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Incluso después de haber salido por una puerta prácticamente escondida, acorralados por tres guardaespaldas, y haber subido a un coche grande, parecido a un camión, negro y con las ventanas tintadas, sigo en tensión. Me siento débil y abatida, y, de algún modo, también sucia. Es un alivio no cruzarnos con nadie; con estas pintas cualquiera reconocería a una celebridad. El conductor, un tal Bradley, nos indica que el viaje es corto, y cada uno nos ponemos nuestros respectivos cinturones mientras nos acercamos a la autopista. Las afueras de Los Ángeles pasan ante mis ojos como cintas interminables, tan rápido que empiezo a sospechar que mi imaginación me la está jugando. Hace mucho sol, y el aire acondicionado del coche no es suficiente para suplir el calor de principios julio, y un ligero tono rosado aparece en pequeñas motas en las hasta-en-verano-pálidas mejillas de Niall.

Intento ponerme firmes mis pensamientos, y aclararme conmigo misma cómo voy a actuar a partir de ahora, pero mi mente está mucho más lejos de Los Ángeles. Está lejos de este coche, de estar al lado de Niall, otra vez, lejos de lo que tendría que hacer y, en contrario, debería hacer. Debería reafirmar mis valores, y cumplir con lo que un día decidí empezar. En su momento, cuando nuestra relación estaba cada vez más controlada por Modest!, y One Direction se marchaba de gira, cuando antepuse la presión a los sentimientos, tanto míos como los de Niall, él me dijo que me quería, y que nada tenía porqué ser así. Me hizo promesas que los dos sabíamos que no podía cumplir, y le hice marchar de mi vida como si nunca antes hubiese estado ahí. Mi actitud con él fue dura, y fría, y nunca me perdonaré haber borrado los casi ocho meses que estuvimos juntos, para reemplazarlos con nostálgicas llamadas por teléfono, que me dejaron completamente estancada sin querer ir hacia él, ni querer apartarme, y las visitas que me hizo durante los descansos del Take Me Home Tour, una vez ya nada nos juntaba más que lo que una vez sentimos. Con el tiempo me di cuenta que la decisión que tomé, al dejarlo, al separarnos, flaqueaba al tratarnos como si nada, como si nunca la hubiese tomado. Pocos amigos míos lo entendían, pero en realidad sabía perfectamente que nadie lograría pasar más de cinco minutos en mi cabeza.

La última vez que le vi, antes de la fiesta de ayer, fue en uno de esos descansos de la gira, hará un poco más de dos meses. Vino a Londres a pasar únicamente un fin de semana, y ni se molestó en llamarme, porque ya sabía que caería en sus pies una vez su coche estuviese aparcado en el cruce de mi casa. Cuando me desperté, al día siguiente, en su cama, sabiendo qué había pasado con nosotros dos la noche anterior, me enfadé con él. Le grité muchísimas cosas que no sentía, y así hizo él conmigo. Él no tenía la culpa de estar enamorado de mí, pero sí de no aceptar y respectar mis decisiones sobre nosotros, y más cuando era, y sigue siendo, un famoso. Viall, así nos llamaban, una mezcla de nuestros nombres. Al principio me pareció algo extraño, pero con el tiempo le fui cogiendo cariño a esa palabra.

Me obligo a alejarme de mis pensamientos y vuelvo al mundo, a Los Ángeles, al coche. A Viall. Le miro, mientras él se revuelve el pelo y se muerde una uña. Muchas veces, cuando estaba sola, pensaba en cómo sería poder mirarle cómo lo hacen quienes no estaban enamorados de él; poder verle sus imperfecciones. Pero ahora, a su lado, después de todo lo vivido, sólo me gustaría poder verle por primera vez de nuevo, como si nunca antes le hubiese visto. Y poder enamorarme de él una, y otra, y otra vez. Y ese es el último pensamiento que tengo, cómo lograría sobrevivir sin perderme en el azul de sus ojos, antes de dormirme.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, ya no estoy en el coche. “Una cama, por fin” es el único pensamiento que me envuelve.

Estoy cansada de despertarme continuamente en sitios desconocidos.

Me levanto y miro a mi alrededor. Una habitación de hotel. Una grande, de hecho. Debe ser una suite. Miro el reloj; las diez de la noche en Londres. Eso es… la una del mediodía en Los Ángeles. He dormido casi tres horas.

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