Capítulo XIII

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    Dionisio se había quedado dormido. Era cerca de medianoche y tanto Acacia como Ulises se habían ido. Ella lo contempló durante largo rato, pensando en cómo y cuándo darle la noticia de que pronto sería padre. Ya no temía a su reacción. Seguramente esa criatura que crecía en su vientre se convertiría en la adoración de Dionisio así como en la suya también. La enterneció la sola idea de imaginarlo con su bebé en brazos. Él que siempre se mostraba tan fuerte y en control siendo dominado por alguien tan pequeño como lo sería su hijito. Un leve golpe a la puerta la sacó de sus pensamientos y se dispuso a atender a quien la buscaba.

-Comandante Juárez, mucho gusto señora.- se presentó el agente ya una vez Cristina se había unido a él en el pasillo del hospital.

-Cristina Maldonado.- respondió ella, estrechando la mano que el comandante le ofrecía.- ¿En qué puedo ayudarle, comandante?- extrañada pues ni ella ni nadie había notificado a las autoridades de lo ocurrido aun.

-Espero que en mucho, señora. Recibimos una llamada anónima esta tarde indicándonos que habían encontrado a un hombre sin vida a las afueras de sus terrenos. Logramos identificarlo como Braulio Jiménez, mejor conocido como El Rubio. Capataz de su hacienda.

La noticia la tomó por sorpresa. ¿El Rubio, muerto? Ella jamás le habría deseado nada malo. No lo podía creer.

-¿Está seguro de lo que dice?

-Completamente. Varios trabajadores de la zona aseguraron que es él.

-Él llevaba varios años trabajando en La Benavente. Es muy conocido en la región.- respondió Cristina, asimilando lo que sucedía.- ¿Cómo ocurrió?

-Hasta ahora todo indica que se trata de un accidente. Lo encontraron medio sepultado entre varias rocas ya sin vida a la orilla de la carretera conocida como El Paso del Diablo.

Cristina no evitó recordar la pérdida de su primer marido. Había sido una tragedia. Algo que había cambiado su vida por completo. Un accidente que no dejaba a nadie para culpar. Eso siempre le resultó injusto.

-Quisiera hacerle unas preguntas, si me lo permite.- dijo el comandante mientras miraba a Cristina tomar asiento un tanto afectada.

-Por supuesto, adelante.- contestó ella.

-¿Cuándo fue la última vez que miró al señor Jiménez?

-Esta mañana. Acostumbro salir a montar muy temprano y me lo encontré cuando iba de regreso a la hacienda.- dijo ella, sin mencionar el altercado con Esteban.

-¿Mostró señales de querer huir de algo o de alguien?

-No.- contestó ella confusa.- ¿Por qué pregunta eso?

-Solo eso explicaría la ruta que tomó aun sabiendo lo peligrosa que es. Señora Cristina, ¿era usted consiente de que su capataz cargaba un arma de fuego?

-A él jamás se le permitió andar armado.- respondió ella, de pronto entendiendo, realizando lo que había sucedido.

Esteban. Él había atentado contra la vida de Dionisio. Seguramente el Rubio había decidido traicionarlo. Echarlo de cabeza. La había pagado caro. Ahora todo indicaría que había sido él quien le disparo a Dionisio y el infeliz de su marido saldría librado de toda culpa. Tenía que hacer algo. No podía seguir a su lado. ¡Era un asesino!

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-Mi mamá se quedó mucho más tranquila sabiendo que ustedes se quedaran conmigo esta noche.- dijo Acacia mientras entraba a la haciendo acompañada por su amiga Alejandra y su novio Ulises.

-Está y las noches que sean necesarias, bonita. Lo importante es que tú y tu mamá estén tranquilas.

-Yo sigo sin poder creer todo lo que ha pasado.- dijo Alejandra.- Nunca imaginé que el señor Esteban se atrevería a tanto. Dispararle a Don Dionisio.- agregó asombrada.

-¿Estamos seguros que fue él?- preguntó Ulises.

-Bueno mi mamá dice que la última vez que lo miró estaba con el Rubio así que pudo haber sido cualquiera de los dos.

-En todo caso el único responsable terminaría siendo Esteban.- dijo Ulises.- El Rubio está acostumbrado a cumplir sus órdenes y en esta ocasión dudo que haya sido diferente.

-Será mejor esperar a que Don Dionisio nos aclare la duda.- sugirió Alejandra.- Tal vez él logró ver a su agresor.

-Ojalá y así sea.- contestó Acacia.- Sería muy injusto que Esteban saliera bien librado de esto porque estoy segura que fue él y no el Rubio quien le disparó a Dionisio.

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Despertó y no la miró a su lado. Lamentó el haberse quedado dormido pues ni cuenta se había dado cuando Cristina se había ido. No llevaba ni un día entero en ese lugar y ya estaba enfadado de estar ahí, se quería ir. De pronto miró a la puerta de su habitación abrirse y se alegró al verla entrar. Pero parecía preocupada, angustiada. Un poco intranquila. Ni cuenta se había dado de que él la miraba.

-¿Pasa algo?- preguntó Dionisio.

Cristina alzó la vista al escuchar su voz y se acercó a su lado, tomando la mano de Dionisio entre las suyas.

-¿Por qué has despertado?- preguntó ella, ignorando la pregunta de él.- ¿Te sientes mal?

-No. Estoy bien.- respondió él con una media sonrisa.- ¿Pero a ti qué te pasa? Te noto angustiada.

-Dionisio el comandante acaba de darme una noticia que me tiene muy preocupada.- dijo ella, su angustia evidente en su rostro y alarmando a Dionisio.

-¿El comandante?- preguntó él.- No entiendo. ¿Diste parte a las autoridades de lo sucedido?

-No. Consideré hablarlo contigo primero.

-¿Entonces para qué vino?

-Dionisio el Rubio está muerto. Lo encontraron a la orilla de la carretera y lo peor de todo es que él cargaba el arma con la que te dispararon.

-Pero él no me disparó.- aseguró Dionisio.- Fue el imbécil de Esteban.- alterándose un poco.

-Y yo te creo.- respondió ella, tranquilizándolo.- ¿Pero no lo ves? Esteban pretende inculpar al Rubio y como ya está muerto, no podrá defenderse.

-Él lo mató.- concluyó Dionisio al atar cabos.

-Lo mismo pienso, mi amor. ¿Ves por qué estoy tan angustiada? Yo no quiero que te pase nada.

Cristina se recostó sobre su pecho, siempre siendo cuidadosa con la herida, lo abrazó y él la reconfortaba, asegurándole que nada malo le sucedería.

-Tranquila, mi amor.- dijo Dionisio mientras trazaba leves caricias sobre la espalda de ella.- Está vez me tomó por sorpresa. Pero ya me encargaré yo, de que Esteban Domínguez reciba su merecido.- sentenció.- Te lo juro.

Su tono frío y amenazante la espantó un poco. Ella no quería que Dionisio viviera con una carga de conciencia. De que tenía la capacidad de vengarse a su manera, Cristina no lo ponía en duda. ¿Pero realmente valdría la pena hacerlo?

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-Turquesa, Turquesa.

Estaba en su oficina, a oscuras. Había bebido demasiado. Danilo no dejaba de mirar la fotografía que conservaba de aquella joven que se había convertido en su obsesión. Debería odiarla. Por su culpa había quedado como estaba. Pero no podía. La necesitaba y estaba seguro que la encontraría. Así fuera lo último que hiciera en su vida.

-¿Por qué, Dani?- preguntó Perla, dolida al verlo "sufrir" de esa manera por una mujer que lo aborrecía.- ¿Por qué no has podido olvidarla? Yo te he dado todo de mí. Yo soy mucho más mujer que la Turquesa.

-¡Ya cállate! Nadie es mejor que ella.

-¡Ella te odia! Te odia por lo que eres, por lo que le hiciste.- aseguró enloquecida.- Tienes que olvidarla.

-No puedo.

-¡Tienes qué!

-¡Turquesaaaaaa!

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-Si sigue las indicaciones del doctor, se podrá ir a casa más pronto. Coma algo.

Casa. Por supuesto que se llevaría a Cristina con él. Mientras siguieran sin saber nada del imbécil de Esteban era mejor no dejar a Cristina sola. Tendría que extender su estancia indefinidamente en el pueblo.

-No quiero comer, señorita. Todo se mira muy sabroso pero preferiría una copa de vino.

-Su esposo tiene un gran sentido del humor, señora Cristina.- dijo la enfermera riendo por lo que Dionisio había pedido.

Cristina estuvo a punto de protestar pero él se lo impidió tomándola de la mano y riendo fuertemente por la insinuación de la enfermera mientras ambos la observaban salir de la habitación.

-Esposa mía.- dijo él juguetón en tono seductor.

-No cambiarás.- respondió ella sonriendo.

-Ya quiero irme a casa. Me muero por tenerte.

La manera en que lo dijo la hizo estremecer. Ese hombre la seducía sin proponérselo y eso a ella le fascinaba.

-Es muy temprano para estar pensando en eso, y además...- dijo ella acercando su rostro al de él, sus labios a escasos milímetros de rosarse.- Estas convaleciente.

Dionisio no resistió las ganas de besarla y con un brazo la acercó a él, devorándola con besos hambrientos y privándola de su respiración.

-Ya me siento mucho mejor.- dijo él al terminar el beso.- Quiero irme ahora.

-No seas necio.- lo regañó ella, recobrando su aliento y aun alucinando por el beso.- Esperemos a que venga el doctor a revisarte.- sugirió ella, tomando asiento a la orilla de la estrecha camilla en la que él se encontraba.- Tú no tienes hambre pero yo muero por probar esta gelatina.- centrando su atención al desayuno servido aun sin tocar.

-Provecho, mi vida. Es toda tuya.- respondió él observándola fascinado por lo mucho que parecía disfrutar lo que comía.

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Era necesario hacerlo. Los trabajadores de La Benavente tenían que estar enterados de lo que estaba sucediendo. Por eso Acacia decidió reunirlos a todos para ponerlos al tanto de la situación.

-Así que ya lo saben, el señor Esteban, o el Patrón, o como lo llamen, tiene la entrada prohibida a estas tierras. Si lo llegan a ver me avisan lo más pronto posible. Desde hoy dejan de tomar órdenes de él. Esteban ya no es nadie en esta hacienda. ¿Quedó claro?

¡Sí Patroncita!

-Rosa.- llamó la joven ya una vez todo los trabajadores se alejaron a sus respectivas tareas.- ¿Has visto al Rubio?

-No mi niña. Desde ayer no se ha aparecido por aquí.

-Qué raro.

Acacia no evitó pensar que tal vez sí había sido él el agresor y por eso no había vuelto a la hacienda. Tenían que averiguar la verdad pronto. Resultaba demasiado estresante no tener un culpable.

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-Danilo me aseguró que el riesgo de ser descubiertos era mínimo.

Isadora ya no estaba tan segura de haber tomado la mejor decisión. El negocio con Danilo había resultado un fracaso. Una pérdida de tiempo. Dionisio había tenido razón.

-Danilo no conoce la región como yo.- aseguró Memo.- Los militares andan insistentes y no se irán hasta encontrar algo. Ya lo hablé con él pero no prestó mucha atención.

-Sí ha estado muy raro últimamente. Desenfocado.- agregó Isadora.- Eso nos traerá más problemas que los que ya tenemos.

-Menciona mucho a una tal Turquesa. Supongo que se trata de alguna mujer.

-Hombres, hombres. Siempre perdiendo la cabeza por nosotras las mujeres.- dijo ella en tono seductor.- Si todo se viene abajo, yo no tendré ninguna parte en nada.

-Danilo no amenaza en vano, Isadora. Ya estas metida en esto hasta el cuello.

-Siempre hay salida a todo, querido. Y si tú me ayudas, yo te ayudo.

Estaban en los plantíos de Danilo. Solos. El joven se dejó seducir por Isadora. Siempre le habían atraído las maduras. Perla había sido una de ellas. Ahora Isadora. Si su jefe se enteraba, no la contaba.

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-Al fin.- dijo Dionisio, saliendo del hospital por su propio pie y ya vestido con su habitual vestimenta de color negro.

-Eres un exagerado.- dijo Cristina sonriendo, manteniéndose muy cerca de su costado, abrazándolo con un brazo por su cintura.- No llevabas más que un día allá adentro.

-Pareció una eternidad. Pero si algo me encantó es que hayas estado cada instante a mi lado.

Señor...

-Que tal Andrés, bienvenido.- dijo Dionisio acercándose a aquel hombre que para Cristina resultaba ser un extraño.- Mira te presento a Cristina.

-Señora, encantado.

-Andrés es mi hombre de confianza y chofer.- explicó Dionisio a Cristina mientras subían a la camioneta.- Lleva muchos años trabajando para mí. Normalmente viaja conmigo, en esta ocasión no lo creí conveniente hasta ahora.

-¿Y por qué hasta ahora?- preguntó ella al ver al hombre rodear la camioneta hacia el asiento tras el volante.

-Porque haré todo en mi poder para mantenerte a salvo.

Cristina nunca había estado más segura que lo haría. Su preocupación por ella le mostraba lo mucho que Dionisio la amaba. Pero a ella lo que le preocupaba era él. Tenía que librarse de Esteban cuanto antes.

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-Ya estoy en la asociación.- le informaba Alejandra por teléfono a su amiga Acacia.- El señor Esteban no se encuentra por aquí.

Se quedó helada al ver a Danilo avanzar por el pasillo en compañía de German. Ellos no se habían percatado de su presencia y sin pensarlo ella decidió esconderse. Le temía de sobremanera a ese tipo. Lo odiaba hasta tal punto de querer hacerlo pagar por todo lo que le había hecho sin importarle las consecuencias. Le había robado su inocencia, su alegría, su deseo de vivir. Ahora que al fin se encontraba dispuesta a seguir adelante y olvidar su pasado él reaparecía para recordárselo. Necesitaba ayuda.

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-Ven aquí.- dijo Dionisio jalando a Cristina sobre su regazo.

Ya estaban en casa de él, a las afueras del pueblo. Nadie sabía que se quedaba ahí a excepción de Ulises y Acacia, y ahora Andrés. Estaban a salvo. Cristina insistía en mandarlo a la cama ya que el doctor había ordenado reposo pero la terquedad de ese hombre era de admirarse.

-Me gusta tenerte conmigo.- dijo él mientras ella se recostaba sobre su hombro sano.- Ya no me siento tan solo, ni vacío como acostumbre vivir tantos años.

-Nunca volverás a estar solo, porque yo siempre estaré a tú lado.- respondió ella, acariciándole tiernamente su barba y pensando que tal vez ahora era el momento de decirle lo de su embarazo.

-Necesito un baño.- dijo él de pronto, Cristina bajándose de su regazo y ayudándolo a ponerse de pie.

-Prepararé la tina con agua tibia. Te ayudará a relajarte, anoche casi no dormiste.

-Me encantan tus cuidados.- dijo él, abrazándola con su brazo.- Pero quien debería descansar eres tú.

-Te preparo la tina y me recuesto un rato. ¿Te parece bien?- sugirió ella sonriendo.

-Me parece perfecto.- dándole un beso antes de que ella girara y se retirara en dirección al cuarto de baño.

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Caminaba con un bebé en brazos, su bebé, hacia la multitud que se había juntado en el centro de El Soto. Sentía una angustia inexplicable, una presión en el pecho que casi la asfixiaba. Se abrió camino entre la gente que rodeaba a aquel hombre tendido sobre el pavimento. Lo reconoció al instante. Era él. Dionisio. Ella se acercó envuelta en llanto, su bebé inquietándose por los sollozos de su madre. Cristina se negaba a aceptarlo. El amor de su vida había muerto.


Dionisio se metió bajo las sabanas. Acerco su cuerpo desnudo al de Cristina. La sintió inquieta, intranquila como si estuviese teniendo una pesadilla. A él le pasaba. No últimamente. No desde que con frecuencia la tenía a su lado. La abrazó y la apegó a él, sintiendo un leve pinchazo de dolor sobre la herida pero no le importó. Quería confortarla.

-Shhh.- susurró junto a su oído.- Aquí estoy contigo, todo está bien.

Cristina se tranquilizó. Sentir la mano de Dionisio sobre su vientre la hizo recordar a su bebé. Estaba oscuro, ya había anochecido. Se acurruco más a él y notó que se encontraba desnudo. Pensó en protestar pero Dionisio no le dio tiempo al comenzar a besarla en el cuello y murmurar palabras candentes en su oído.

-Te necesito.- murmuró él.- Necesito estar dentro de ti, escuchar tus gemidos.- continuó mientras llevaba su mano entre los muslos femeninos.- Sentirte vibrar de placer.

-Dionisio.- dijo ella, jadeante, anticipando lo que estaba por venir al sentirlo comenzar a despojarla de su ropa.

Dionisio se colocó sobre Cristina y situado entre sus piernas, se adentró lentamente en ella. Una sensación única que Cristina disfrutaba siempre. Esta vez, todo fue suave, lento, sin prisa. Ella estaba muy sensible y Dionisio lo notó. Se estremecía ante cada caricia, cada beso y cuando llegó a la cima del placer todo resulto más intenso. Ese hombre era un dios a la hora de hacer el amor. Nunca se había sentido tan plena.

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-Comandante Juárez, buenos días señorita.

-Buenos días.- contestó Acacia, extrañada por la presencia del agente en la hacienda.- ¿En qué puedo ayudarle?

-Quisiera hablar con la señora Cristina o con el señor de la casa si es posible.

-Mi madre no se encuentra y si se refiere a mi padre, él murió hace varios años.- contestó Acacia tajante.- Pero seguramente está hablando de Esteban. El actual marido de mi madre.

-En efecto. El señor Esteban Domínguez. ¿Esta él disponible?

-No. Tampoco está. Lleva días sin aparecer y nadie sabe en donde se encuentra.

Información que el comandante tomó en cuenta. Algo no estaba claro. Y él iba a investigar qué era.

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Le había sangrado la herida. Seguramente por sus actividades nocturnas la noche anterior. A Cristina le dolía verlo así.

-Ves por qué te digo que sigas las indicaciones del doctor.- lo regañaba ella mientras limpiaba la herida.

-Anoche, hasta a ti se te olvidaron, hermosa.- respondió él sonriente y riendo al verla sonrojarse.

-Pues de ahora en adelante eso no sucederá.- se defendió, acabando de cubrir la herida.- Necesito que te recuperes bien. Nos esperan muchas cosas por vivir juntos.

-Juntos.- repitió él.- Me gusta cómo suena eso.

-A mí más.- aseguró Cristina sonriendo y parándose de puntitas para besarlo en los labios.- Pero antes que nada, tengo que ir a ver a un abogado.

-Te acompaño.- dijo él, abotonándose la camisa lo más rápido posible.

-Claro que no. Nadie puede saber de lo nuestro o se complicaran los trámites de divorcio, mi amor. Ya hemos callado hasta ahora, podemos seguir haciéndolo.

-¿No crees que resultara extraño para muchos el no verte, como acostumbran, en la hacienda?- preguntó él un poco enfadado por lo que ella le pedía.

-Sé que sí. Pero yo no quiero alejarme de ti. Todo sería más fácil si se llegara a comprobar que Esteban no solo fue quien te atacó sino que posiblemente también asesinó al Rubio.

-De es imbécil me encargaré yo.

-No te expreses así.- le pidió ella.- No me gusta oírte hablar así. Júrame que no te ensuciarás las manos por él. No vale la pena, Dionisio. Júramelo.

Pero él no podía hacerlo. No podía hacer un juramento que no estaba seguro cumpliría. Se quedó callado un instante. Reflexionando en las palabras de Cristina. Ella tenía razón, no valía la pena.

-No te lo juraré, porque no estoy seguro que lograré contenerme si te hace daño a ti o a quienes me rodean.- dijo él.- Pero tienes razón. Jamás me he ensuciado las manos, y Esteban Domínguez, es muy poca cosa para empezar a hacerlo ahora.

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Ya todos sabían la noticia en La Benavente. El Rubio había muerto. Por supuesto que las especulaciones por parte de los trabajadores no se hicieron esperar. Acacia no ponía atención a ninguna de ellas. Ella estaba convencida de que Esteban era el culpable de lo sucedido y nadie más.

-No hagas caso, bonita. Verás que pronto el comandante Juárez dará con el culpable que en este caso, yo opino igual que tú, se trata de Esteban.

-Lo sé, mi amor pero me preocupa las historias que se están inventando los trabajadores.- dijo ella angustiada.- Algunos creen que Dionisio tuvo algo que ver.

-Pero eso es imposible, él estaba en el hospital. Y además, ¿Qué motivo tendría Dionisio para hacer algo así?

-Que el Rubio descubrió la relación que tiene con mi mamá y para evitar que hablara lo mató.

-Eso es absurdo.- contestó Ulises.- Dionisio estaba en el hospital.

-Creo que tendré que convencer a mi mamá de regresar a la hacienda. Será mejor que ella y Dionisio no se miren hasta que todo se resuelva y Esteban esté tras las rejas.

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-Cristina.- la recibió sonriente aquel hombre de mediana edad.- Que gusto verte por acá. Pasa, toma asiento.

Ella tomó asiento. El abogado Becerra era de toda su confianza. Lo conocía desde hace varios años, incluso desde antes que muriera Alonso, su primer marido.

-Gracias por aceptar verme sin cita, Osvaldo.

-No tienes nada que agradecer.- le aseguró él amablemente.- Dime en que puedo ayudarte.

-Es un asunto bastante serio y en el cual te pediría total discreción.- dijo ella pausando.

-Faltaba menos, Cristina. Sabes que puedes contar conmigo.

-Me quiero divorciar de Esteban Domínguez cuanto antes.- confesó ella decidida.

-Hecho.- respondió él sonriente sin intención de hacerla cambiar de opinión pues parecía más que convencida con su decisión.- Me pondré manos a la obra y cuando menos lo esperes serás una mujer libre nuevamente.

Cristina sonrió agradecida. Libre. Libre para rehacer su vida junto a Dionisio y ese bebé que ya ansiaba por conocer.

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Estaba aburrido. Había salido del hospital solo para ir a encerrarse a su casa. Cristina se estaba tardando demasiado. Ella le había asegurado que volvería lo más pronto posible pero nada que llegaba. Lo tranquilizaba el hecho que Andrés la había acompañado. Claro que ella se había opuesto a la idea pero Dionisio como siempre había sido más insistente hasta hacerla ceder. El hombro y todo el brazo comenzaban a molestarle un poco. Se puso de pie, abandonando la comodidad de su sofá para dirigirse a su recámara en busca de algún calmante. Se acercó a la mesita de noche pero algo captó su atención. ¿Una fotografía? Dionisio la tomó con su mano, estudiándola con atención, confuso por la imagen oscura y tonos grises que no parecían ser más que insignificantes manchas plasmadas en papel. Pero tenía el nombre de Cristina, la fecha y unas cuantas anotaciones más que no lograba entender. Volteó la fotografía para ver si algo encontraba atrás y había una nota. Escrita por Cristina.

-Tú no me planeaste.- leyó en voz alta, sin estar seguro que ese "Tú" fuera dirigido para él.- Ni mi mamita tampoco. Pero ella se puso muy feliz cuando supo que vengo en camino porque dice que te quiere mucho.- Dionisio leía, cada vez más confuso por la extraña fotografía.- Ahora que tú lo sabes, ojala estés igual de feliz. No podrás conocerme hasta en algunos meses más. Pero yo también estoy muy feliz porque tú serás mi papá.

Dionisio giró la fotografía nuevamente. Las últimas palabras retumbando en sus oídos. En estado de shock, al imaginar, al realizar de lo que todo eso se trataba. Miró a Cristina entrar en la habitación.

-¿Cristina?- murmuró él, mostrándole la imagen.- ¿Qué es esto?- preguntó expectante, acercándose a ella.

-¿No lo imaginas?- respondió entre nerviosa y feliz.- ¡Dionisio, vas a ser papá!- dijo al fin.- ¡Vamos a tener un hijo!

Él no supo cómo reaccionar. Si estaba feliz, o molesto Cristina no lograba descifrar su expresión. Lo miró tomar asiento al borde de la cama, su mirada perdida como intentado recordar. ¿Recordar qué? Dionisio al fin alzó su mirada, fijándola en la de ella y sonrió. Una sonrisa repleta de alegría y Cristina se lanzó a sus brazos y lo abrazó. Todo estaría bien mientras estuvieran juntos. 

La Mujer Que Yo RobéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora