Capítulo IX

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Le causó gracia la expresión que su madre y Dionisio tenían en sus rostros pero contuvo su risa. No quería incomodarlos y lejos de molestarle la idea de que hubiera algo entre ellos, al contrario, le agradaba y mucho.

-Acacia, yo...

-Hija tenemos que hablar.- intervino Cristina un poco angustiada.

-Mamá no te preocupes, por favor.- tranquilizando a Cristina.- Dionisio, fue una imprudencia de mi parte y no me debes ni una explicación.- de repente siendo ella la que se sentía incómoda.

-De acuerdo pero aun así permíteme dártela. Tu madre se sintió un poco mal y yo solo vine a, a asegurarme que se encontrara bien. Que no necesitara nada o algo.- mintió Dionisio.

-Acacia, hija, acompáñame a la sala, tenemos que hablar.

-Que no mamá. De verdad no hace falta. Yo solo venía a avisarles que Ulises y yo nos vamos a la hacienda.

-Pero, ¿Por qué tan pronto, hija?

-Esteban está insoportable y no deja de molestarme sobre mí relación con Ulises, mamá.- enfadándose un poco.

Dionisio agradeció el cambio de tema, aliviado. Mientras Cristina y Acacia platicaban él se alejó un poco deshaciéndose de su corbata y desabrochando unos botones de su camisa para esconder la mancha. Escucho a Acacia despedirse de su madre y miró como se inclinaba a susurrarle algo, que la hizo sonreír, al oído.

-Iré a hablar con Esteban.- dijo Cristina, acercándose a Dionisio ya una vez su hija se había ido y mucho más tranquila.

-Me parece perfecto.- respondió él con su habitual sonrisa plasmada en su rostro.- Sirve que aprovechas y le dices que no vas a casarte con él.

-¿Y tú como estas tan seguro que no voy a casarme con él?- retó a Dionisio, pero sonriendo seductoramente.

-Fácil.- respondió, acercando su rostro peligrosamente cerca al de ella.- Tú no lo amas. Y una mujer nunca se casa sin amor. Mucho menos cuando existe otro que pueda interesarle.

Tenía razón y Cristina lo sabía. Pero aún no estaba tan segura sobre qué decisión tomar. Ese otro hombre del que Dionisio hablaba era él. Precisamente él. Un hombre aterrado al compromiso. Lo más sensato sería aceptar la propuesta de su marido.

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-Isadora Lazcano. Mucho gusto.- extendiendo su mano a aquel extraño pero, le pareció, interesante hombre con bastón.

-Danilo Vargas.- estrechando la mano de Isadora para después incitarla a dar una vuelta ante él mirándola de arriba abajo.- El gusto es mío. Es usted muy hermosa.

Isadora era coqueta por naturaleza. Usaba a los hombres a su antojo, para saciar sus deseos carnales como sus extravagantes gustos. Danilo le agradó. Bueno, más que eso, le gustó.

-Háblame de tú. Al fin de cuentas presiento que seremos muy buenos amigos.

-Me gusta la idea. Isadora. Tengo una propuesta que estoy seguro, no dudarás en aceptar.- Danilo llevó la mano de ella a sus labios y la besó.

-Hablemos de eso entonces, pero ahora no. Invítame a cenar mañana.

-Como la dama pida.

Danilo sonrió y ella correspondió en complicidad. Era perfecta para sus planes. Una mujer de mundo con conexiones a nivel internacional. Justo lo que necesitaba para hacer crecer su negocio de sembradíos clandestinos.

-Dionisio, querido, ven.- lo llamó Isadora al verlo volver.- ¿Ya conoces a Danilo?- preguntó entrelazando su brazo al de Dionisio al tenerlo a su lado.

-No había tenido el gusto. Dionisio Ferrer.- compartiendo un apretón de manos con Danilo.

-Danilo Vargas. He tenido mucho interés en hablar con usted, señor Ferrer.

-Usted dirá.- respondió cauteloso, Danilo no le daba confianza, no parecía ser buen tipo.

-Ay no. De negocios no vamos a hablar ahora.- intervino Isadora.- Disfrutemos de la fiesta, el ambiente es agradable, ¿me sacas a bailar?- preguntó a Dionisio.

Dionisio aceptó de mala gana después de ver a Cristina dirigirse a la pista de baile de mano de su marido. No le gustaba verla cerca de él y eso comenzaba a asustarle. Dionisio bailó con Isadora quien se mostraba tan efusiva como siempre. La conocía bien. Incluso más de lo que le gustaría admitir. Perdió de vista a Cristina entre la multitud que se hacía presente en la pista de baile. Al llegar el momento de intercambiar parejas tanto Cristina como Dionisio dieron media vuelta quedando frente a frente.

-Segunda vez en la misma noche.- dijo Dionisio sonriente, tomando una mano de Cristina con la de él y posicionando la otra en su espalda baja acercándola a él.- Comienzo a creer en la suerte.

-Me halaga señor Ferrer.- respondió ella, su rostro radiante de felicidad.- Solo espero se refiera a buena suerte y no mala.

-Buenísima. Como tú.

Dionisio la miró sonrojarse antes de sentirla recostar su rostro en su pecho. Se movieron al ritmo de la música, calmada, lenta. Estaba oscuro y todos los demás se encontraban al igual que ellos entretenidos con sus parejas de momento.

-¿Hiciste lo que te pedí?

-Refréscame la memoria.- respondió Cristina alzando su mirada a la de él sin entender lo que preguntaba.

-¿Le dijiste a tu marido que no vas a casarte con él?

Cristina no respondió. Por supuesto que no le había dicho. Principalmente porque no era el mejor momento pero también porque no estaba convencida sobre su decisión.

-Cristina.- insistió Dionisio.- ¿Le dijiste o no?

-¿Sabes algo?

-¿Qué?

-Creo que he llegado a interesarte, más de lo que estás dispuesto a aceptar.- respondió ella sonriéndole a él, su Dionisio, dejándolo sin habla.

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Era muy temprano por la mañana y como de costumbre, Cristina se preparaba para salir a montar. Tomó la rosa, que noches atrás Dionisio le había regalado, entre sus manos y la llevó a sus labios depositando un tierno beso sobre ella.

-Buenos días, mi cielo.- la interrumpió Esteban, entrando a la recamara sin llamar a la puerta.

-Esteban, ¿Por qué entras sin avisar?- un poco molesta.

-Por favor, Cristina, quedamos en que ibas a poner un poco de tu parte.

-Lo recuerdo perfectamente. Como también recuerdo que quedamos en que tú no me ibas a presionar.

-Yo no te estoy presionando, mi cielo.- acercándose a ella, quien se encontraba al borde de la cama y tomándole las manos.- Si estas molesta por lo de anoche, te ruego que me perdones. Pero entiéndeme, Cristina, necesito alejarme de aquí. Y te necesito conmigo.

A Cristina le pareció extraño el comportamiento de Esteban. Él jamás había insistido tanto en querer alejarse de esas tierras que decía tanto amar. Pareciera querer estar huyendo de algo o ¿de alguien? Cristina no entendía.

-Anoche me dijo Acacia que no dejabas de molestarla a ella ni a Ulises. ¿Por qué odias tanto a ese muchacho?

-¿Cómo que por qué? Por lo que representa. Pretende destruir el bosque a su propio beneficio. Y al de Dionisio también.

-No te creo Esteban. El desprecio que muestras hacia Ulises y Dionisio va más allá que eso.

-De Dionisio ni hablemos.- dijo Esteban rápidamente.- Mi cielo, quiero que lo nuestro funcione. Eres la única mujer para mí, la única que amo.

Cristina ya no sabía qué responder a los juramentos de amor que hacia Esteban. Sonaba todo tan fingido.

-Estaré fuera unos días. Iré a hacer una entrega a Ciudad Real.

-Agradezco que lo hagas, Esteban.

-No tienes por qué. Como tu marido que soy es mi deber.

-Aun así. Gracias.

-Por favor aprovecha estos días para decidir sobre lo que hablamos, mi cielo. Recuerda los momentos que hemos compartido. Todo puede volver a ser como antes, mi cielo. Nosotros podemos volver a ser los de antes.

Esteban la besó en la mejilla antes de salir de la habitación. Cristina lo miró marcharse. Ella sabía algo que él desconocía. Dionisio no solo estaba en su mente sino en su corazón también y eso a ella le impediría volver a enamorarse de su marido.

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Él no acostumbraba ir al campo. Su profesión no lo requería. Pero en esta ocasión aceptó acompañar a Ulises. Todos se encontraban entusiasmados planificando últimos detalles para la pronta colocación de la primera piedra. Dionisio se limitaba a observarlos en acción.

-Perdón.- se disculpó con Ulises al recibir una llamada a su celular.

>Buenos días.- contestó él en tono ronco y seductor.

>Muy buenos. Te ves guapísimo.

>¿Me estas espiando?- preguntó sonriendo y girando a ver hacia donde pudiera encontrarse ella, escondida entre los árboles.

>Yo sería incapaz.- respondió Cristina.

>Y aparte mientes.- la acusó él.

>Estamos a mano. Recuerda que no hace mucho tú hiciste lo mismo solo que aquella vez yo estaba en desventaja.

>Espérame en el rio.

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Dionisio llegó y la encontró montada en su caballo, mirando el agua tranquilamente. Se veía realmente hermosa. Una ternura inexplicable le envolvió el corazón cuando ella lo miró y le sonrió. Se acercó a Cristina, poniendo ambas manos sobre su cintura la ayudó a desmontar, atrayéndola hacia él lo más cerca posible y manteniéndola ahí mientras conversaban.

-Este lugar me trae buenos recuerdos.- dijo él sonriendo.

-Mentiría si no dijera lo mismo.- contestó Cristina mientras le acariciaba la barba a Dionisio, dejándose envolver por sus brazos.

-Quiero que esta noche, dejes la ventana de tu recámara abierta.

-¿Siempre has sido tan mandón?- preguntó ella juguetonamente, le encantaba eso de él.

-Hazlo.

-¿Para qué?

Dionisio suspiró y giró a Cristina entre sus brazos. Él estaba detrás de ella, ambos viendo el agua del rio. Ella sentía su respiración sobre su cuello, su cuerpo se amoldaba al de él.

-Cuando sientas el viento entrar por tu ventana y acariciar tu piel. Piensa que soy yo quien está contigo.- Dionisio comenzó a besarle levemente el cuello.- Besándote. Mimándote. Recorriendo hasta el último rincón de tu ser.

-Lo haré.- contestó ella en un casi inaudible susurro.- Lo haré.- disfrutando de los besos y las palabras de él.

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Muy entrada la tarde, Cristina iba llegando a la hacienda. Sonriente y radiante de alegría. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan feliz, optimista, tan viva. Rosa lo notó y aunque le agradaba de sobremanera ver a su patrona así, era consciente que existía la posibilidad de que su señora saliera herida ante todo ese juego.

-Llevas muchos años aquí, Rosa. Ya eres parte de mi familia y te quiero como tal.- decía Cristina a aquella mujer, ambas sentadas en la sala de estar.

-Muchas gracias, señora.

-Por eso entiendo lo que me dices y agradezco tu preocupación por mí pero a ti no puedo mentirte Rosa. Dionisio me gusta.- confesó Cristina.

-Si ya decía yo, señora. Entre ustedes existe una gran atracción y si no se controlan, esa atracción terminará por convertirse en amor.

No fue tanto la sorpresa por las palabras de Rosa, sino por el hecho que notara que Dionisio no le era indiferente. ¿Tan evidente era? ¿Quiénes más terminarían por sospechar? Necesitaba una solución a todo eso rápido.

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-Ese tal Danilo, no me da buena espina, Isadora y te aconsejo que te mantengas alejada de él.

A petición de Isadora, Dionisio aceptó reunirse con ella en el restaurante del hotel en que se hospedaba. Podía llegar a ser insistente para ciertas cosas pero él sabía marcar límites.

-A mí me pareció un hombre muy interesante, querido. No pierdo nada con escuchar su propuesta y creo que tú deberías hacer lo mismo.

-Olvídalo. No pienso perder mi tiempo con él.

-En ese caso anímate a hacerlo conmigo.- respondió ella insinuante.

-Isadora, lo nuestro quedó en el pasado. Me conoces y sabes que no soy hombre de una sola mujer.

-Y tú me conoces a mí, querido.- acercándose a él con intención de besarlo, Dionisio se apartó.

-No vuelvas a hacerlo.- le advirtió, poniéndose de pie y saliendo del lugar dejando a una Isadora pensativa, no era el mismo de antes.

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Antes de acostarse, Cristina hizo lo que le había prometido a Dionisio. Su ventana estaba abierta y ella acurrucada bajo las sábanas dormía plácidamente. Tendría que ser cerca de media noche. Dionisio tuvo suerte. El Rubio no se encontraba por ningún lado, seguramente estaría emborrachándose como acostumbraba hacerlo por las noches. Entró a la habitación de Cristina, siendo cuidadoso para no causar ruido. Ya una vez dentro se deshizo de su chaqueta y se acercó a la cama en donde se encontraba ella. Tiró de la sábana a un lado, descubriendo esa hermosa mujer que lo volvía loco. Su camisón de seda no sería obstáculo para lo que él planeaba hacer. Cristina seguía dormida, soñando, sintiendo el viento acariciar su piel tal y como Dionisio se lo había descrito. Después besos. Cálidos besos sobre su cuerpo y una exquisita presión entre sus muslos. Le estaba dando calor, su respiración comenzaba a acelerarse. Sintió un cosquilleo sobre su cuello y despertó con un jadeo al escuchar su voz y sentirlo entrar en ella.

-Estoy aquí contigo.- dijo Dionisio en un susurro mientras balanceaba sus caderas, en lentas y pausadas embestidas.- Mi Cristina.

-Mi Dionisio.- respondió ella antes de unir su boca a la de él en un candente y sensual beso.

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-¡Abuelos! ¡Qué alegría tenerlos aquí!

Acacia abrazó efusivamente a sus abuelitos ante su llegada a La Benavente. No los esperaban pero como siempre causaban una gran sorpresa tanto para su nieta como para Cristina, su hija.

-Gracias, mijita.- respondió Don Juan Carlos.

-¿Y Cristina?- preguntó Elenita.

-Mi mamá sigue durmiendo. Parece que se desveló anoche. Se pondrá feliz cuando sepa que están aquí.

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-¿En dónde estuviste anoche?- preguntó Isadora a Dionisio mientras ambos esperaban la llegada de Ulises al terreno en donde se llevaría a cabo la construcción del centro comercial.

-¿Para qué quieres saberlo?

-Te estuve marcando a tú celular y nunca me contestaste.

-¿Era algo importante?

Isadora no contestó y eso le hizo saber que evidentemente no había sido nada importante.

-Ulises.- estrechando la mano del muchacho y dándole un abrazo a su llegada.

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Cristina estaba feliz de tener a sus padres en casa. La visitaban con frecuencia pero últimamente debido a la salud de su padre esos viajes tendrían que disminuir. Convivían los cuatro en el comedor del patio. Platicando de todo un poco.

-Y ese muchacho Ulises, ¿a qué se dedica?- preguntó Don Juan Carlos a su nieta después que ella le comentara de su nuevo novio.

-Es arquitecto, abuelo.- respondió sonriente.- De hecho es uno de los dueños del centro comercial y hotel que esta por construirse en El Soto.

-Ah que bien. Eso suena muy bien, mijita.

-Y es un muy buen muchacho.- agregó Cristina.- Se nota que quiere mucho a Acacia.

-¿Y Esteban?- preguntó de pronto Elenita.- Esta mañana que llegamos no pregunté porque supuse que andaría montando pero ya es tarde y aun no regresa.

-Esteban tuvo que salir mamá. Estará fuera unos días en Ciudad Real entregando un pedido.

-¿Má te molestaría si invito a Ulises y a Dionisio a cenar con nosotros esta noche?- preguntó Acacia a su madre.- Sirve que mis abuelos lo conocen.

-Por supuesto que no me molesta hija. Esta casa es tan tuya como mía y puedes invitar a quien quieras.- le aseguró Cristina sonriéndole tiernamente a su hija.- Invítalos.

-¿Y quién es Dionisio?- preguntó Don Juan Carlos.

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-Muy buenas noches.- saludó Dionisio al llegar a la hacienda y encontrándose a todos a la entrada esperándolo ya que era el último en llagar.- Perdón por el retraso, pasé por esto.- entregándole una botella de vino al padre de Cristina.- Mucho gusto señor. Dionisio Ferrer.

-Juan Carlos Maldonado. Tienes buen gusto para el vino, muchacho.- dijo el Don al estudiar la botella y su contenido.

-No muchas gracias, señor. Sobre todo por lo de muchacho.- agregó Dionisio soltando una efusiva risa que contagió a todos.- Señora.- inclinándose a besar la mejilla de Elenita.- Un placer.

-Encantada.- respondió Elenita sonriente.

-Cristina.- saludó Dionisio con una inclinación de cabeza.- ¿Y Ulises? Pensé que ya estaría aquí.

-Está adentro con Acacia.- respondió Cristina.

-Señora...

-Dime Luisa.

-Dice mi abuela que la cena esta lista.

-Pasemos al comedor.- invitó Cristina, sin despegar su mirada de la de Dionisio, conteniendo una sonrisa de alegría, alegría por tenerlo ahí nuevamente.

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-Creo que le caí bien a mis suegros.- dijo Dionisio en un susurro a Cristina.

-Compórtate, Dionisio Ferrer.- lo regañó igualmente en un susurro.

Estaban en el comedor. La cena había sido exquisita. Ulises platicaba con los abuelos, ambos atentos a lo que el muchacho les decía. Interesados por saber todo de él, al fin de cuentas era novio de su única nieta y lo creían necesario. Dionisio y Cristina nuevamente solo escuchaban. Sentados uno al lado del otro. Se había hecho costumbre como muchas otras cosas entre ellos. Dionisio llevó su mano al muslo de ella pero esta vez no era con morbo, sino que simplemente necesitaba sentirla. Ella tomó su mano entrelazando sus dedos con los de él y así se mantuvieron durante el resto de la cena.

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Don Juan Carlos lo retó a una partida de ajedrez. Dionisio era invencible en ese juego como en muchas otras cosas más. Pero no creía justo ganarle despiadadamente al padre de Cristina. Ante la atenta mirada de todos se dejó ganar. Fingiendo desilusión y prometiendo no ser tan piadoso ante la revancha.

-Eres buen contrincante, muchacho.- le dijo Don Juan Carlos a Dionisio quien sonreía complacido.- Aunque sigo pensando que me dejaste ganar eh.

-Por supuesto que no, señor. Usted es todo un experto.- estrechándole la mano a modo de despedida ya a la salida de la hacienda.- Cuando guste, la revancha. Señora.- besando la mejilla de Elenita.- Fue un gusto enorme conocerlos.

-Igualmente, Dionisio. Eres realmente encantador.- dijo Elenita.

-Bueno, los dejamos que se despidan. Mi Elenita y yo nos vamos a dormir porque ya es noche.

Cristina sonrió al ver a sus padres entrar. La habían pasado bien. Dionisio les había caído bien. Pero era de esperarse. Ese hombre era encantador tal y como su madre lo había dicho.

-Eres todo un estuche de monerías.- dijo Cristina a Dionisio, acercándose a él al verse solos en la oscuridad a las afueras de la hacienda.

-¿En verdad lo crees?- preguntó él.

-Por supuesto que sí. Te ganas el cariño de todos los que te rodean.

-¿Y de ti?

Dionisio sabía lo que quería escuchar de la boca de Cristina. Nunca había sentido la necesidad de saberse amado por una mujer hasta entonces. Necesitaba saberlo. Necesitaba escucharlo.

-¿Qué me he ganado de ti?

Cristina no respondió con palabras. Le rodeó el cuello, se paró de puntitas y lo besó. Sintiendo el corazón de Dionisio retumbar sobre su pecho. Sintiéndolo a él temblar entre sus brazos. Ella al fin lo entendía. Necesitaba ser amado para aprender a amar. Ella lo enseñaría.

*Don Dionisio y la Patrona... La Patrona y Don Dionisio... No pos... Esto no le va a gustar nada al patrón...*

El Rubio, escondido entre los arbustos, los había descubierto.

La Mujer Que Yo RobéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora