puedo notar las cicatrices en tu muñeca —la voz de Dante parecía distante. Tan débil que no parecía provenir de él.

Pero para Cepo era más que suficiente.

—Parece que tu sentido del humor lucha por salir, Dan —dijo sonriendo, y sin dejar de tocarle rostro.

Él asintió. Y por fin la miró a los ojos. «Es él, no hay duda», pensó entonces Cepo.

Sus miradas se conectaron por un tiempo, que para ellos dos, sólo se pudo comparar con la magnitud de sus propias existencias. De pronto, Dante supo que Cepo lo sabía. Además sabía, que ella sabía, que él sabía que ella lo sabía. Y sin embargo, y a pesar de todo, Cepo estaba allí en ese momento, a su lado. Aún cuando todos los demás lo habían olvidado; aún cuando Ella se había ido, dejándole sobre su espalda, una pesada carga de recuerdos y momentos felices, que ahora sólo le recordaban lo miserable que volvía a ser.

Sin embargo Cepo aún no dijo nada, sólo seguía allí delante de él, mirándole a los ojos. Y él podía sentir como aquella mirada, lenta y casi imperceptiblemente, curaba sus heridas.

—Supongo que ahora me vas a dar un sermón —dijo Dan. Con cierto tono que ella recordaba con nostalgia y alegría.

—No. Pero... ¿Recuerdas lo que te dije, Dan?

—No. Nos hemos dicho muchas cosas. Ilumíname, por favor.

Entonces ella se lo repitió.

Y a Dan le pareció como si su cuerpo y su mente, se volviesen a transladar a aquella vez: "No vayas a hacer nada estúpido ¿Sí?"

Nuevamente, él sonrió. Y ella también. No había más que decir.

Ella se sentó a su costado, beso su mejilla, recostó su cabeza sobre su hombro, cerro los ojos... Y él también.

Dos Fugaces Universos ParalélosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora