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Me despierto sudada, aunque no tengo calor. Al principio me cuesta abrir los ojos, como si mis párpados hubiesen sido reemplazados por unas persianas espesas que no funcionan. Me siento incómoda, tengo los huesos rígidos y cansados, y estoy apoyada en una cama demasiado dura. Pero mi cama no es dura.  Abro los ojos, desconcertada, más rápido de lo que había calculado. Miro a mi alrededor; no estoy en un cama, no estoy ni estirada: esto es un sillón. De hecho, un sillón rígido y agobiante, como esos de las salas de espera del médico. Me voy incorporando poco a poco, abriendo y cerrando los ojos a medida que me voy acostumbrando una la brillante luz que aún no he podido descubrir de dónde proviene. Pero lo peor es la cabeza, me duele demasiado. Nunca había tenido un mareo tan intenso, ni de esta manera. Y es que no tengo ni idea de dónde estoy. 

Capturo todo lo que tengo a la vista, intentando acostumbrarme a estar despierta. Hay ventanales, grandes, muy grandes, de dónde viene la luz. Es como una especie de pasillo enorme, amplísimo y largo, con  avances mecánicos y pequeños establecimientos, como tiendas, o hasta restaurantes. Me hago una coleta, en el intento de apartarme el pelo de la cara. Y lo veo, es cuando lo veo; hay aviones fuera, tras los ventanales, las pantallas reflejan los aterrizajes, y aproximadamente cada dos/tres minutos una voz masculina recita en demasiados idiomas para que tenga tiempo de contarlos un discurso sobre la salida del vuelo número siete-cinco-dos-cuatro, o algo así. Estoy en un aeropuerto. En un jodido aeropuerto. ¿Qué coño hago yo aquí? Trato de levantarme, pero un zapato se me clava en el costado. Dirijo la mirada a su propietario, pero una gorra de béisbol le oculta el rostro, aunque puedo ver una mandíbula fuerte y la forma de la boca. Aparto y tiro al suelo la gorra, dejando su rostro dormido al sol.

Oh, no.

No puede ser.

Tenía que ser él.

¿Pero por qué él? ¿Qué hace aquí?

Joder, ¿qué hago yo aquí? ¿Y con él?

Con el jodido Niall Horan. Con mi jodido ex.

Dios mío. En un aeropuerto. No es un sueño; me duele demasiado la cabeza para que no sea verdad. Tiene que ser una cámara oculta. Debe ser eso. Mi pánico a la certeza real me hace aferrarme a las excusas más accesibles, y mi inaccesibilidad a aceptarlo me deja con una única vía de escape; despertarle. Le miro, sus espesos párpados deslizándose entre el sueño y la realidad, y me pregunto qué estarán pensando la poca gente a nuestro alrededor; aunque ya hace rato que me he dado cuenta que no nos dirigen ni la mirada; una chica en vestido de gala de pie frente a un chico dormido, también arreglado, y con una gorra. ¿De dónde habrá sacado la gorra? Cuando dejo de pensar en eso, me asusto que esta idea sea lo que ahora más me importe.

Me inclino a él y le aprieto un poco el brazo. Supongo que la fuerte luz que le da de pleno es suficiente, porque en cuestión de segundos se abren sus ojos. Tarda un rato, y luego me mira.

-¿Valerie? - su voz ronca es tan melosa que resulta embriagadora.

Echa un vistazo alrededor, y se acomoda en el asiento, estirándose y bostezando.

-Esto… buenos días –intento esbozar una sonrisa.

Necesito buscar otros recursos. Mi bolso. ¿Dónde está? Recuerdo llevarlo ayer a la fiesta, pero hasta ahí no me viene nada más a la cabeza. No me acuerdo ni de haber salido de la discoteca de Anissa. Lo tengo todo en blanco.

-¿Dónde estamos?

Bueno, al menos no soy la única confundida.

-Dímelo tú –espeto, cuando encuentro mi bolso de mano negro tirado bajo el sillón en el que he dormido. Aplastado y allanado. En fin, al menos lo tengo.

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