Se había alejado unas semanas precisamente para apaciguar el revuelo de emociones que le provocaba el estar cerca de Acacia. Su hijastra. No había soportado más presenciar como ella y Ulises se miraban, se sonreían y platicaban. Acacia había asegurado que no eran más que amigos pero a sus ojos parecían ser más que eso. Por ese motivo ahora una vez más se había disculpado, diciendo tener asuntos de trabajo pendiente. Excusa que le venía siendo útil desde el regreso de su hijastra a La Benavente.
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-Ulises me ha estado platicando mucho acerca del proyecto.- le contaba Acacia a Dionisio, los tres conviviendo en la sala de estar.- La verdad es que estoy muy entusiasmada por ver cómo evoluciona todo.
-Somos dos, muchacha. Este pueblo tiene mucha potencial. Es por eso precisamente que elegimos esta zona para llevar acabo nuestros planes.- contestó Dionisio.
-¿Y cuando comienzan a construir?- preguntó Acacia.
-Muy pronto, bonita. - contestó Ulises.
-Así es. Solo estamos en la espera de algunos permisos que ojalá no demoren mucho en ser aprobados.- agregó Dionisio.
-¿De qué hablan?
La voz de Cristina acaparó la atención de todos, entrando por el pasillo más sonriente que nunca y con un brillo especial en sus ojos, Dionisio no evitó esbozar una sonrisa de complicidad al fijar su mirada en ella. Cristina correspondió y al verlo tan él, tan imponente, tan viril, sentado con la pierna cruzada en una pose que le pareció sumamente sensual, sintió una repentina holeada de calor recorrerle el cuerpo.
-Del proyecto, mamá.- contestó Acacia sonriente mientras Cristina tomaba asiento en el sofá quedando de frente a Dionisio.- Parece que muy pronto, El Soto será la zona más visitada de la región.
-Ah, pues me alegra mucho. Claro, siempre y cuando beneficie a los habitantes.- contestó a su hija mientras buscaba con la mirada a su marido.- ¿Y Esteban?
-Seguramente en el despacho. Ah estado muy raro toda la noche.- disgustada por tener que hablar de su padrastro.
-Eh... Bueno, creo que ya va siendo hora de irnos.- dijo Dionisio después del silencio incómodo que se hizo presente.
-Perdón, señora...- apareció Luisa con el teléfono en mano.- Tiene una llamada.- tendiéndole el teléfono a Cristina quien se negó a recibirlo.
-Ahora no Luisa. Por favor encárgate tú que voy a despedir a nuestros invitados.
Ya todos puestos en pie caminaban hacia la salida de la hacienda. Acacia y Ulises guiando el camino mientras Cristina y Dionisio seguían cerca detrás entre discretas sonrisas y miradas que evidenciaban la confianza que empezaban a tenerse.
-¡Señora!- llamó Luisa, apresurando el paso hasta llegar a Cristina y tendiéndole el teléfono nuevamente.- Dicen que es urgente. Es del hospital.
Esas palabras borraron la sonrisa de Cristina y su expresión cambio a una de incertidumbre y de angustia al enterarse que su padre se encontraba internado después de haber sufrido un desmayo horas atrás. Acacia recibía aliento y consuelo de Ulises ante la noticia de que su abuelo se encontraba mal de salud y Cristina... Esteban no estaba a su lado. Así que se refugió en los brazos de Dionisio, escondiendo el rostro en su pecho y sintiendo como las lágrimas caían por sus mejillas humedeciendo la camisa de ese hombre que la abrazaba fuerte hacia él.
-No llores, Cristina.
Dionisio no sabía que más decir ni mucho menos hacer en una situación como esa. La verdad es que no estaba acostumbrado a ese tipo de escenas y no es que fuera insensible o que careciera de compasión sino que simplemente le costaba y hasta incomodaba el hecho de tener que mostrar ese tipo de afecto. Es por eso que dejo a Cristina llorar en silencio contra su pecho.
-¿Pasa algo?- apareció Esteban, extrañado al ver tanto a su esposa como a Acacia llorando.
-Esteban.- Cristina se alejó de Dionisio y se acercó a su marido, aun envuelta en llanto y él la tomo en brazos.- Mi papá está muy mal. Tenemos que ir a San Jacinto ahora mismo.
Dionisio metió ambas manos en los bolsillos de su pantalón y dio un gran suspiro. ¿Celos? Tal vez.
*Eso es absurdo.* se convenció a sí mismo.
-Por favor, mi cielo. Ve con Acacia y preparen sus maletas. Yo mientras me encargo de despedir a los...- Esteban hizo una pausa, miro a Ulises, después a Dionisio.- Señores.- finalizo, retando a Dionisio con la mirada.
Antes de retirarse a hacer lo que Esteban sugirió, Cristina dedicó una mirada a Dionisio a modo de despedida la cual él correspondió con una leve inclinación de cabeza. La observó alejarse por el pasillo hasta perderla de vista. Gesto que a Esteban no le pasó desapercibido.
-Cristina y Acacia son muy ingenuas al creer todo lo que les han contado sobre ese proyecto que se traen en manos.- dijo Esteban a Dionisio y Ulises.- Pero a mí no me engañan y desde ahorita les digo que haré todo para impedir que sus planes se concreten. Así que es mejor que se larguen y no vuelvan más.
Lo estaba retando y a Dionisio le encantaban los retos. Esbozó una sonrisa perversa y fijando su mirada en los ojos de Esteban dejo en claro que a Dionisio Ferrer nadie le decía qué hacer.
-Si intimidarnos es lo que quieres, pierdes tu tiempo. El proyecto ya es un hecho y entre más te opongas, más insistiré. Yo siempre me salgo con la mía. Siempre.
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Pasaba de media noche cuando Cristina, Acacia y Esteban llegaban a San Jacinto. Fue un gran alivio saber que su padre ya se encontraba fuera de peligro y recuperándose de la decaída que había sufrido. Tendría que permanecer unos días más en observación antes de ser dado de alta y es por eso que Cristina y Acacia decidieron quedarse hasta que eso sucediera.
-Me da mucho gusto ver que ya estás bien papá.- dijo sonriendo a su padre sin ningún rastro de angustia presente.
-Nos diste un buen susto abuelo.- agregó Acacia dándole un beso y abrazo a su abuelo, tendido sobre la cama de aquel hospital.- Pero me alegra saber que ya estas mejor.
-Bueno al menos de algo sirvió que me haya enfermado.- dijo Don Juan Carlos con mucho mejor semblante que cuando había sido ingresado a urgencias.- Vinieron a visitarme.
-No digas eso, viejo.-intervino Elenita.- No nos gusta verte así.
-No te angusties, mi Elenita. Ya estoy bien.- alentando a su esposa que aún se encontraba un poco preocupada por su salud.
-Mi suegro es un hombre fuerte.- dijo Esteban en un intento de reanimar a las tres mujeres.- No tienen nada de qué preocuparse. Siguiendo las indicaciones del doctor verán que pronto estará como nuevo.
De eso nadie tenía duda.
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>Bonita... ¿Cómo sigue tu abuelo?... Me alegra, esa es una muy buena noticia... ¿Mañana?... Claro que sí, no tengo planes... Allá estaré... Descansa, bonita y no olvides que te quiero...
-¿Cómo está?- preguntó Dionisio a Ulises cuando este término la llamada.
-Dice Acacia que ya se encuentra mucho mejor y será dado de alta dentro de unos días.
-Me alegra.- contestó Dionisio, pensando en cómo se encontraría Cristina en esos momentos.
-Me retiro a descansar, ya pasan de las tres. Deberías hacer lo mismo.- sugirió Ulises a Dionisio.- Ah, mañana iré a San Jacinto. Parece que el padrastro de Acacia decidió regresarse a la hacienda y tanto ella como la señora Cristina necesitan que alguien las traiga de regreso. Si no tienes planes tal vez puedas acompañarme.
Dionisio asintió y sonrió a Ulises. El muchacho no era tonto, y sabia de la evidente atracción que sentía por Cristina. Lo observó desaparecer por las escaleras que dirigían al segundo piso. Había olvidado su celular sobre la mesa de centro. ¿Tendría registrado el número de Cristina?
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Su madre había insistido en quedarse durante la noche acompañando a su padre en el hospital. Cristina y Acacia no tuvieron más remedio que irse a descansar. Era la casa de sus padres. En ella se sentía a gusto. En paz. Se encontraba sola en la habitación que había sido suya cuando era niña, adolecente y hasta antes de casarse con Alonso. Su primer marido. Le pasaba mucho desde días atrás. Se sorprendía a si misma pensando en él. Ya no añoraba su presencia como antes. Solo eran simples recuerdos que venían a ella en momentos de soledad. Esteban. Nueve años de matrimonio y su marido cada vez se comportaba más distante. ¿Pero por qué no le afectaba a ella su falta de atención? El sonido de su celular la tomó por sorpresa y al ver que se trataba de un número desconocido dudo en contestar.
*Pudiera ser importante.* se convenció a sí misma.
>Bueno.- contestó.
>Hola, Cristina.
Esa voz. La podría distinguir entre una multitud. El tono de su voz indicaba que él estaba sonriendo.
>¿Cómo conseguiste mi número?
>¿Realmente importa eso ahora?- al ver que ella no contestó, él continuó.- Llamé a la hacienda.- confesó.
>Es demasiado tarde para que te molestes a tanto.
>Quería saber cómo sigue mi suegro.
>Eres un descarado.
>¿Perdón?- haciéndose el ofendido pero riendo divertido por las palabras de Cristina.
>Mi padre ya está bien. Pero dudo que eso tú no lo supieras teniendo en cuenta que mi hija acaba de hablar con Ulises hace una hora.
>Tienes razón. Ya lo sabía. Pero lo que buscaba era saber cómo te encontrabas tú.
Eso tomó por sorpresa a Cristina. Dionisio no le parecía el tipo de hombre que se esmeraba en cuestiones emocionales con nadie. Mucho menos con mujeres. ¿Qué quería de ella?
*Lo mismo que tú.* la delató su mente y los recuerdos de aquel "encerrón" en el cuarto de baño regresaron a ella. Se abanicó con la mano en un intento de disminuir el calor que de pronto sentía. Pero fue entonces que comprendió que nada ni nadie sería capaz de aquietar ese fuego que la consumía. *Nadie excepto tú. Dionisio Ferrer.*
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Era muy temprano por la mañana al día siguiente. Esteban hacía su rutina, montado a caballo recorría los terrenos, asegurándose que todo en el rancho estuviera en orden y dando indicaciones al capataz. Su hombre de confianza. El Rubio.
-Así que ya sabes, Rubio. Si ves a ese tipo por aquí, asegúrate que no entre a la hacienda ni que ponga un pie en estas tierras.
-Está bien patrón. Como usted ordene. ¿Pero qué hago sí se me pone al brinco?
-Tú sabrás lo que haces con él.- finalizó Esteban entregándole una pistola discretamente a aquel hombre antes de alejarse a todo galope, perdiéndose entre los árboles del bosque.
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-Comienzo a creer que me persigues.- declaró Cristina mientras tomaba asiento en la silla que Dionisio sostenía para ella.
-Ulises insistió en que viniera con él.- se defendió, esbozando una de sus sonrisas que desarmaban por completo a Cristina.- No pude negarme.
-¿Insistió igual o más que tú al invitarme a desayunar contigo?- la sonora carcajada de Dionisio la contagió.
-De acuerdo. Soy un necio. Pero al final aceptaste encantada.- la acusó y ella sonrió.
-Si acepté es porque me interesa saber más de ti.
Dionisio acercó su rostro, lentamente al de Cristina, siempre mirándola a los ojos y con esa sonrisa que nunca faltaba. La mesa que compartían en aquel restaurante era pequeña y es por eso que les permitía esa cercanía.
-¿Solo por eso?- preguntó él.
Llevó su mano por debajo de la mesa, posándola sobre la pierna femenina y comenzando a trazar leves caricias sobre ella, Cristina dio un respingo.
-¿Qué haces?- preguntó mientras con ambas manos detenía el asalto de Dionisio.- Compórtate que alguien nos puede ver.
Él recobro su compostura, resoplando con irritación. Ese juego comenzaba a agotarlo. A colmarle la paciencia. No estaba acostumbrado a rogarle a nadie y de no ser porque Cristina mostraba ser diferente a sus previas conquistas, días atrás habría dado ese juego por terminado. Pero no. Ella era única y no le era indiferente. Ella lo deseaba. Aunque se negara aceptarlo, él la había sentido temblar de deseo ante sus besos y sus caricias.
-¿Es eso lo que te preocupa?
-No me obligues a tener que recordarte cada que nos vemos que soy una mujer casada, Dionisio.
-Sabes bien, lo que pienso al respecto. Y además, anoche en tu casa no pareció importarte eso.
-Fue un error y lo acepto.- se defendió ella algo a la defensiva.- No debí actuar como lo hice así que no volverá a pasar. De eso puedes estar seguro.
-Vamos Cristina. No te engañes a ti misma.
La sonrisa que esbozó Dionisio y la forma en que se acariciaba la barba la embobaron por completo. Su sensualidad, su forma de ser, su porte, todo en él la atraía y Dionisio era consciente de ello. Sin duda no sería nada fácil resistirse a sus encantos pero lo tenía que hacer. Por ella misma. No podía darse el lujo de caer rendida ante las garras de ese hombre.
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Esteban había casi jurado que el proyecto de Dionisio y Ulises no se llevaría a cabo. Es por eso que ahora se encontraba en la delegación de obras públicas. Intentaba convencer, por no decir sobornar, a los encargados para impedir que se otorgaran los permisos necesarios para iniciar la obra.
-Ese centro comercial no traerá más que problemas para el pueblo. Traerá contaminación, inseguridad a los habitantes, más tránsito. Tienen que oponerse a ese proyecto.
-Entendemos su preocupación, señor Domínguez. Pero le aseguramos que todos esos detalles han sido cuidadosamente analizados y nada impide que esa obra se realice.
-Pero es que no pueden permitir que se destruya el bosque.- un poco alterado.- ¿Y todo a beneficio de quién? Dos tipos que ni son de estas tierras.
-El señor Ferrer es un muy conocido empresario a nivel internacional. Sus obras siempre traen ganancias millonarias a las zonas en las que son construidas. Tenga por seguro que no tiene nada que temer.
Enfurecido, Esteban salió de aquel lugar. Se suponía que él era el hombre más poderoso de la región. Dueño y señor de la hacienda más productiva del pueblo. ¿Entonces por qué demonios acababan de rechazar su petición?
-Todo esto es tú culpa. Dionisio Ferrer.- sentenció Esteban, con la mirada pérdida y llena de odio por ese hombre que amenazaba con robarle más que solo su mujer.
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-No entiendo por qué Dionisio se negó a regresar con nosotros.- comentó Acacia.
Era tarde cuando ella, Cristina y Ulises emprendieron el camino a casa. El cielo se teñía de gris indicando que una tormenta se avecinaba.
-Dijo tener asuntos pendiente.- contestó Ulises, concentrado en la carretera.
-¿Desde cuándo lo conoces?- preguntó Cristina, realmente interesada en saber más de lo que Dionisio la dejaba saber.
-Algunos años, señora.
-¿Y tiene familia?- continuó Acacia.
-No que yo sepa. Dionisio es un hombre muy discreto y reservado con su vida privada. Él evade toda pregunta sobre eso.
*Muy misterioso.* pensó Cristina. Le fascinaba la idea de descubrir que secretos guardaba ese hombre. *Cuidado Cristina. Te propusiste no caer ante sus encantos.* se recordó a sí misma.
-Caballeroso, misterioso y guapo.- dijo Acacia sonriéndole a su madre.- Pareciera el hombre ideal, ¿no mamá?
Cristina fulminó juguetonamente a su hija con la mirada. Acto que la hizo reír y por supuesto los reclamos de Ulises a Acacia no se hicieron esperar. Pero ella le dejó claro que lo quería solo a él. A Dionisio lo quería para su madre. Sería la mejor manera de deshacerse del antipático de Esteban. Tenía que hablar con Dionisio cuanto antes.
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-Un amigo mío quiere entrar a la asociación.- le contó Norberto a Esteban.
-¿Lo conozco?
-No. Apenas llego de la capital hace unos meses. De hecho aquí tengo su solicitud.- entregándole un par de documentos.
-¿Y tú lo conoces bien?- preguntó Esteban, tomando la pluma que Norberto le entregaba.
-Si.- le aseguró.- Yo respondo por él. Tenía un negocio en la capital pero decidió venirse para acá. Está empezando y yo lo voy a asesorar.
-La asociación es seria, tiene un gran prestigio.- dijo Esteban.- No podemos arriesgarnos a meter a cualquiera. ¿Estamos de acuerdo verdad?
-Sí, si claro. Yo conozco a Danilo hace muchos años y sé que todo va a estar bien.
Concluyó Norberto mientras observaba como Esteban firmaba los documentos, aprobando el ingreso de Danilo Vargas, dueño de "La Victoria", a la asociación.
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Empezaba a oscurecer cuando llegaba de regreso al pueblo. Se sentía agotando pero sin ánimo de ir a casa. ¿Casa? Sonrió a sí mismo amargamente al comprender que él no tenía casa y realmente nunca la había tenido. Decidió ir a recorrer los terrenos aun sabiendo que podría ser peligroso. Parecía que quería llover pero aun así la luz de la luna se filtraba por entre las nubes que decoraban el cielo. Aparcó su nueva camioneta y caminó sin rumbo, sumergido en sus pensamientos. Él era un hombre sin ataduras, sin compromisos y eso le había permitido viajar libremente por el mundo entero. Jamás había considerado, ni siquiera imaginado sentar cabeza y formar una familia. No tenía ni idea de cómo hacer eso. No. Mejor ni pensarlo. Le aterrorizaba el hecho de tener que compartirlo todo, mucho más emocionalmente hablando. Solo, había crecido. Y solo, continuaría viviendo. Llegó al río y se acercó a la orilla, poniéndose en cuclillas tomo agua entre sus manos. Ese lugar le recordaba tanto a ella. Su mirada sugestiva, sus ojos, su sonrisa, sus labios que provocaban besarlos hasta el cansancio, su cuerpo... Su cuerpo.
-Cristina. ¿Qué me has hecho?- se preguntó a sí mismo en un susurro que no recibió respuesta.
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-¿En dónde estabas?- preguntó Cristina a Esteban, al verlo entrar a la recamara.- Hable con el Rubio y me dijo que saliste desde muy temprano. No quisiste esperarnos a Acacia y a mí porque dijiste que tenías mucho trabajo pendiente sin embargo llego a casa y resulta que no has estado todo el día.- reclamó Cristina un tanto molesta.- ¿De dónde vienes, Esteban?
-Estaba con Norberto y esta mañana fui a El Soto. Así que tranquilízate, mi cielo.- contestó calmado.- ¿Y Acacia?
-Está con Ulises. Ya no debe tardar.
Esteban resopló con evidente enfado, no logrando contener más el desprecio que sentía por Ulises y más aún por Dionisio.
-No deberías dejar que tu hija se junte tanto con ese tipo.- alzando la voz y tomando a Cristina por sorpresa.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué reaccionas así?
-Me preocupa Acacia. Por ser tu hija, claro.- intentando calmarse.- Y creo que tanto Ulises como ese tal Dionisio lo único que buscan es aprovecharse de ella.
-¡¿Qué?! ¿De qué hablas? ¿Qué tiene que ver Dionisio en esto?
-Ese tipo es un patán. ¡Un corrupto! Compró a los de la delegación de obras públicas para que apoyaran su proyecto.
-Eso no es verdad.- no creyendo lo que su marido le decía.
-¡Claro que lo es! Y por esa razón, no quiero volver a verte con él.- le ordenó a Cristina, cosa que ella no tomo a la ligera.
-¡Estas exagerando!- confrontó a Esteban.- No sé qué es lo que te tiene tan paranoico últimamente pero no busques culpas donde no las hay, Esteban.
-Te prohíbo volver a tratar con ese tipo, Cristina.- repitió.
-Tú a mí, no me prohíbes nada.- aclaró ella antes de retirarse, sumamente enojada de la habitación.
-¡Cristina!- llamó él.- ¡Cristinaaaa!
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Montó en su caballo y salió a todo galope en dirección al río. No sabía por qué pero intuía que en ese lugar encontraría un poco de tranquilidad. Sus dientes rechinaban al apretar su quijada, producto del enojo que la consumía. ¿Tanto la afectaba la idea de no ver a Dionisio más? No podía negarlo pero tampoco era capaz de aceptarlo. Su marido estaba loco si creía que ella iba a ceder a sus peticiones. Sintió unas gotas de lluvia sobre su rostro, cobraron más fuerza conforme avanzaba en su camino. No tardó mucho en llegar a su destinación y al hacerlo, lo primero que vio fue a él.
*Dionisio.*
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La lluvia caía y parecía no tener fin. Dionisio no tenía ni idea de cuánto tiempo había transcurrido, se encontraba sumergido en sus pensamientos, ajeno a lo que pudiese ocurrir a su alrededor. Es por eso que no se percató de la presencia de ella. De Cristina. Ella se acercó cautelosamente, con intensión de no alarmarlo. Se dejó caer en sus rodillas tras él y lo abrazo.
-Sabía que te encontraría aquí.- susurró ella en el oído de Dionisio.- Lo sentí.
-Y yo sabía que vendrías. Aunque esté lloviendo, sabía que vendrías.
Sentir sus manos sobre su abdomen, escuchar su voz en su oído, parecía un sueño. Dionisio giró para quedar frente a ella, asegurándose que todo fuera real y tomándola de los brazos se puso de pie con ella.
-Sabes lo que quiero de ti, Cristina.- comenzó él, mientras llevaba una mano su mejilla y la acariciaba muy suavemente.- No esperes más de lo que puedo darte.
Ella sabía a lo que se refería. Nada de ataduras emocionales ni ningún compromiso a largo plazo, eso era lo que más parecía aterrorizar a Dionisio Ferrer. Lo miró a los ojos y sin dudas confesó:
-Te deseo.
Palabras suficientes, Dionisio tomó posesión de la boca de Cristina. Un beso lento y sensual. Esta vez no había prisa. Estaban ellos, la luna y la lluvia.
Ambos empapados de pies a cabeza, Dionisio dejó de besarla para arrancarle la blusa salvajemente, siguiendo con el sostén y dejando expuestos sus senos llenos y firmes. No contuvo la necesidad de sentirlos y los tomó entre sus manos, estrujándolos mientras volvía a apoderarse de la boca de Cristina.
Ella jadeaba, más excitada que nunca. El tacto de Dionisio era brusco pero le encantaba. Sintió su lengua invadir su boca y ella correspondió de la misma manera. Le echó los brazos al cuello y lo apegó más a sí mientras sentía las manos de él bajar de sus senos a su cintura, desabrochando sus pantalones y tirando de ellos hacia abajo.
Él se deshizo de su chaqueta sin dejar de besar a Cristina. El bulto entre sus piernas pedía a gritos ser liberado y agradeció fervientemente que Cristina entendió sus silenciosas suplicas. Sintió sus manos sobre su cinturón, deshaciéndose de él y desabrochándole el pantalón. Él mismo se encargó de sacárselo y hacerlo a un lado, quedando únicamente en boxers.
Ella ya estaba completamente desnuda, se echó hacia atrás un poco para poder arrancarle la camisa a Dionisio, de la misma forma en que él lo había hecho con ella. Ambos sonrieron entre la lujuria que los envolvía. La lluvia seguía cayendo. Ambos tomaron un momento para verse de pies a cabeza, fue entonces que ella se acercó nuevamente a él, el bulto entre sus piernas era grande pero quería sentirlo, mirarlo.
Dionisio se deshizo de la última prenda que cubría su más deseable atributo como hombre y observó a Cristina tomar aire con sorpresa. No evitó sonreír y tomando la pequeña mano de ella la guio hacia su erecto miembro. La incitó a acariciarlo, mientras él le besaba el cuello, le mordisqueaba el lóbulo de su oreja, trazaba ardientes caricias con sus manos.
-Así.- susurró jadeante en el oído de Cristina. – Así.
Ella obedeció hasta que él indicó que no siguiera más. Dionisio se posó tras Cristina, pegando su cuerpo a la espalda de ella, su prominente bulto restregándose contra la espalda baja femenina. Pasó un brazo por sobre sus pechos, sosteniéndola inmóvil y llevó su otra mano a la boca de Cristina.
-Abre.- ella obedeció y Dionisio introdujo dos dedos.- Chupa.- ordenó.
A él le complacía que fuera tan obediente. Al fin de cuentas lo que pretendía era darle placer. Llevó su mano al centro femenino, lo acarició mientras no dejaba de besarla en el cuello. Estaba húmeda. Húmeda para él. Introdujo lentamente dos dedos en Cristina y ella no se contuvo de soltar un gran gemido de placer, echando su cabeza hacia atrás se aferró al brazo de Dionisio mientras sentía como sus dedos la hacían enloquecer.
Estaba cerca, él lo sabía. Sus gemidos, su respiración, la forma en que su cuerpo temblaba ante su invasión se lo indicó. No quería que terminara así. Él retiró sus dedos y la sintió protestar. La giró rápidamente para verla de frente y aun entre la lluvia y la oscuridad logró vislumbrar el deseo por él en sus ojos. Él estaba tan o más excitado que ella y no soportaba más las ganas de saciar su propia necesidad.
La recostó sobre la hierba a la orilla del rio y se posiciono entre las piernas de Cristina. Atacó una vez más su boca, sintiendo como era ella quien introducía su lengua en la su boca esta vez. Acomodó sus caderas, y de una sola embestida se introdujo completamente en ella.
-Eres mía.- soltó él entre un bufido.
Cristina gritó ante la invasión, era tan grande y potente. Él no se movió durante unos segundos, dejándola acostumbrarse a su tamaño. Cuando la sintió relajarse dio inicio a un cadencioso vaivén de caderas que elevaban a Cristina cada vez más alto hasta las estrellas.
Las embestidas se hacían más potentes, ella se aferraba a los hombros de Dionisio, sintiendo como sus uñas le desgarraban la piel. A él lo enloqueció eso y lo incito a acelerar su ritmo. Ella gemía sin parar, jadeaba y él no se quedaba atrás. La sintió tensarse y sus músculos internos se aferraron íntimamente a él estrujándolo y arrastrándolo con ella a la cima del placer. Nada volvería a ser igual entre ellos.
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La Mujer Que Yo Robé
RomanceDionisio Ferrer ha llegado a El Soto por cuestión de negocios; Una vez ahí, queda completamente deslumbrado al conocer a la bella Cristina Maldonado y nada más verla, Dionisio decide que esa mujer tiene que ser suya a toda costa sin siquiera importa...