Capítulo XV

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Ni los gritos de las mujeres, ni los intentos de Ulises por separar a los hombres dieron resultado. Dionisio había atacado sin reserva, tomando a Esteban por las solapas de la camisa lo había golpeado contra la pared, haciéndole saber su enojo, su frustración al darle un fuerte golpe con el puño cerrado sobre su rostro. Esteban cayó al piso, quejándose de dolor, maldiciendo a Dionisio por lo que le había hecho.

-Ven aquí imbécil.- dijo Dionisio, jaloneándolo bruscamente hasta ponerlo de pie.- Te advertí en más de una ocasión que no te metieras conmigo.- le recordó antes de volver a empujarlo contra la pared y dándole un rodillazo sobre el pecho.

Esta vez no estaba su fiel capataz para intervenir, cosa que Esteban lamentó infinitamente. Hacía lo posible por evadir los golpes de Dionisio pero todo resultaba en vano. Como pudo se tambaleó hasta la puerta y la abrió, saliendo rápidamente en un intento por alejarse de Dionisio quien lo seguía a paso firme ignorando las suplicas de Cristina pidiendo a gritos que lo dejara en paz. A ella le importaba muy poco a quien ahora consideraba su ex marido pero Dionisio, el amor de su vida, seguía herido, en plena recuperación y temía por su bienestar. Cristina lo miró salir de la casa tras Esteban y lo siguió en compañía no solo de su hija y Ulises sino de Rosa y Luisa quienes habían escuchado los gritos desde la cocina, en donde se encontraban preparando la cena.

-¡No te quedarás con lo que es mío!- aseguró Esteban, haciéndose el valiente y atacando a Dionisio ya una vez estando ambos fuera de la casa.

Estaba un poco oscuro, lo tomó por sorpresa y ambos fueron a dar al piso, revolcándose sobre la tierra entre golpes y maldiciones, ninguno dispuesto a perder. Montado sobre él, Dionisio lo atacaba sin compasión. Con el rostro ensangrentado y casi por caer inconsciente, Esteban estiró una mano en búsqueda de alguna arma para defenderse. Encontró una roca y tomándola entre su mano golpeó a Dionisio en la cabeza con ella, al fin logrando quitárselo de encima y sintiéndose victorioso al verlo caer a su lado.

-Maldito infeliz.- exclamó Dionisio, batallando por recobrar su compostura después del fuerte golpe que había recibido.- No esperaba menos de un cobarde como tú.

Cristina intentó acercarse a Dionisio pero Andrés, por órdenes de él, se lo impidió. Una camioneta se acercaba a la distancia. Nadie sabía de quien se trataba y mucho menos les importaba averiguarlo pues su atención estaba puesta sobre Dionisio y Esteban, las suplicas seguían, todos temían lo peor pues veían a Dionisio fuera de control.

-Quien me la hace.- comenzó a decir Dionisio mientras llevaba su mano a su espalda por debajo del saco.- La paga.- finalizó, sacando un arma de fuego y apuntándola a Esteban quien seguía en el piso, sangrando y adolorido.

-¡Dionisio!- gritó Cristina aterrada y envuelta en llanto por la escena que se había tornado demasiado violenta.- ¡NO!

El miedo en la mirada de Esteban era más que evidente. No se atrevería a matarlo. ¿O sí? La duda cruzó su mente al ver a Dionisio acercarse a él. Lo tomó bruscamente por la camisa, Esteban sintió el metal frío presionar sobre su cabeza y anticipando lo inevitable cerró sus ojos por primera vez arrepintiéndose el haberse metido con alguien como Dionisio. Pero por supuesto que no daría su brazo a torcer.

-¿Vas a matarme aquí frente a todos?- dijo Esteban burlonamente.- No te atreverías.

-No me retes, imbécil.- advirtió Dionisio.- La muerte, es un premio que no mereces tener.-dijo Dionisio, guardando el arma y poniéndose de pie, jaloneando a Esteban, asegurándose que hiciera lo mismo también.- Escúchame bien, si vuelves si quiera a pensar en acercarte a Cristina o a Acacia, no habrá poder humano ni divino que logre detenerme.- amenazó, antes de darle un empujón a Esteban quien terminó tendido sobre la tierra.

Buenas noches.

El comandante acompañado por dos agentes hizo notar su presencia. Observaba la escena cauteloso, todos lo miraban, Esteban aun tendido sobre la tierra, Dionisio sacudiéndose el polvo de su saco y pantalones, despreocupado como siempre, cosa que irritó a Cristina bastante.

-¿Señor Domínguez?- asumió el comandante mirando a Dionisio.

-Dionisio Ferrer.- contestó Dionisio de mala gana.

-Señor Domínguez.- afirmó el comandante, centrando su atención sobre Esteban quien era ayudado por los dos agentes para ponerse de pie.

-¿Sucede algo comandante?- preguntó Cristina, acercándose al agente de mano de su hija.

-Es un hecho señora.- comenzó a explicar el comandante.- La muerte de El Rubio no fue un accidente.- informo.- Señor Domínguez, queda usted detenido como presunto culpable del asesinato de Braulio Jiménez.

No fue sorpresa para nadie. Esteban maldijo entre dientes, ofreciendo un poco de resistencia mientras era esposado. Todo había salido mal. Dionisio debía de estar muerto junto con el traidor de su capataz. Alzó la mirada mientras lo encaminaban hacia la camioneta. Dionisio le había robado a su mujer. Se haría mil veces la víctima pero no se daría por vencido. Aun contaba con una coartada que nadie esperaba. La justicia jamás lograría encontrarlo culpable, necesitaba un buen abogado.

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-Cristina, no puedes estar molesta conmigo.

Había decidido no dirigirle la palabra durante el largo trayecto a casa. Cristina habría preferido quedarse en La Benavente esa noche pero no se sentía capaz de dejar a Dionisio solo. Ya no. Lo necesitaba a su lado pero no eso no impedía que llegara a molestarse con él.

-Claro que puedo.- respondió ella, entrando a la casa y deshaciéndose de su abrigo.- Arriesgaste tu vida sin importarte nada ni nadie.- le reprochó ella.- Dijiste que me amabas.- Cristina le recordó.

-Y te amo.- dijo él firmemente.- Jamás dudes de eso.

Dionisio se acercó a ella y la abrazó contra su cuerpo, Cristina recostando su rostro sobre el pecho de él mientras lo abrazaba también.

-No puedes andar por la vida resolviendo todo a tú manera, Dionisio.- lo regañó ella.

-Lo sé, mi amor, perdóname.- se disculpó sinceramente él, besando tiernamente a Cristina en la cabeza.- Son mis impulsos los que me llevan a reaccionar de esa manera.

-Pues debes aprender a controlarte.- dijo ella, alzando al rostro para verlo de frente.- No me gusta verte así de violento. Me espanta.- confesó ella, escondiendo su rostro nuevamente sobre el pecho de él.

-Yo jamás te haría daño, mi amor.- aseguró Dionisio, tomándola de la barbilla suavemente para hacerla mirarlo a los ojos.- Te amo más que a mi vida, a ti, y a nuestro pequeño lobito.- agregó sonriendo tiernamente antes de inclinarse hacia abajo para darle un leve beso sobre los labios a Cristina.

-Y yo te amo a ti. Muchísimo.- respondió ella sonriendo y un poco más tranquila.- Por eso no puedo evitar preocuparme cuando te veo agarrado a golpes con otro. ¿Qué hubiera pasado si lo hubieras matado?

-Ganas no me faltaron.

-Ya ves.- le recriminó ella, soltándose de su abrazo.- Otra vez pensando solo en ti.

-Cristina, mi amor. A ver, ya.- dijo acercándose nuevamente a ella, tomándole ambas manos entre las suyas, besando una por una.- Vamos a tranquilizarnos. No le hace bien a nuestro bebé que pases tantos disgustos.- agregó Dionisio, acariciando el vientre de Cristina, siempre sintiendo gran alegría al recordar que ahí dentro se encontraba su hijito.- ¿Por qué no nos damos un baño juntos y nos metemos a la cama a descansar?- propuso él sonriendo.

-¿A descansar?- preguntó Cristina sonriendo y alzando una ceja.

-Es decir, al menos que tengas algo más en mente.- agregó, acercando su rostro lentamente a ella, besándola en los labios, después inclinándose a besarle el cuello.

-No cambiarás.- dijo ella sonriendo, con los ojos cerrados disfrutando de los besos de Dionisio.

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El comandante Juárez llevaba poco más de una hora intentado hacer hablar a Esteban quien se había negado rotundamente a responder a cualquier pregunta por más mínima que fuera.

-Quiero a mi abogado.- exigió Esteban.- No voy a decir nada ni responder a nada hasta que no esté mi abogado presente.

-Como quiera señor Domínguez, pero tenga en mente que de aquí no sale hasta que confiese.

-No lo haré.- respondió él.- Yo no maté a nadie.

-Eso lo veremos.

El comandante salió de la pequeña sala de interrogatorios dejando a Esteban solo. No había contado con que sería fácil obtener una confesión pero tampoco había pensado en que resultaría algo casi imposible. Las pruebas que tenía no eran suficientes como para señalar a Esteban como único culpable. Un cadáver, un arma de fuego, un casquillo y sangre en un área boscosa de La Benavente. El comandante se pasó una mano por el pelo, agotado, frustrado al no lograr descifrar el misterio.

-Ramírez.- llamó a uno de sus hombres.- Localiza al abogado del señor Domínguez.- ordenó.- Se niega a hablar sin su presencia y me urge escuchar lo que tiene que decir.

-Sí comandante, enseguida lo localizo.- contestó el joven agente.

-Y Ramírez.- llamó el comandante nuevamente, deteniendo al agente al final del pasillo.- Averigua todo lo que puedas sobre un tal Dionisio Ferrer. Presiento que será pieza clave para llegar al fondo de todo este lío.

-A sus órdenes, comandante.

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-Mmm...- ronroneó Dionisio contra el oído de Cristina, mientras la abrazaba fuerte hacia él, sus cuerpos parcialmente sumidos bajo el agua tibia en la bañera.

Habían apagado las luces del cuarto de baño y encendido varias velas aromáticas. Un ambiente sumamente relajante para ambos y por qué no, para su bebé también. La bañera era un poco más grande de lo normal, Dionisio mantenía a Cristina entre sus piernas, su pecho y abdomen sirviendo de respaldo para ella quien se recostaba contra él gustosa.

-Me encanta estar así.- dijo ella, acariciando los antebrazos de Dionisio que la rodeaban.- Entre tus brazos.- agregó mientras cerraba sus ojos y se acurrucaba más contra el cuerpo de él.- Cuando estoy contigo, todo y todos dejan de existir menos tú.

-A mí me pasa lo mismo, ¿sabes?- respondió él.- Desde el primer instante que te vi, supe que tenías que ser mía.- agregó, inclinándose hacia abajo, besándola en el mentón.

-Y lo fui.- recordó ella.- Me entregue a ti convencida que no era más que deseo lo que sentía por ti.- agregó, girando un poco para poder besarlo en los labios.- Hasta que no pude seguir negando lo importante que te habías vuelto para mí.

-Yo también intente negarlo.- reconoció Dionisio.- Conoces mi pasado, he vivido sólo, despreocupado, responsable solo por mí mismo.- dijo mientras tomaba el rostro de Cristina, quien lo miraba atenta, tiernamente entre sus manos.- Ahora mi vida tiene otro propósito, y todo te lo debo a ti, mi amor.- agregó antes de besarla, un beso profundo, de esos que robaban la respiración por completo.- Soy feliz, Cristina.- dijo él sonriendo mientras ella se recostaba sobre su pecho.- Muy feliz.

Cristina sonrió contra su pecho, abrazándolo fuerte, haciéndole saber que ella sentía lo mismo. Su lobo grande y fuerte había sido domado por el amor. Por su amor.

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-¿Por qué diablos te tomó tanto tiempo en venir?- preguntó Esteban entre dientes, visiblemente irritado tras la demora de su abogado.

-Es de madrugada.- se justificó el hombre, tomando asiento en la silla frente a Esteban.- ¿Cómo iba a saber que estarías aquí?

-Pues lo estoy.- respondió mal humorado.- Y tienes que sacarme de aquí, Osvaldo.

-Ya me informaron de lo que se te acusa, y la verdad es que lo veo muy difícil.

-Hazle como quieras, pero no pienso quedarme en este maldito lugar.

-Confiesa y la sentencia podría ser reducida.- le aconsejó Osvaldo.

-No lo haré, maldita sea.- impacientándose cada vez más.- La culpa de todo es del imbécil de Dionisio.

-¿Quién?- preguntó el abogado, seguro de no haber escuchado ese nombre jamás en el pueblo.

-Dionisio Ferrer.- informó Esteban.- Ese tipo me robó a mi mujer y ahora pretende quitarme mí libertad.- haciéndose la víctima.

-Así que es por eso que Cristina quiere divorciarse de ti.- dijo Osvaldo, entendiendo la urgencia con la que ella había ido a verlo.

-¿Qué dices?- preguntó Esteban pensando haber escuchado mal.

-Cristina fue a verme hace un par de días para solicitar el divorcio. De hecho tengo los documentos listos para que los revise.

-No juegues conmigo, Becerra.- amenazó rápidamente, inclinándose sobre la mesa y con una mano tomando al abogado por la camisa.- Yo jamás le daré el divorcio a Cristina y mucho menos para que se largue con su amante.- sentenció, soltando a Osvaldo bruscamente.- Deshazte de esos documentos.- ordenó.

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Él se había dormido primero. Después de que Cristina le había curado la herida y unos cuantos golpes en su rostro, ambos se habían metido bajo las sábanas con intención de descansar por lo que restaba de la noche. Pero Cristina no podía dormir. Por más que lo intentaba no lograba conciliar sueño. Se dio por vencida y en plena oscuridad observaba a Dionisio, acariciándole el pelo tiernamente. Escuchaba el viento soplar y las ramas de un árbol cercano golpear contra la ventana. Salió de la cama lentamente, rumbo a la cocina por algo de beber. Tal vez un poco de leche tibia la ayudaría a descansar. La puerta del despacho de Dionisio abierta captó su atención mientras avanzaba por el pasillo. Entró y caminó tras el escritorio, encendiendo la pequeña lámpara y observando con curiosidad lo que descansaba sobre él. Un ordenador portátil, documentos, una que otra decoración, y la primera imagen de su lobito adornando el poco interesante lugar. Cristina sonrió y tomó la imagen entre sus manos. Estudiándola con atención.

-Tu papá está loco por ti.- dijo ella, llevando una de sus manos sobre su vientre.- No sabes con cuanta alegría te esperamos, mi amor. Llegarás a completar nuestra felicidad.

Cristina besó la pequeña imagen y la colocó en su lugar. Dio un paso hacia adelante, en dirección a la puerta y tropezó con un portafolio que se abrió ante el contacto. Molesta por haber hecho ruido se agachó a juntar lo que había salido del maletín rápidamente. Una carta. Completamente arrugada, rota, y con una esquina quemada, señalando las claras intenciones de su receptor.

-Para Héctor Gutiérrez,- leyó en un susurro, extrañada por su inesperado hallazgo.

Cristina.

Alzó la vista al escuchar esa voz irrumpir en el silencio. La expresión en el rostro de Dionisio era de sorpresa, nerviosismo. Se acercó a Cristina quien se levantó rápidamente, la carta aun entre sus manos.

-¿Qué haces aquí?- preguntó él, tomando el portafolio y asegurándose que todo estuviera en orden.- Dame eso.- dijo, extendiendo su mano hacia ella un tanto temeroso a las preguntas que no tardaría en hacer.

-No podía dormir y miré que la puerta estaba abierta.- explicó ella, entregándole la carta igual de nerviosa que él.- ¿Quién es Héctor Gutiérrez?- preguntó con curiosidad.

-No es nadie, Cristina. No debiste entrar aquí.- respondió él cortante, asegurando el portafolio bajo llave en su escritorio y tomando la mano de ella para guiarla fuera del despacho.

-Pero, ¿por qué te pones así?- preguntó ella extrañada por la actitud de Dionisio.

-Dime qué más leíste en esa carta.- exigió él, ambos ya en la sala de estar, el nerviosismo en Dionisio más que evidente.

-No leí nada.- respondió ella un poco molesta.- Pero tal vez debí hacerlo porque por tú reacción me doy cuenta que algo me ocultas.

Dionisio se mantuvo en silencio largo rato. Pensativo, y con la mirada perdida tomó asiento en uno de los sofás, la tenue luz de las llamas de la chimenea encendida reflejando la preocupación en su rostro. O quizás dolor al tener que recordar lo que constantemente luchaba por olvidar. No porque quisiera. Sino porque solo así lograría seguir adelante con su vida, sin reproches a sí mismo por algo que había sucedido sin su conocimiento.

-Hay cosas que duelen demasiado recordar, Cristina.- comenzó a decir él, su mirada perdida en el fuego.- ¿Por qué no puedes conformarte con todo lo que ya sabes de mí?

Ella lo veía realmente afectado. Decaído. Sumido en sus pensamientos. Cristina se acercó a él. No le gustaba verlo así. Prefería mil veces al Dionisio juguetón, seductor, al Dionisio que la hacía sonreír con tan solo una mirada o una sola palabra. Ella se arrodilló ante él y tomó su rostro entre sus manos para obligarlo a mirarla a los ojos.

-Yo me conformo.- aseguró ella tiernamente.- Porque sé que eres bueno y me amas como yo te amo a ti.- dijo Cristina.- Así que no insistiré en saber más, mi amor. Pero ten en mente que ya no estás solo, Dionisio.- agregó ella.- Y no tienes por qué seguir enfrentando al mundo como tal.

Dionisio asintió con la cabeza, tomando las manos de Cristina entre las suyas mientras se ponía de pie y la invitaba a hacer lo mismo.

-Gracias por entenderme.- dijo finalmente, después de un largo silencio.- Cristina, yo no quiero que desconfíes de mi.- continuó él.- Este asunto es algo que debo resolver antes de poder hablarlo contigo.- explicó tiernamente, mucho más tranquilo que instantes atrás.- Confía en mí, mi amor.

-Lo hago.- contestó ella sonriendo.- Ciegamente.

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-Ya te dije que no me importa lo que tengas que hacer, Osvaldo. Me sacas de aquí, porque me sacas. No olvides que sé cosas de ti que podrían hundirte de por vida.

El abogado Becerra asintió sin oposición alguna. Esteban lo tenía en sus manos desde que se había vendido a él años atrás, ofreciendo sus servicios en más de una ocasión a cambio de una gran suma de dinero. El mayor fraude, un documento falsificado otorgando pleno control sobre La Benavente y sus ganancias a Esteban Domínguez. Cosa que tanto Acacia como Cristina desconocían.

-Alonso era mi amigo.- dijo Osvaldo en un susurro, más para él que para nadie más.- Y yo lo traicioné.

-De nada sirve lamentarte ahora, Osvaldo.- contestó Esteban cínicamente.- Todos tenemos un precio, y yo pagué el tuyo.

-No sabes cuánto me arrepiento de haber aceptado tu trato.

-Te repito que de nada sirve lamentarte ahora.

-No me dejarás salida, verdad.- no era pregunta, Osvaldo hizo una afirmación.- Es ayudarte o hundirme contigo, ¿no es así?

Esteban asintió nuevamente, con una sonrisa maligna plasmada en su rostro. Becerra no tenía escapatoria. Se veía obligado a ayudar a ese hombre una vez más. Ese hombre que una década atrás se había aprovechado de la vulnerabilidad de Cristina, la había enamorado tras la muerte de su esposo, y se había apoderado de sus tierras al lograr casarse con ella. Todo tras la muerte de Alonso. La inesperada muerte de Alonso, curiosamente dada en similares circunstancias que a la reciente muerte de El Rubio. Siempre lo había sospechado pero jamás se había atrevido a enfrentar a Esteban sobre ello.

-¿Tú mataste a Alonso?

Era pregunta, pero en parte acusación. Todo apuntaba a que estaba en lo cierto al llegar a esa conclusión. Pero Esteban no respondió nada, y sabía que no lo haría. Osvaldo tenía que tomar una decisión. La más difícil e importante a la vez. ¿Ayudar o hundir a Esteban Domínguez? Optaba más por lo último, no se creía capaz de solapar a Esteban una vez más y no le importaba tener que salir perdiendo si a cambio obtendría un poco de paz.

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-¿A dónde vas tan temprano?- preguntó Isadora al muchacho que rondaba por la habitación vistiéndose.- Memo, te hice una pregunta.- agregó enfadada al verse ignorada.

-Tengo que ir a La Benavente.- contestó al fin el joven, fajándose la camisa y abrochándose el cinto.

-¿Sigues con la absurda idea de vengar la muerte de tu primo?- preguntó ella desde la cama, aun bajo las sábanas.

-Pues sí.- respondió despreocupado, cargando el arma que su jefe Danilo le había regalado.- Y cuando lo haga, tú y yo nos iremos de aquí tal y como prometiste.- le recordó él.

-Memo hazme caso, será mejor que nos vayamos ya.- sugirió ella.- Danilo no tarda en enterarse que abandonamos sus plantíos y tú mismo me dijiste que nos puede ir muy mal.

-Eso lo hubieras pensado antes de ir a decirle en su cara que no querías seguir trabajando con él, Isadora.- le reprochó él.

-Pues sí ya lo sé.- respondió, saliendo de la cama envuelta en la sabana.- Me dejé llevar por un impulso.- agregó preocupada.

-Tú tranquila.- dijo el muchacho.- Nadie sabe que estás aquí.- refiriéndose la pequeña cabaña que había conseguido a las afueras del pueblo.- Estás a salvo.

-¿Y si te pasa algo a ti?- preguntó ella.- Yo me quedaría aquí esperándote.

-Si por la tarde, cuando este bajando el sol aún no he vuelto, vete sin mí.- dijo el muchacho decidido.- Danilo no perdona una traición, Isadora. Si llego a encéntramelo, será mi fin y después seguirá tras de ti.

Jamás en su vida se había sentido tan aterrada. Se dejó llevar por la ambición, asociándose con lo peor. Ella no necesitaba de eso y se lamentaba muchísimo el no haber escuchado a Dionisio cuando le aseguró que Danilo no era de fiar. Dionisio. Desde que lo conocía había soñado con lograr retenerlo a su lado. No dejarlo ir jamás. Su forma de hacerla sentir no la experimentaba con ningún otro y aunque lo suyo había pasado años atrás, un hombre como él era difícil olvidar. De no haber sido por Cristina, él habría caído nuevamente, rendido ante sus pies. Isadora estaba segura de ello y la enfurecía el hecho que no haya resultado así. Todo por esa mujer. Cristina.

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Sintió el peso de Dionisio sobre ella, seguido por sus besos, sus caricias. Cristina abrió los ojos lentamente, ajustándose a la luz del amanecer. No había sido la mejor de las noches pero todo eso lo dejaría atrás. Llevó sus manos sobre la espalda masculina, estrujándolo, abrazándolo y haciéndole saber que estaba despierta. Dionisio tomó posesión de su boca, un beso lento el cual profundizó instantes después.

-Te amo, Cristina.- murmuró contra sus labios, su respiración agitada por la excitación que iba en aumento.

-Y yo a ti.- respondió ella de igual manera.- Te quiero.

Cristina abrió sus piernas en una clara invitación a él, ya situado convenientemente entre ellas. Ambos entregados sin reserva, entre caricias y besos, él se introdujo en ella al comprobar que estaba lista para él. Siempre y únicamente para él. Unidos en cuerpo y alma como tanto les gustaba estar. Dionisio entraba y salía a un ritmo pausado y lento, disfrutando al verla gozar bajo sus caricias. Se inclinó hacia abajo, sin detener el movimiento de sus caderas, y tomó un pezón en su boca. Lamiéndolo y succionándolo antes de hacer lo mismo con el otro. Cristina gemía, enredaba sus dedos entre el cabello de él, aferrándose a sus hombros ante la exquisita sensación de placer que le brindaba Dionisio con cada embestida. Tomó las manos de Cristina entre las suyas, entrelazando sus dedos con los de ella y manteniéndolas firmemente a sus costados.

-Mírame.- exigió él al verla con los ojos cerrados.

Cristina no obedeció y Dionisio dejó de moverse quedando enterrado profundamente en ella.

-Mírame o paro.- repitió él.- Así.- dijo sonriendo al verla abrir los ojos y fijarlos en él.- Así.

-Tú siempre tan exigente.- murmuró ella, gimiendo al sentirlo retomar el ritmo y esforzándose por mantener su mirada fija en la de él.- Dionisio.- murmuró otra vez.

Él arremetió contra ella, saliendo y entrando profundamente, sintiéndola vibrar bajo él hasta verla cerrar los ojos, su cuerpo tensándose al ser arrastrada a la cima del placer. Dionisio no se detuvo hasta alcanzar su propia liberación, dejándose caer a su lado, siempre siendo cuidadoso de su hijito.

-Buenos días.- susurró contra el oído de ella, abrazándola hacia él.

Cristina sonrió, adormecida, saciada, su cuerpo en un estado de relajación total.

-Buenos días.- respondió, dejándose envolver por sus brazos.

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Ya tenía los resultados. El Rubio no había jalado el gatillo de aquella arma que portaba a la hora de su muerte. Alguien más había estado ahí. Esteban se negaba a hablar y aunque lo hiciera jamás aceptaría su culpabilidad. La sangre. Pensó de pronto el comandante. Alguien había sido herido de bala en La Benavente, sin embargo nadie había mencionado nada. Resultaba extraño pero él sabía cómo averiguar la verdad.

-Ramírez.- llamó a su joven agente.- ¿Tienes algún informe sobre lo que te pedí?

-Sí comandante.- respondió.- Anduve preguntando en el pueblo sobre el señor, Dionisio Ferrer. Todos coinciden en que es dueño mayoritario del hotel que se está construyendo en el terreno conjunto a La Benavente pero nadie parece saber más de él. Yo me puse a averiguar por otros medios y al parecer es muy conocido internacionalmente en el mundo de los negocios.

-Eso explicaría su acercamiento a la señora Cristina, dueña de La Benavente.- explicó. -¿Qué hay de sus antecedentes penales?

-Nada, comandante.- respondió.- Está limpio.

-Un hombre tan exitoso como él, algo debe esconder, Ramírez.- aseguró el comandante convencido.

-Ahora que lo menciona, comandante.- dijo de pronto el joven, como haber recordado algo.- Varias de sus propiedades están registradas bajo otro nombre.

-¿Cuál?

-Héctor Gutiérrez.- informó el agente, entregando una carpeta con la extensa lista de propiedades que se suponía, Dionisio era el dueño.

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Llevaba horas en La Benavente. Interrogando a los trabajadores que poco decían. Estaba seguro que alguien sabía algo y se negaba a hablar. No veía a los patrones por ningún lado, cosa que le extrañó demasiado. Recordó la vez en que su primo, el Rubio, le había contado que su patrón, el señor Esteban, le había ordenado matar a un tal Dionisio Ferrer. Dionisio, pensó Memo de repente. ¿Sería él, el asesino de su primo?

-Vamos Chucho, dime algo.- decía en casi suplica al chofer y peón del rancho.- ¿Tú sabes quién mató a mi primo?

-Ya te dije que no, muchacho. Y será mejor que te vayas, si los patrones te ven por aquí me puede ir mal a mí.

-Está bien.- respondió el joven, resignado.- Solo responde una cosa más, ¿crees que haya sido el tal Dionisio Ferrer?

-Y dale con lo mismo.- resopló con enfado el peón.- Ya te dije que yo no sé nada. Y además el señor Dionisio fue herido de bala el día que murió tu primo.- explicó, aplacando las sospechas del muchacho.- Ve tú a saber si fue el mismo que atacó a los dos. Y mira, ya es mejor no pensar en el tema. Deja que la justicia se encargue de averiguarlo todo, Memo.- le aconsejó.- Hazme caso.

-¿Y tu patrón?- preguntó ignorando los consejos de aquel hombre.- ¿En dónde está?

-Tiene días sin aparecer.- respondió, ajeno a la noticia que Esteban se encontraba detenido.

-¿Y no se te hace sospechoso? A mí sí.- declaró al ver que el peón no contestaba y se marchó con su principal sospechoso en mente.

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-Andrés.- dijo Cristina, entrando a la cocina en donde se encontraba el hombre.

-¿Si señora? ¿Se le ofrece salir?- preguntó atento.

-No Andrés.- respondió sonriendo ante tanta formalidad.- Por favor llámame Cristina.- pidió ella.- Eso de señora suena demasiado formal.

-¿Se conformaría con "señora, Cristina"?- preguntó él.- Respeto al señor Dionisio demasiado y tutearla a usted me resultaría un poco raro.- confesó sonriendo honestamente.

-Está bien.- acordó ella.- Hablando de Dionisio, dijiste conocerlo hace mucho tiempo.

-Así es.

-¿Qué sabes tú de un tal Héctor Gutiérrez?- preguntó Cristina sin preámbulos.

Sabía y mucho. Su expresión lo dijo todo y Cristina lo notó. Pero de igual manera sabía que la lealtad de Andrés a Dionisio era algo inquebrantable. Él no hablaría sin antes consultarlo con Dionisio. Su jefe como él lo llamaba.

-Todo y nada a la vez, señora.- respondió, siendo cuidadoso al elegir sus palabras.- Ese hombre no existe.- aseguró, dejando a Cristina con más preguntas que respuestas con esa contestación.

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Ya había demorado demasiado. Después del desayuno, había salido rumbo a El Soto, a asegurarse que todo marchara bien con la construcción del hotel. Le había asegurado a Cristina que volvería lo más pronto posible pero esas pocas horas lejos de ella le habían resultado, exageradamente, toda una eternidad.

-¿Qué quieres Perla?- preguntó sin detener su paso mientras se dirigía a su camioneta.

-Espera, guapo.- dijo ella intentando alcanzarlo y casi corriendo tras de él para seguirle el paso.- Quiero platicar unas cositas contigo.

- No tengo tiempo ahora.- respondió él cortante, aun sin detenerse.- Y aunque lo tuviera.- dijo al fin llegando a un alto frente a su camioneta y mirando a Perla.- Tengo mejores cosas que hacer que estar aquí perdiéndolo contigo.

-Que pesado eres, eh. De verdad, muñeco.- dijo ella ofendida.- Antes te gustaba perder el tiempo conmigo.

-Fue una sola vez.- le recordó él.- Supéralo.- agregó, abriendo la puerta de su auto.

-Está bien, ya. Dime, guapo, ¿sabes en donde está Isadora?

-Y yo por qué diablos iba a saber en dónde se encuentra, Isadora.- respondió él.- ¿Por qué no vas y le preguntas a tu dueño? Seguro que él sabe más que yo.- refiriéndose a Danilo.- Y dime una cosa, ¿qué demonios se trae entre manos con Alejandra ese tipo?

-¿Alejandra?- preguntó ella sin entender.- ¿Qué Alejandra?

-Olvídalo.- dijo él antes de montar en su auto y salir a toda velocidad rumbo a casa con su Cristina.

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Se encontraba en la sala. Pensando en las palabras de Andrés. Por si fuera poco, el abogado Becerra, su abogado, acababa de llamarla citándola en su oficina lo antes posible. Parecía preocupado, demasiado angustiado y nervioso. Sus pensamientos la abandonaron al escuchar el llamado a la puerta. Tal vez Dionisio había olvidado sus llaves al salir apresurado esa mañana. Cristina se puso de pie y dirigió a abrir la puerta, segura que se trataba de Dionisio, y llevándose una gran sorpresa al ver a Isadora parada ante ella.

-¿Qué haces tú aquí?- preguntó Cristina enfadada.

-Vine a ver a Dionisio.- exclamó Isadora bruscamente, entrando sin permiso a la casa.

-Él no está y será mejor que te largues. Regrésate por donde viniste que no eres bienvenida en esta casa.

-Ay no me hagas reír, querida. ¿Te crees dueña de él?- preguntó burlonamente.

-Piensa lo que quieras, Isadora.- respondió calmadamente.- Es evidente que te mueres de la envidia porque Dionisio me haya preferido a mi antes que a ti.

-Sigue soñando.- contestó Isadora.- Pronto él se aburrirá de ti, querida.- aseguró sonriendo maliciosamente.- Así es Dionisio. Libre, solitario, imposible de atrapar.

-Ya te dije que puedes pensar lo que quieras. Pero te quiero lejos de Dionisio y de mí.

-De ti me alejo con gusto, querida. Pero de Dionisio jamás.- aseguró ella.- Pobre de ti, al fin de todo no serás más que una simple ramera.

Cristina no se contuvo y soltó tremenda bofetada sobre la mejilla de Isadora tomándola por sorpresa. Después de salir de su asombro Isadora se la regresó a Cristina, tomándola del cabello mucho más agresiva, jaloneándola y gritándole ofensas antes de empujarla fuertemente causando que Cristina tropezara y se golpeara en el vientre sobre la mesa de centro. Cristina cayó al piso, encogiéndose de dolor, llorando incontrolablemente no solo por el dolor sino por la posibilidad de perder a su hijito. Su lobito.

¡Cristina!

El grito lleno de angustia de Dionisio irrumpió en la casa. Se acercó rápidamente a ella, arrodillándose a su lado, sufriendo con ella y sintiéndose impotente al no saber qué hacer.

-¡Andrés!- gritó desesperado.

-¡Dionisio me duele mucho!- dijo Cristina entre el llanto.

-Ya mi amor, ya. Vas a estar bien, mi vida. Vas a estar bien.

-¡Señor!- entró Andrés rápidamente, uniéndose a Dionisio.

-Tenemos que llevarla al hospital.- dijo intentando tranquilizarse.

-¿Pero qué pasó?- preguntó Andrés igual de angustiado que todos.

-Andrés, con cuidado lleva a Cristina al carro.- ordenó, viendo a Isadora como nunca antes, con odio.- Ahorita los alcanzo.

-Sí señor.- respondió el hombre, tomando a Cristina cuidadosamente en sus brazos quien no paraba de gritar, pidiendo que Dionisio no se separara de su lado.

-¡Ven aquí maldita!- tomando a Isadora por el cuello y ejerciendo presión impidiéndole respirar.- ¡Si algo le pasa a Cristina o a mi hijo te juro que te mato!

Una amenaza de Dionisio Ferrer, jamás había ido más cargada de verdad. Rogaría a todos los santos y dioses por qué su hijito y su Cristina estuvieran bien o él moriría con ellos.

La Mujer Que Yo RobéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora