El sol comenzaba a caer. Dionisio y Cristina se encontraban profundamente dormidos, sus cuerpos desnudos envueltos bajo las sábanas. Él dormía boca abajo y Cristina acurrucada parcialmente sobre él, lo abrazaba con un brazo por la cintura. No fue hasta que empezó a sentir leves pinchazos de dolor sobre su tobillo que ella despertó. Se sentó en la cama cuidadosamente con la intención de no despertarlo. Posó su mirada sobre él, la sábana envuelta a lo alto de su cintura dejando mucho al descubierto, Cristina se permitió contemplarlo de pies a cabeza y encantándole lo que veía sintió el repentino impulso por tocarlo. Trazó lentas caricias desde la espalda baja de Dionisio, ascendiendo hasta donde los rasguños que ella misma le había dado comenzaban a desvanecerse. Cristina se inclinó hacia abajo, repartiendo tiernos besos sobre el moretón, producto del golpe que el Rubio le había dado la noche anterior. Dionisio siguió durmiendo, respirando acompasadamente, pero era demasiado tarde y Cristina tenía que regresar a la hacienda.
-Dionisio.- susurró ella mientras le mordisqueaba juguetonamente la oreja.- Dionisio.- llamó otra vez.
-Mmmmm.- murmuro él, somnoliento y disfrutando se las caricias de Cristina.
-Tengo que regresar. Ya es tarde.
Para Dionisio no era costumbre compartir ese nivel de intimidad con alguien. Normalmente usaba a las mujeres para saciar su propio deseo y después de haberlo hecho las despedía para no volver a verlas nunca. Giró sobre su espalda y al abrir los ojos se encontró con la más bella imagen de su vida. Cristina inclinada sobre él, despeinada, con las mejillas sonrosadas y sosteniendo la sábana con una mano a lo alto de sus pechos. Estaba sonriendo. Sonriéndole a él y Dionisio no pudo hacer más que corresponderle de la misma manera, confundido por las emociones que esa mujer comenzaba a despertar en él.
-Eres un dormilón.- dijo Cristina al verlo sonreír y se inclinó a besarlo levemente, acto que él agradeció pues lo alejó de sus turbios pensamientos.
-Complacer a una dama requiere de mucho esfuerzo físico.- respondió sonriente, jalándola hacia él, sobre su pecho.- Además, tú también te quedaste dormida.- la acusó al tiempo que le daba una nalgada y ahogando el grito de ella con largo beso.
-Ya es tarde.- repitió Cristina, interrumpiendo el beso.
-¿Tarde para qué?- preguntó Dionisio un poco frustrado pues nuevamente sentía la necesidad de tenerla.
-En la hacienda comenzaran a preocuparse. Tengo que regresar, Dionisio.
No quería que se fuera, pero se prohibía a sí mismo confesarle eso a Cristina. Dionisio no tuvo más remedio que ceder a sus peticiones y llevarla a casa. Su diluvio de tranquilidad había terminado.
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-Aquí tienes tu contrato.- dijo Norberto, entregándole el documento a Danilo.- Cumplí con lo que me exigiste, ya perteneces a la Asociación de Productores de Algodón así que es todo lo que haré por ti.
-Sabía que podía contar contigo.- respondió Danilo, sonriendo cínicamente.- Y para que veas que te considero mi amigo, entrada gratis cuando quieras a la casa de citas. Bebidas, viejas, todo lo que quieras y cuando quieras.
Para Norberto resultaba todo muy tentador. Más aun cuando vivía esclavizado a un matrimonio en el cual no existía el amor, pero Danilo no era de fiar y estaba seguro que lo traicionaría a la primera oportunidad.
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-Si lo que quieres saber es, si soy casado. Puedes estar tranquila.
Dionisio conducía hacia la hacienda con Cristina a su lado, interrogándolo durante el trayecto a casa. Cosa que incomodaba a Dionisio pero siempre encontraba la manera de evadir ciertas preguntas.
-No soy casado y nunca lo he sido.- respondió serenamente.
-¿Por qué?- preguntó Cristina, interesada en obtener una respuesta.
Dionisio no supo que responder al instante y Cristina lo observaba intentar encontrar una respuesta pero él se rindió.
-No lo sé. Tal vez no es algo que anhele o que crea necesario.
-E ¿hijos? ¿Tienes hijos?
-Cristina, no me lo tomes a mal pero, me incomoda mucho hablar de estas cosas.- confesó.
-Disculpa, no quería incomodarte. Es solo que tú sabes casi todo de mí y yo, bueno yo solo sé a lo que te dedicas y que viajas mucho, y que eres guapísimo.- confesó ella a modo de relajarlo nuevamente, él sonrió.
Arribaron a la hacienda y después de estacionarse a la entrada, Dionisio fue a abrirle la puerta a Cristina, ayudándola a bajar y sosteniéndola con un brazo por la cintura, aunque el dolor en su tobillo había disminuido aún le causaba molestia apoyar el pie.
-¿Y ahora que te pasó, mi cielo?- preguntó Esteban, saliendo por la puerta principal, acercándose a Cristina y alejándola de Dionisio.
-No es nada, estoy bien.- respondió, apartándose lo más posible de Esteban.
-Mamá.- llegó Acacia, alarmándose al ver el tobillo de Cristina vendado.- ¿Qué te pasó?
-Cristina tropezó y se torció el tobillo.- explicó Dionisio.- Afortunadamente, yo estaba ahí para auxiliarla.- dijo, mirando y sonriéndole a Cristina.
-¿Te duele mucho, mi cielo?- insistió Esteban, acercándose a ella.
-Le pediré a Rosa que busque algo para el dolor.- intervino Acacia.
-No, no es necesario hija.
-No creo que sea necesario.- dijo Dionisio al mismo tiempo que Cristina.- Ya la llevé al doctor, le aplicaron una inyección para el dolor, la sobaron.- explicaba Dionisio con excesiva connotación sexual, cosa que Cristina entendió perfectamente y lo quería matar.- En fin, la trataron como toda una reina.- finalizó esbozando esa perfecta sonrisa que iluminaba todo.
-Creo que no me siento bien, debe ser por la inyección. Me retiro a descansar.- se despidió nerviosamente Cristina.- Gracias por todo, señor Dionisio, gracias.
Dionisio le tomó la mano y sin retirar la mirada de sus ojos la llevó a su boca, depositando un suave beso sobre ella.
-Siempre un placer. Buenas noches, Cristina.
-Acacia por favor ayuda a tu madrea entrar mientras despido a...- otra vez esa pausa, a Esteban le costaba nombrar a Dionisio.- Al señor.
-Sí no hace falta que me lo pidas Esteban, gracias.- respondió enfadada.
Ambas mujeres entraron, dejando a Dionisio y Esteban a solas. El Rubio apareció a un costado de Dionisio, mirándolo fijamente, atento a todos sus movimientos.
-Acacia insiste en seguir dejándote entrar a estas tierras.- comenzó Esteban.- Y por lo visto, mi mujer también. Pero creo que no hace falta decirte lo que pienso al respecto.
-Tienes razón. No hace falta ni me importa lo que tú pienses.
-¡Aléjate de Cristina! Esta será la última vez que te lo digo.
-Me estás hartando con tus amenazas que evidentemente no son más que palabras.- lo enfrentó Dionisio.- ¿Qué vas hacer? ¿Pedirle a tu perro faldero que ataque? No te metas conmigo, yo sí puedo llegar a ser muy peligroso. Y ten por seguro que yo, no amenazo en vano.
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-¡No quiero volver a ver a ese infeliz aquí!- entró Esteban a la recamara que hace noches ya no compartía con Cristina.
-¡¿Qué te pasa?! ¿Por qué entras así?- preguntó ella, disgustada desde la cama.
-Dionisio, es un miserable que lo único que busca es estar cerca de ti. Es demasiada coincidencia que donde tu estas, él también se aparece.
-Baja la voz. No necesito que Acacia se entere de nuestros problemas.
-Problemas que desde que ese infeliz apareció hemos tenido.
-¡Eso no es verdad! Deja de buscar culpables. ¡El único que tiene la culpa de que yo ya no te amé eres tú!- confesó Cristina.
Sus palabras lo tomaron por sorpresa pero mucho más a ella. Nunca pensó llegaría ese momento. Ella se había casado completamente enamorada de ese hombre hace casi una década y ahora se encontraba gritándole en su cara que ya no lo amaba.
-¿Ya no me amas?- preguntó, dolido y sorprendido.
-Por favor, Esteban, sal de mi cuarto. Mañana hablaremos cuando estemos más tranquilos.
Esteban salió sin protestar. Completamente conmocionado por las palabras de Cristina. Ella simplemente se acostó en su cama y abrazándose a sí misma lloró hasta quedarse dormida.
*Dionisio...* susurró entre el llanto, extrañándolo más que nunca.
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-Ya pasa de las diez y Ulises no llega.- dijo Dionisio a Acacia, ambos sentados en una banca del famoso parque de El Soto.
-Lo que pasa es que lo cité a las once.- contestó Acacia aceptando culpabilidad por el retraso del muchacho.- Quería hablar contigo.
-¿Conmigo?- preguntó Dionisio, extrañado.- ¿De?
-De mi mamá.
-¿Qué le pasa a tu mamá? ¿Se volvió a lastimar?- preguntó preocupado.
-No, no, tranquilízate. No es eso.
-¿Entonces? No entiendo.
-¿A ti te gusta mi mamá?
La pregunta tomó a Dionisio por sorpresa. ¿Qué si le gustaba? ¡Le fascinaba! Pero no podía decirle eso a Acacia.
-Bueno, por supuesto. Tu madre es una mujer muy bella. Pero no entiendo a qué viene la pregunta.
-Porque he visto cómo se miran.- contestó sonriendo.- Y estoy segura que tú también le gustas a ella.
-¿Yo le gusto a Cristina?
-Sí.
-No lo creo.- respondió Dionisio para evitar sospechas.
-Claro que sí. Mi mamá se ve feliz cuando está contigo, cosa que no pasa cuando esta con Esteban. Se la pasan discutiendo todo el tiempo.
-¿Con qué fin me cuentas todo esto?
-Quiero que tú y mi mamá se traten como algo más que amigos. Esteban no la merece, Dionisio. Creo que te has dado cuenta de eso. Por favor ayúdame a alejarlo de ella.
-Realmente me sorprenden tus palabras, muchacha. Yo no creo ser el indicado para eso.
-Por supuesto que lo eres.
-Te aseguro que no. Si Cristina llegara a enamorarse de mí, sufriría bastante. Soy sincero incluso para reconocer que ella merece a alguien mucho mejor que yo.- concluyó, Dionisio.
Cristina no podía enamorarse de él. No podía. Él no lo merecía.
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-Dijiste que hablaríamos ahora.- le recordó Esteban a Cristina, tomando asiento a su lado en el sofá.- Ya estamos mucho más tranquilos y podemos hablar con claridad. Dime que no es verdad lo que dijiste anoche, mi cielo.
-Esteban no te alteres, por favor. Acepto que lo dije en un arranque de coraje pero también considero que si lo dije es porque debe ser verdad.- se sinceró con él.- Hemos estado tan distanciados últimamente que ya no siento que somos los de antes.
-Sí, mi cielo. Y yo tengo culpa de ello. He puesto el trabajo primero que a ti pero te prometo que eso va a cambiar. Cristina, yo te amo. Tú eres mi vida y no quiero perderte. Por eso me preocupa que ese infeliz se empeñe en buscarte tanto.
-No tienes por qué insultarlo de esa manera.- respondió Cristina.
-¿Por qué lo defiendes tanto?- pregunto él empezando a alzar la voz nuevamente y poniéndose de pie.
-Es evidente que contigo ya no se puede hablar tranquilamente. Te alteras por nada, Esteban.
-Ese tipo y su maldita construcción me tienen así. Es altanero, cínico, ¡me golpeó!
-Basta ya, Esteban. Y desde ahorita te aviso que esta noche vienen a cenar él y Ulises. Acacia los invitó. Espero que no armes escándalos pues también estarán Juliana y Norberto.
Cristina se puso de pie, su tobillo aun vendado, y se dirigió a su recamara. La conversación había terminado.
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Ulises y Acacia fueron los primeros en llegar a la cena. Cristina salió a recibirlos y al ver que la camioneta de Dionisio se acercaba los muchachos decidieron entrar, dejando sola a Cristian y esperando a Dionisio. Él estacionó su camioneta y salió de ella, con paso decidido hacia Cristina. Al verlo sonreír, la contagió. Vestido completamente de negro, a Cristina le pareció más atractivo que nunca.
-Una flor.- dijo él, ya parado ante Cristina y sacando una flor de su saco.- Para otra flor.- se la entregó e inclinó a besarla en la mejilla.
-Esta hermosa.- respondió Cristina, esbozando una gran sonrisa y llena de alegría.
-No más que tú.- agregó él.
-Gracias.- contestó Cristina, sonrojándose levemente, cosa que le fascinó a Dionisio.
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-¿Cómo sigue tu tobillo?- pregunto él, ya ambos sentados en la sala.- ¿Necesitas otra inyección?
-Estoy bien gracias. Por favor compórtate.- lo regañó en un susurro.- Hoy vienen mis compadres a cenar con nosotros.
-Prometo controlarme. Pero no garantizo nada.
-Tu sonrisa te delata.- dijo ella riendo levemente.- ¿Tendré que amarrarte las manos?
-Me encanta la idea. Siempre y cuando sea en la cama.
A Cristina también le encantó la idea. Pero ya sería en otro momento. Ambos sonrieron como quedando de acuerdo. Se escuchaban pasos y voces aproximarse. Ambos se pusieron de pie para recibir a los recién llegados.
-¡Buenas noches!- saludó Juliana.- Comadre, te ves radiante como siempre. ¿Y eso?- al percatarse que Cristina solo calzaba una bota y tenía el otro pie vendado.
-Es una larga historia, comadre. Nada importante. Norberto, hola.- dándole un beso en la mejilla a su compadre.- Miren les presento al señor Ferrer.
-Dionisio por favor. Encantando.- saludando a Norberto.
-Mucho gusto, soy Norberto. Ella es Juliana, mi esposa.
-Muchísimo gusto, Dionisio.- saludó Juliana, sin intención de disimular su coqueteo con él.
-Un placer.
Dionisio sonrió y le tomó la mano, en un gesto común en él la llevó a sus labios, depositando un beso sobre ella. A Cristina no le gustó nada eso, mucho menos la manera en que su comadre actuaba frente a él. A Norberto no pareció importarle pues se disculpó y alejó en búsqueda de Esteban. Juliana y Dionisio platicaban, Cristina aportando muy de vez en cuando a la conversación. La verdad es que no era nada nuevo. Era evidente que Dionisio estaba acostumbrado a atraer a todo tipo de mujeres y es por eso que ya hasta le resultaba normal que lo bombardearan con preguntas al conocerlo. Pero Cristina sabía que eso lo incomodaba. Él mismo se lo había confesado y eso era algo que Juliana desconocía de él. Cristina se sentía con ventaja.
*Estás celosa.* escuchó una voz interior decirle. *Por supuesto que no.* se convenció a sí misma.
-Iré a ver si la cena esta lista.- se disculpó Cristina, en tono serio.
Juliana la ignoró, totalmente entretenida platicándole algo a Dionisio. Él sí alzó la vista a Cristina y la miró alejarse. Parecía molesta pero no estaba seguro.
-Perdón. Juliana.- la interrumpió.- Tengo que hacer una llamada.
Dionisio salió tras Cristina rápidamente. Buscándola por el pasillo que la miro desaparecer. Encontró una puerta medio abierta y supo que estaba ahí. Su aroma la delató.
-Esta no es la cocina.- le dijo él, entrando en lo que parecía ser una habitación para visitas.
-¿Ya te aburriste de Juliana?- le reprochó ella, cosa que sorprendió a Dionisio.
-¿Estás celosa?
-Por supuesto que no.- negó ella.
-Yo creo que sí.- aseguró él sonriendo.
Acorraló a Cristina contra una pared, sosteniéndole ambas manos por las muñecas sobre su cabeza. Acercando su boca a la de ella y susurrándole antes de besarla.
-Y ¿sabes qué? No tienes por qué estarlo.
Dionisio la besó. Ella se resistió por unos segundos pero terminó por corresponderle. Apartando sus labios para él. Para dejarlo invadir su boca con su lengua en beso totalmente apasionado. La dejó sin aliento y él también tenía problemas recobrando su compostura, pero tenían que hacerlo. La cena estaba lista.
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-Brindemos entonces por esa magnífica noticia.
Propuso Juliana al escuchar a Dionisio dar a saber que las construcciones del proyecto iniciarían en dos semanas. Trago amargo para Esteban, quien seguía completamente oponiéndose a esa idea de atraer turismo al pueblo. Acacia y Ulises brindaban feliz, pues se encontraban entusiasmados por ver el a El Soto progresar. Norberto estaba indiferente ante la idea pero la bebida era su vicio así que aceptó una copa, encantado. El beso que había compartido con Dionisio antes de la cena, lejos de tranquilizarla, la agobió demasiado. Él había insistido en que ella se sentara a su lado incluso la había jalado discretamente para evitar que se alejara de él. Ese juego se había vuelto peligroso. Ella ya no veía a Dionisio como un pasatiempo o una aventura fugaz. Lo celaba. Odiaba que Juliana se mostrara tan atento con él y él tan complaciente. Sintió la mano de Dionisio sobre su pierna y ella la apartó rápidamente. Los demás seguían platicando. Ulises por la milésima vez contaba los planes detalladamente para el proyecto. Sintió la mano de Dionisio volver a posarse sobre su pierna y esta vez en lugar de apartarla le dio una fuerte patada con el talón sobre el pie, causándole no solo dolor a él sino a ella misma ya que lo hizo con el pie lastimado. Cristina gimoteó de dolor, al tiempo que Dionisio tosía, llamando la atención de todos los que se encontraban en el comedor.
-¿Todo bien?- preguntó Norberto.
-Mi cielo, ¿Qué pasa?
-Estoy bien, estoy bien.- haciendo una mueca de dolor.
Juliana daba golpes sobre la espalda de Dionisio quien poco a poco dejaba de toser.
-¿Qué paso?- preguntó Juliana.
-Ya estoy bien, gracias.- dijo Dionisio.- Cristina, ¿Estás bien?- preguntó preocupado al verla retorcerse de dolor.
-Sí. Solo, si me disculpan. Me iré descansar ya. No me siento bien.
Los hombres se pusieron de pie al ver que ella lo hacía, Dionisio intentó darle la mano para ayudarla pero ella la rechazó discretamente, tomando la de Esteban en su lugar, se retiró a su recamara.
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Dionisio había esperado un tiempo prudente para también despedirse de los presentes. Agradeció que Norberto se había puesto lo bastantemente borracho que Juliana no pudo despegársele ni un instante. Montó en su camioneta pero aún no tenía planes de irse. Cristina estaba molesta y no podía dejarla así. Ella se encontraba en su recamara, en completa oscuridad. No estaba dormida, tenía bastante en su mente como para poder conciliar sueño. Es por eso que escuchó los leves golpes sobre su ventana y la voz de Dionisio susurrando su nombre.
-¿Qué haces aquí?- dijo en un susurro al tiempo que abría la ventana y lo dejaba entrar.
-¿Por qué estás molesta conmigo?
-El Rubio acostumbra vigilar por las noches y si te ve salir de aquí no sé de lo que Esteban es capaz.- respondió ella ignorando su pregunta.
-¿Por qué estás molesta conmigo, Cristina?- insistió él tomándola por los brazos delicadamente y guiándola hacia la cama.
-Suéltame, no podemos hacer esto aquí.- dijo ella ejerciendo un poco de resistencia.
-¿Por qué no?- preguntó él, cayendo con ella sobre la cama.- Tú me deseas.- dijo al tiempo que empezaba a besarle el cuello, apresando las manos femeninas con las suyas.- Y yo ya no puedo negarlo. Cristina te deseo.
-Por favor, Dionisio, suéltame.- suplicaba ella, negándose a ceder una vez más.- No podemos seguir así.
Esas palabras lo hicieron reaccionar. Se apartó de ella. Recobrando su respiración.
-Perdóname. Cristina, has llegado a ser importante para mí y lo último que quiero es lastimarte.
-¿Alguna vez te has enamorado?- preguntó Cristina.
-¿Por qué me preguntas eso?
Los golpes a la puerta y llamados de Esteban los tomaron por sorpresa. Cristina quería una respuesta pero sabía que no la iba obtener.
-Vete.
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Dionisio entró a su casa. Estaba llena de muebles de lujo, decorada con cuadros valiosos, pero vacía. Como él. Tomó asiento en el sofá después de servirse una copa de whiskey, reflejando en la pregunta que Cristina le había hecho. "¿Alguna vez te has enamorado?" Dionisio no conocía ese sentimiento. No conocía el amor. ¿Cómo iba a saberlo? Conocía lo que era desear a una mujer más que a nada. Conocía la lujuria. Conocía el placer de poseer cuantas mujeres se rindieran a sus pies para después deshacerse de ellas sin sentir remordimiento o culpa. Pero con Cristina no era así. Ella era diferente. Lo hacía sentir diferente. Se sentía en paz, tranquilo cuando la tenía a su lado. Ahora parecía que ella ya no quería nada con él y ese sentimiento de abandono que sintió cuando era niño al enterarse que no tenía padres volvía a hacerse presente en él. Ese maldito sentimiento que lo lastimó toda su infancia y parte de su adolescencia volvía a burlarse de él.
*Cristina... Cristina...*
La amaba. Y lo sabía.
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La Mujer Que Yo Robé
RomanceDionisio Ferrer ha llegado a El Soto por cuestión de negocios; Una vez ahí, queda completamente deslumbrado al conocer a la bella Cristina Maldonado y nada más verla, Dionisio decide que esa mujer tiene que ser suya a toda costa sin siquiera importa...