Tú (II)

27 1 0
                                    

La esperaba en la esquina de aquel estadio abandonado, a la vuelta de su casa. Era el lugar perfecto para pasear a su perro.

Ely aún no llegaba.

Miré al cielo, y recordé que hacía ya mucho tiempo desde que me fijé en él. El firmamento estaba cubierto de estrellas, como aquel día, en el patio del Club, cuando confesé mi amor por la física. Era el mismo cielo de aquella noche, cuando quizás comenzó todo.

Me perdí por un instante en ese cielo y en esos recuerdos.

—Hola, Dan. ¿Qué hacías?

—Elizabeth —dije sorprendido.

El perro de Ely, Ches, se acercó a mí, moviendo la cola y ladrando amigablemente. Creo que siempre le caí bien a ese perro.

Tenía la intención de contarle aquello que pasaba por ni mente, en ese momento. Hablarle de lo espectacular que estaba el cielo, otra vez. Sin embargo, no sentía ese impulso; no había una radiación en el cuerpo de Elizabeth, que me motivara a decirle nada sobre mis pensamientos. Me sentía enfermo, con náuseas, molesto. Había algo en ella. O quizás algo en mí.

—Estaba... no importa. Ven —le tendí la mano—, vamos.

Ella tomó mi mano, y Ches caminó a nuestro lado, moviendo la cola como un buen chico.

Lo que pasa con un ex-adicto a algo, es que siempre está propenso a volver a caer, sobre todo cuando vuelven a surgir en su vida, ciertas cosas que para "él" son malas. Es ciertamente cobarde.

Me sentía muy propenso.

Algo dentro de mi cabeza andaba mal, algo dentro de mí, pedía a gritos un trago o un poco de tabaco.

Mientras caminábamos, Elizabeth me contaba sus cosas, sus muchas cosas. Pero una voz, al otro lado de mi odio, decía cosas sin sentido. Gritaba y gritaba, y no podía entender nada, no quería entender nada. Sólo quería estar con ella, como en aquellos días felices, como en el baile, la piscina o la playa.

—¿Te pasa algo Dan?

No sabía que decir.

«¿Tienes algo que decirme? Vamos, yo sé que sí. ¿Lo tienes?», pensé.

—Tu perro está cambiando de pelaje ¿verdad?

—¡Sí! Está hermoso. Mi Ches cada día de pone más guapo. ¿Verdad bebé?

Ches le respondió con dos ladridos.

...

—Sentemonos aquí, Dan.

—Vale.

Nos sentamos. No había sitio para ambos. Era una pequeña piedra, la cual usábamos como banco. Ella sentó en mis piernas y recostó su cabeza sobre mí hombro. Le acaricié el cabello y las piernas. Ella me besó, y pude sentir su lengua dentro de mí, no era algo nuevo.

Después de aquel largo beso, ví sus ojos. Eso era mi perdición.

—Te ves hermosa.

Ella no dijo nada, sólo sonrió con dulzura. Y se aferró a mí.

—¿No tienes que estudiar para mañana, Elizabeth?

—Tranquilo amor, un amigo se ha conseguido el exámen, no sé como. Pero lo resolverá, y dijo que me pasaría las respuestas.

Recordé entonces que esto pasaba en la universidad, antes de que la dejara. Conocía la existencia de este tipo de cosas, de estos tipos que aprovechaban sus influencias o quien sabe que, para sobresalir sobre los demás, y sacar algún provecho de ello. Yo los odiaba a todos, y tal vez esa fue una de las razones, muy aparte de otras más, por la cual tire la toalla, y me largue, junto con mis repulsivas, humildes y honestas calificaciones.

—Deberías repasar, aunque sea, un poco. —lo dije sin pensar.

—No es sencillo Dante, lo sabes. Yo no quise estudiar esa asquerosa carrera. No es lo mío. Pero mi madre insiste, y padre, a la distancia, presiona también. "Debes ser como tus hermanos." Agggggg... estoy casada, lo juro. Cambiemos de tema, por favor.

—Si no te gusta deberías decirlo. Es tu futuro, o el nuestro, como quieras verlo. —eso dije, sabiendo que lo último fue muy patético.

—Ya te dije, Dan, no es simple.

Me callé, y no por el hecho de que su tono de voz fuera intimidante para cualquiera, para mi no lo era. Lo hize porque, para empezar, ni siquiera quise aconsejar lo primero, y mucho menos soltar lo segundo, aquello "patético".

Nos levantamos de aquel improvisado asiento, y juntos, caminamos al lado de Ches por un buen rato más. Yo caminaba con ellos, en medio de la noche, aún con las nauseas dentro de mí, y aquella beligerante voz que no se callaba.

No nos levantamos de aquel asiento molestos, no. Jamás peleamos, ni una sola vez en toda la relación, ni una sola. Caminar con ella y pasear al perro, era algo fascinante. Ella corria detrás de él, o le lanzaba algo para que fuera tras él. Ella reía, jugaba y saltaba. Olvidaba aquel instituto de mierda a cual ahora pertenecia. Y en innumerables ocasiones, antes de despedirnos de aquel paseo nocturno, no escondíamos entre las sombras, y profanábamos hasta el último rincón de nuestros cuerpos. Todo solía ser inmejorable, lo era.

Simplemente, no era mi día.

Dos Fugaces Universos ParalélosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora