Capítulo XII

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Caminaba de un lado a otro, inquieto. Necesitaba tomar una decisión y necesitaba tomarla ya. Seguía a la orilla del río, debatiéndose entre marcharse o ir detrás de ella. Se pasó una mano por su rostro, agitado, nervioso, frustrado al recordar el grave error que había cometido. Giró su rostro en dirección a donde ella había partido. Ya no la veía. Sintió una fuerte presión en el pecho, una sensación intolerable de abandono. Estaba sólo nuevamente, y tal vez sólo para siempre.

*No.*- reaccionó de repente, conteniendo las lágrimas que amenazaban por caer de sus ojos.

Cristina lo amaba. Ella se lo había dicho y él, él la adoraba más que a nada en su vida. Ya no estaba dispuesto a seguir callando. Se negaba rotundamente a engañarse a sí mismo pensando que algún día la podría olvidar. La amaba. Amaba a su Cristina, y tenía que decírselo en ese mismo instante.

-¡Cristinaaa!

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-¿Qué has dicho?- preguntó Cristina incrédula, enfrentando a su marido.

-Cristina, mi cielo...- comenzó él, nervioso, intentando acercarse a ella.

-¡No me llames así!- retrocediendo.- Y no te me acerques.

-Todo es un mal entendido, Cristina. Yo simplemente decía que...

-¡No te atrevas a negarlo, Esteban! ¡Sé muy bien lo que escuché!- enfurecida se abalanzó sobre él, golpeándolo en el pecho.- ¡¿Cómo es posible que te expreses así de mi propia hija?! ¡Eres un infeliz! ¡Un poco hombre!

Esteban hacia lo posible por protegerse de los golpes de Cristina. Había cometido una gran imprudencia y estaba seguro que ella jamás se lo perdonaría. Estaba perdido. Tomó a Cristina por las muñecas y la retuvo hacia él.

-¡La culpa la tienes tú!- le gritó él a Cristina.- Te supliqué mil veces que nos fuéramos lejos. Solos. Tú y yo, mi cielo.

Esteban enterró su rostro entre el cuello y hombro de Cristina con intensión de besarla. Ella forcejaba, queriendo zafarse de él ante la mirada del Rubio que no sabía qué hacer.

-¡Suéltame! ¡Te aborrezco! ¡Te odio!

-¡Patrón suéltela!- intervino el capataz con intención de hacer a Esteban entrar en razón.

-¡No te metas Rubio! ¡Vete de aquí!- ordenó a su fiel trabajador.

Cristina aprovechó la distracción y dio un fuerte rodillazo a Esteban, golpe bajo, ahí en donde a todo hombre hacia retorcer de dolor. Él cayó de rodillas, doblándose hacia delante, enfurecido tras el inesperado asalto.

-¡No te vuelvas a acercar a mi hija ni a mí!

-Cristina.- dijo él, entre el dolor.- Yo te amo, mi cielo.

-¡Pues yo ya no te amo a ti! ¡Me enamoré de otro! Y no quiero volver a verte nunca más.

Esteban la miró marchar hasta perderla de vista. Se puso de pie al recuperarse del golpe, molesto con su capataz por lo poco leal que se había mostrado. Lo fulminó con la mirada, a punto de enfrentarlo pero escuchó ruido entre la hierba que captó su atención. Era Dionisio. Ese "infeliz", como él lo llamaba, iba tras su mujer. Dionisio no se percató de su presencia y Esteban en compañía del Rubio lo observaba alejarse en dirección a la hacienda.

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-¡Cristinaaaaa!- gritó nuevamente Dionisio.

Faltaba poco para llegar a la hacienda. Enfrentaría a quien fuera por verla. Por hablar con ella. Por decirle que la amaba y que quería pasar el resto de su vida con ella. Seguramente el imbécil de su marido pegaría el grito en el cielo pero tendría que aceptar su derrota. Él le había robado a su mujer y ya no había nada que hacer al respecto. Un fuerte trueno irrumpió en los oídos de Dionisio. Sintió perder el equilibrio y cayó de rodillas sobre la hierba. Una agonizante sensación de ardor lo hizo llevar su mano a su hombro. Sus fuerzas comenzaron a fallarle, su vista a nublarse y su respiración a acelerarse. Retiró su mano de dónde provenía el inexplicable dolor y la miró. Sangre. Todo se oscureció al sentir un fuerte golpe en la cabeza.

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-Dionisio.- dijo ella en un susurro.

Corrió lo más rápido que pudo hacia donde había escuchado el disparo. Angustiada por encontrarse con lo peor. Entró en pánico al encontrarlo tendido sobre la hierba. Se acercó a él, pidiendo auxilio y rogando por qué alguien la escuchara. Estaba boca abajo y ella recobró las fuerzas suficientes para voltearlo. Aun a través de sus ropas negras, Cristina logró darse cuenta que su hombro izquierdo estaba completamente ensangrentado. Estaba inconsciente, ella llevó su mano sobre la herida, ejerciendo presión para detener la pérdida de sangre.

-¡Dionisio, mi amor!- gritaba angustiada entre lágrimas.- ¡Despierta!

-¡Patrona!- se acercó el peón y chofer de La Benavente.

-¡Chucho ve por la camioneta! ¡Está perdiendo mucha sangre!- ordenó Cristina.

-¡Sí Patrona!

Cristina sacudía a Dionisio, queriéndolo hacer reaccionar. Lloraba inconsolablemente. Se inclinó hacia él, besándolo en los labios, esta vez, él no correspondió.

-Te amo, Dionisio. Te amo.

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Tenía que ser un sueño. Sentía una paz infinita y estaba feliz. Pero se sentía tan real. Caminaba solo. Completamente solo hasta que miró a una mujer. Le daba la espalda pero al acercarse, ella giró. Era Cristina. Su Cristina. Sonriéndole con adoración como siempre lo hacía. Ella lo tomó de la mano y avanzó con él. Dionisio la acompañaba encantado. No había palabras. Solo miradas y sonrisas. Un niñito apareció ante ellos. Parecía él de pequeño. Cabello oscuro y ojos verdes. Pero no como los de él. No. Sino como los de Cristina. Ella se agachó y tomó al pequeño en sus brazos. Arrimándolo hacia Dionisio mientras el niñito extendía sus brazos a él. "Papá". Él sonrió tomando al pequeño en sus brazos, besándolo y mimándolo con adoración. Abrazó a Cristina con un brazo, apegándola a su costado y continuo su camino como nunca antes había hecho, repleto de felicidad y muy bien acompañado.

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-Deberías descansar un rato, mamá.- sugirió Acacia a Cristina.

Llevaban horas esperando noticias sobre el estado de salud de Dionisio en la sala de emergencias. Cristina no se sentía bien. Habían sido demasiadas emociones en un solo día. Estaba agotada pero no se movería de ese lugar hasta no saber que Dionisio, su Dionisio estaba bien.

-Acacia tiene razón, señora.- agregó Ulises.

-No pienso moverme de aquí hasta no recibir noticias de Dionisio.

-Iré a investigar a ver si me pueden informar algo.

El muchacho se alejó. Acacia aprovechó y tomó asiento a un lado de su madre. Realmente la miraba muy decaída. Ella sabía cuánto amaba a Dionisio. Su madre se lo había confesado meses atrás cuando ella le aseguró que no la juzgaría. Y no lo hacía. Dionisio era un gran hombre y más que nada su madre era feliz a su lado. A ella también le dolía todo lo que estaba pasando.

-¿Fue él verdad?- preguntó Acacia.- ¿Fue Esteban quién le disparó?

-No puedo asegurarlo, hija. Cuando lo miré estaba el Rubio con él. Pudo haber sido cualquiera de los dos.

-Familiares del Señor Ferrer.

Cristina se puso de pie y se acercó al médico. Ansiosa por recibir noticias. Por saber si Dionisio estaría bien. Quería verlo. Necesitaba verlo.

-Él no tiene familia pero estamos nosotros con él.- respondió Ulises, uniéndose a Acacia y Cristina.- Es como un padre para mí. Por favor díganos como está.

-El trayecto de la bala, por suerte no daño ninguna arteria ni nervio. El señor Ferrer es fuerte.- alentando a Cristina, quien se veía más afectada.- Se recuperará satisfactoriamente.

-¿Cuándo lo darán de alta, Doctor?- preguntó ella expectante.

-Perdió bastante sangre y está muy débil. Lo mantendremos en observación esta noche, mañana veremos cómo se siente.

-¿Podemos verlo, Doctor?- preguntó Acacia.

-En cuanto lo trasladen a su habitación podrán entrar a verlo. Le hemos aplicado un sedante para que descanse así que la visita tendrá que ser rápida.

Se sentía aliviada. Su Lobo estaría bien. Cristina perdió la fuerza en sus piernas y todo se volvió oscuro. Se había desmayado.

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-Los militares andan rondando el área, revisando los plantíos.- informaba el joven a Danilo.

-Ya sabes que hacer, Memo. Evita a toda costa que se acerquen al sótano. Para eso te pago.

-Y lo sé. Pero yo no confió mucho en Isadora. Estoy seguro que a la primera, saldrá corriendo y dejándonos con el negocio a medias.

-Relájate. Isadora es de fiar. Yo la tengo en mis manos.

-¿Y Perla?- preguntó el joven.

-¿Por qué preguntas por mi vieja?- preguntó suspicaz.

-Tranquilo, simple curiosidad. Isadora y ella no se llevan muy bien que digamos. Me preocupa que una de ellas por venganza nos vaya a echar de cabeza.

-¿De qué tendrían que vengarse?

-Por tú atención. No me digas que no has notado que las dos andan locas por ti.

-Así son las viejas.- contestó despreocupado.- Pero a mí ninguna de ellas me interesa.- dijo, sacando una fotografía de su escritorio.- Yo solo quiero a una. Turquesa.

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-Me alegra mucho que Don Dionisio este fuera de peligro.- dijo Alejandra a su amiga.- ¿Y tu mamá como está?

-El Doctor la está atendiendo. Sufrió un desmayo y aunque recobró el conocimiento rápidamente el Doctor insistió en hacerle unos estudios. Dice que un desmayo nunca se debe tomar a la ligera.

-Veras que saldrá bien.- animó Alejandra a su amiga.

-Gracias por estar aquí, Ale.

-Es lo menos que puedo hacer. Ustedes se han portado tan bien conmigo desde que llegué al pueblo y tengo mucho que agradecerles.

-¿Ya pensaste bien sobre lo que te dijo mi mamá? Sabes que las puertas de La Benavente siempre estarán abiertas para ti.

-Sí lo pensé bien. Y creo que sí aceptaré regresar a vivir con ustedes. ¿Pero tú crees que tú mamá siga estando de acuerdo?

-¡Claro que lo estará!- exclamó la joven entusiasmada.

Acacia no podía estar más feliz. Su relación con Alejandra había crecido en una gran amistad. Más que simple amigas, se consideraban hermanas. Un lazo tan fuerte que estaban seguras nada ni nadie rompería.

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Cristina estaba ansiosa, inquieta. Ya se sentía mucho mejor pero el Doctor le había indicado que lo esperara en su consultorio. Estaba tardando demasiado. Ella quería ver a Dionisio. Estar con él. Comprobar por sí misma que él estuviera bien. Escuchó la puerta abrirse y miró entrar al Doctor con un sobre en mano. No lo veía preocupado. Eso le indicó que los análisis de sangre tal vez habían dado buenos resultados.

-Cristina.- dijo el Doctor.- La felicito.- agregó sonriente.- Pronto volverá a ser madre.

Cristina pensó no haber escuchado bien.

-¿Qué dice?- preguntó nuevamente, esperando recibir otra noticia, diferente a lo que el Doctor había dado a entender.

-Está usted embarazada, Cristina. Tiene aproximadamente...- mirando el documento en mano antes de continuar.- Ocho semanas de gestación.

Ni la alegría con la que el Doctor Vivanco le había dado la noticia logró contagiar a Cristina. Estaba embarazada. Embarazada de Dionisio. Le parecía increíble. Ella jamás planeó pasara eso y estaba segura que él tampoco. No sabía qué hacer. ¿Cómo lo tomaría Dionisio? ¿Valdría la pena decírselo? Cristina llevó ambas manos sobre su vientre. De pronto alegrándose ante la idea de volver a ser madre. Madre de un hermoso bebé, producto del amor que ella y Dionisio se tenían. Su pequeño lobito. ¿O lobita?

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Se sentía adolorido. Cansado. Débil más que nada por el sedante que le habían aplicado. Abrió los ojos lentamente y esbozó lo que parecía ser una sonrisa al ver a Cristina a su lado.

-¿Cómo te sientes?- preguntó ella, acercándose a él y tomando su mano entre las suyas.

-Agotado.- respondió él.

-¿Recuerdas lo que pasó?

-Poco.- dijo él, intentando recordar.- Ese imbécil me disparó.

-¿Esteban?- preguntó ella expectante.

-Sí. Alcance a verlo entre los árboles, después sentí un golpe en la cabeza y lo demás, bueno, tú lo sabes.

-Me preocupe mucho por ti.- confesó ella, sintiendo unas lágrimas brotar de sus ojos.- Yo pensé que te morías, y si eso sucediera yo ya no sabría vivir sin ti.

A Dionisio lo conmovieron sus palabras. Le dolía verla llorar. Alargó su mano con mucho esfuerzo, secando las lágrimas que caían por el rostro de Cristina.

-No llores, mi amor.- dijo él, tomándola por sorpresa al llamarla de esa manera.- No llores por mí. Te amo, Cristina.- confesó.- Te amo y te lo digo de frente. No quiero, nunca, alejarme de ti.

-Mi amor.- respondió ella, lanzándose cuidadosamente sobre él.- Yo también te amo.

Cristina lo besó. Dionisio correspondió. Un beso tierno, dulce. Él al fin sintiéndose pleno. Al fin dando a conocer sus sentimientos y ella no podía estar más feliz. Tenía una noticia que darle y si había dudado antes, esas dudas habían sido olvidadas tras la confesión de Dionisio. Su Dionisio. Futuro padre de su hijo. ¿O hija?

La Mujer Que Yo RobéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora