No había logrado dormir en toda la noche, tenía muchas cosas en su mente y todas giraban en torno a "él". Dionisio. En torno a ese hombre que la había seducido hasta tal punto de ocupar sus pensamientos por completo. Ella no lo esperaba. No quería que las cosas fueran así. Entendía muy bien la postura de Dionisio cuando de la relación de ellos se trataba. ¿Relación? ¿Podría llamársele así? Cristina no quiso seguir intentando comprender el lío en el que se había metido así que salió de la cama al ver los primeros destellos de sol entrar por su ventana. Su tobillo se sentía mucho mejor, incluso lograba apoyarse en él sin sentir mucho dolor. Después de darse un baño, se vistió cómodamente. Pasaría el día entero supervisando el mantenimiento de sus tierras, lo quisiera o no, Esteban.
-Mi cielo, ¿Qué haces aquí?
Cristina, montada en su caballo miraba el campo abierto. Disfrutando del estado de paz que le producía en esos momento el estar sola hasta ser interrumpida por Esteban. Su marido.
-Pienso retomar mi rutina y salí a montar como acostumbro hacerlo todas las mañanas.
-Eso lo veo mi cielo pero, ¿por qué no me esperaste?- acercándose lo más posible a ella, también montado sobre su propio caballo.
-No quise molestarte, Esteban. Creí que seguías dormido.- contestó Cristina, intentando no sonar cortante ni irritada.
Esteban notó su actitud. Ella no lo veía a la cara, no le hablaba de frente. El que molestaba ahí era él, pero se negaría a aceptarlo. Él amaba a Cristina y estaba dispuesto a todo por ella. Como también estaba dispuesto a todo por esas tierras. Ya una vez se lo había demostrado, años atrás, cuando el marido de Cristina había muerto en aquel accidente. Tenía que ganársela de nuevo y estaba seguro que sabía cómo hacerlo.
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Dionisio despertó con un terrible dolor de espalda. Se había quedado dormido en el sofá, lugar incómodo para alguien de su tamaño. Los cristales de la copa que había sido lanzada y estrellada contra la pared la noche anterior lo hicieron recordar lo furioso que se había puesto al no lograr comprender sus emociones. Le gustaba el control. Cristina no era más que un pasatiempo. No era más que un pasatiempo, se repitió hasta el cansancio y estaba dispuesto a convencerse de eso.
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-Recorrer el campo juntos, me hizo recordar el inicio de nuestra relación.- dijo Esteban, se acercaba el mediodía y tanto Cristina como él regresaban a la hacienda.
-Fueron momentos muy bellos que sigo atesorando mucho.- respondió Cristina, sonriendo con un poco de melancolía.
-Cristina, mi cielo, yo he estado pensando que sería bueno alejarnos de aquí por un tiempo. Juntos tú y yo.
-¿Por qué dices eso?- preguntó aterrada ante la idea de irse pero sin saber por qué.
-No sé, creo que nos haría bien pasar tiempo a solas. Pudiera ser como nuestra luna de miel. Nunca tuvimos luna de miel.- le recordó.
-Yo no sé si te das cuenta o no que las cosas han cambiado entre nosotros, Esteban. Pensar en hacer un viaje juntos después de las discusiones que hemos tenido me parece ilógico.
-Cristina yo te amo y estoy tratando de remediar mis errores pero tú te empeñas en alejarme. Te amo, mi cielo solo te pido que pongas un poco de tu parte.
Cristina estaba tan confusa como Dionisio. Lo que sentía por Esteban ya no era amor y lo sabía porque no lo veía como antes ni se sentía como antes al estar a su lado. Pero tampoco se creía capaz de arriesgarse y dejarlo todo para al final quedarse con nada. Seguiría con Esteban y por lo tanto aprovecharía el tiempo que durara su relación con Dionisio. Al fin de cuentas, de lo que sí estaba convencida, es que no sería por mucho.
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-¿Qué haces aquí?- preguntó Norberto a Danilo en casi un susurro al verlo entrar a su oficina en la asociación.
-Relájate.- respondió calmadamente mientras tomaba asiento.- Recuerda que ya soy socio y nadie sospechará nada ni se les hará raro verme por aquí.
-Sea lo sea. Te dije que ya no haría nada más por ti.
-Siéntate y escucha. Esto también te puede beneficiar a ti.
Norberto obedeció de mala gana. Tendría que encontrar la manera de deshacerse de Danilo pronto. No quería problemas y problemas era justo lo que él atraía.
-Te escucho.
-Organiza una fiesta, una reunión, llámalo como quieras, pero asegúrate de invitar a todos los proveedores y hombres más adinerados de la región.
-¿Y yo por qué haría algo así?
-Se te olvida que sé muchas cosas de ti, Norberto. Hazme caso. Necesito relacionarme con gente de poder, necesito clientes con dinero, tú me entiendes.
-¿Y yo qué gano con todo esto?
-Bueno pues por principios, me enteré que a tu hacienda no le va muy bien que digamos. Económicamente.- aclaró.- Yo podría echarte la mano. ¿Qué dices?
No tuvo que pensarlo mucho. Por dinero, Norberto era capaz de vender hasta a sus propios hijos.
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La noche acababa de caer. Todo un día había pasado sin saber nada de él. Por más que había intentado distraerse nada daba resultado.
-Hola ma.- saludó Acacia, acercándose a donde se encontraba su madre revisando unas fotografías.
-Hola hija. ¿Cómo te fue?
-Muy bien mamá. Con Ulises siempre la paso bien.- respondió sonriendo.- ¿Y tú? ¿Qué haces?
-Estaba un poco aburrida y me puse a revisar estas fotografías que tomé hace tiempo.
-No es bueno que te encierres tanto, mamá. Necesitas salir, distraerte. Ser feliz.
-Yo soy feliz hija.- intentó convencerla.- Y ahora mucho más desde que decidiste regresar conmigo.
-Sí lo sé mamá pero yo hablo de otro tipo de felicidad. Tú sabes a lo que me refiero.
Cristina sabía pero prefirió no decir nada.
-La otra noche escuche que tú y Esteban discutían.- confesó la muchacha.
-Hija, lamento mucho que hayas tenido que presenciar eso.
-No te disculpes mamá. Yo nunca quise a Esteban como tu marido y sigo creyendo que mereces a un hombre mucho mejor que él.- dijo Acacia y al ver que su madre no respondía nada se atrevió sugerir.- A un hombre como Dionisio.
Para Cristina fue una gran sorpresa que su hija pensara de esa manera. Nunca habría imaginado que su propia hija terminaría "eligiéndole un pretendiente" por así decirlo. Y mucho menos que ese pretendiente terminaría siendo un hombre como Dionisio. Su hija aprobaba y a Cristina le fascinaba la idea de tener a Dionisio para ella. No a escondidas, pero sí que todos lo supieran. Pero había un problema, Cristina seguía siendo una mujer casada y esa realidad en ese momento le dolió más que nunca.
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-Muñecooo. Yo sabía que volverías.
Perla guio a Dionisio a una esquina del interior de aquel local. Un sofá cómodo en donde daba poca luz pero podía verse todo lo que ocurría en "La Victoria". Bailarinas exóticas en el escenario, damas de compañía, alcohol. Para Dionisio resultó el lugar ideal para calmar sus inquietudes que desde la noche anterior no lo dejaban tranquilo. Tomó asiento en el sofá, con una copa de whiskey en mano. Perla lo acompañó, sentándose a su lado, acariciándolo, tocándolo en el brazo, hablándole al oído pero Dionisio no escuchaba nada, no sentía nada.
-¿Qué te pasa, guapo? ¿Hmmm? ¿No te gustan mis caricias?- preguntó Perla.
Dionisio estaba sumido en sus pensamientos. Recordando sus encuentros ardientes con Cristina. Su piel, su aroma, sus besos, todo en ella le hacía delirar. Solo ella.
-En otra ocasión...- comenzó a decir Dionisio mientras apartaba a Perla de él y se ponía de pie.- Te tomaría aquí mismo. Sobre la mesa. Hasta hacerte gritar y enloquecer de placer. ¿Es lo que quieres?- preguntó, sonriendo cínicamente al verla jadear ante sus palabras.
-Tómame.- se ofreció ella, poniéndose de pie y casi suplicándole a Dionisio.
Él la miró. Sintiendo desprecio. No con ella sino con él mismo. ¿Qué hacía en ese lugar? No lo necesitaba. Ya no lo necesitaba.
-Dionisio Ferrer.
La voz de Norberto captó su atención. Ahora entendía la actitud de Juliana. Su marido prefería buscar fuera y despreciar lo que tenía en casa. Dionisio sonrió con asombro. El hombre parecía aterrado al habérselo encontrado precisamente en ese lugar. Seguro pensaba que Dionisio le iría con el chisme a su adorable esposa. Pero eso no formaba parte de su estilo.
-Que tal Norberto.- lo saludó.
-Me sorprende ver a un hombre tan bien parecido como tú aquí.
-Lo mismo digo.
Norberto no supo que responder a eso y se apresuró a cambiar el tema.
-Escucha, me alegra haberte encontrado, mañana se llevará a cabo una fiesta, más bien como un convivio en mi casa. Estarán presente las personas más poderosas de la región y bueno, tú estás por ser una de ellas.
-Cuenta conmigo. Allí estaré.- le aseguró.- Ahora si me disculpan, me retiro. Perla.-inclinó la cabeza a modo de despedida.- Salúdame a tu esposa.- le pidió a Norberto con evidente ironía y se marchó.
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La breve plática con Acacia la había dejado un tanto consternada. Se sentía intranquila, frustrada. Nuevamente le costaba dormir. Agradeció que su marido no hubiera insistido en regresar a la recámara. Esteban había acordado en darle tiempo siempre y cuando ella pusiera de su parte para resolver sus diferencias. Pero en ese momento no quería pensar en él. Tomó su celular y sin dudar ni un instante llamó al motivo de su insomnio.
>Esto sí que es una muy agradable sorpresa.- contestó Dionisio.- ¿Llamas a darme las buenas noches?
>Por lo visto si no lo hago yo, tú no te dignas en llamar.
>¿Es eso un reproche?
>Por supuesto que lo es señor Ferrer.
>Castígame. Y no lo volveré a hacer. O tal vez sí. Si me gusta el castigo.
Cristina sonrió y aunque no la podía ver, él lo notó. De pronto todo volvía a ser paz y alegría con solo escucharse el uno al otro. Pero sus cuerpos dolían por fundirse en uno solo. Para Cristina la voz varonil y tono seductor de Dionisio la enloquecía. Lo quería y lo necesitaba.
>El castigo estoy segura, te encantará. Aunque la intensión sea que sufras y no que goces.
>Eso suena prometedor. Mataría por tenerte aquí en estos momentos.
>¿De verdad?
>Ab-soluta-mente.
Cristina sonrió y supo, que tal vez, Dionisio no era tan incapaz de amar como él creía. Ella se encargaría de demostrárselo.
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Se habría negado a atender a la dichosa fiesta de no ser porque ella pertenecía a la afamada asociación de proveedores sin mencionar que era dueña de La Benavente, la hacienda más conocida en la región. Y claro sin mencionar también que los anfitriones eran nada más y nada menos que sus compadres. Se arregló más hermosa que nunca. Vistiendo un bellísimo vestido en tono azul que le marcaba a la perfección sus exuberantes curvas. Su cabello ondulado caía sobre sus hombros y espalda. Y el maquillaje realzaba sus hermosos ojos y finas facciones de su rostro.
-Comadre, simplemente divina como siempre.- dijo Juliana, recibiendo a Cristina, Acacia y Esteban.- Pasen, están en su casa.
-Gracias Juliana. Tú también te ves muy bien pero no hace falta que te lo diga.- respondió Cristina sonriendo.
-Juliana, ¿y Norberto?- preguntó Esteban.
-Se encuentra en el patio atendiendo a los invitados. Ya han llegado la mayoría de ellos.
-Iré con él entonces. Te veo, mi cielo.
Juliana notó la fría despedida entre sus compadres. Beso en la mejilla. No era común y hasta pudiese decirse normal para una pareja de "enamorados". Pero se limitaba a observar.
-Bueno yo iré con Manuel para que ustedes platiquen a gusto.- se disculpó Acacia.
-¿Y Ulises?- preguntó Juliana con interés antes de que la muchacha se alejara.
-Vendrá más tarde, parece que también recibió invitación por parte de Norberto.
Cristina no evitó pensar en la posibilidad. Si Ulises recibió invitación, eso sin duda aseguraba que Dionisio también.
-Buenas noches.
Esa voz. Cristina giró la mirada hacia la entrada y allí estaba él. Su presencia imponente, vestido formalmente de traje oscuro, camisa azul y corbata al color, el rostro de Cristina se ilumino al verlo. Sus ojos destellaban alegría y entusiasmo, pero sobre todo deseo.
-Cristina.- se acercó Dionisio, totalmente embelesado por ella, su vestido dejaba parte de su muslo al descubierto, su escote, su cuerpo entero, la deseaba.- Un gusto enorme volverte a ver.- le tomó la mano y la llevo a sus labios.- Luces increíblemente sexy.- dijo en un susurro que solo ella escuchó y sonrió en respuesta.
-Dionisio, que alegría tenerte aquí.- intervino Juliana al verse completamente ignorada por él.
-Gracias Juliana, favor que me hacen al invitarme.- respondió él modestamente.
-¡Dionisiooo!- entró Norberto, uniéndose al grupo y saludando excesivamente a Dionisio.- Ven, acompáñame. Te presentare a algunas personas que están ansiosas por conocerte.
-Vamos entonces.- acordó no muy convencido.- Con permiso.- se disculpó con Cristina y Juliana.
-Dionisio es guapísimo.- dijo Juliana al ver a los hombres atravesar la puerta que guiaba al patio.- Y el hecho que sea soltero lo convierte en toda una tentación.
Cristina no toleraría más comentarios como esos. Quería reprocharle a su comadre que se expresara así de Dionisio pero sabía que no tenía derecho a hacerlo.
-Él es soltero pero tú no Juliana. ¿En dónde dejas todos tus prejuicios?
-Por un hombre como Dionisio, los dejo en el olvido.- confesó su comadre, haciéndole a Cristina hervir la sangre de celos.- ¿Tú no?
-Mejor vamos con los invitados. Es absurdo que estemos teniendo esta conversación, Juliana.
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Dionisio no había vuelto a acercársele. Ella estaba sentada a lado de Esteban. Había demasiada gente presente como para que ellos pudieran hablar tranquilamente. Pero compartían miradas de vez en cuando. En ocasiones hasta sonrisas. Pero Cristina seguía inquieta. Juliana insistía en estar cerca de Dionisio, atenta a sus pedidos con la excusa de ser la anfitriona de la fiesta. Cristina resopló con enfado y Dionisio la miró. De pronto Esteban se puso de pie, exigiendo la atención de todos los presentes.
-Atención por favor.- golpeando con una cuchara la copa que sostenía en su mano.- Aprovechando que están todos los que considero mis amigos presente. Quisiera informarles de una decisión que he tomado y que ojalá mi mujer...- extendiendo su mano y tomando la de Cristina quien permanecía sentada y sin entender de qué hablaba Esteban.- Acepte. Como muchos de ustedes saben, hace algunas semanas cumplimos nueve años de matrimonio y a consecuencia de eso y de todos estos años de felicidad a tu lado, mi cielo. Quiero pedirte si aceptas casarte conmigo por la iglesia.
Cristina quedó totalmente atónita. Incrédula a que Esteban la pusiera en esa situación. ¿Se atrevería a decir que no y dejarlo en ridículo ante todos? Era lo que merecía por asumir que ella aceptaría sin antes haberlo hablado los dos con calma. Todos la veían. Esperando su respuesta. Anticipando lo que ella diría pero a Cristina solo le importó preguntarse qué estaría pensando Dionisio. Lo miró. Se veía serio. Su mirada clavada en la de ella. Quería que dijera que no. Ella lo sabía pero él no lo aceptaría.
-Buenas noches.
La llegada de Ulises acaparó la atención de todos y Cristina lo agradeció infinitamente. Aliviada por no haber tenido que tomar una decisión precipitada. Ulises estaba acompañado por una mujer.
-¿Dionisio?- exclamó la mujer acercándose a él.- Dionisio Ferrer.
-Isadoraaa. No lo puedo creer.
-Tanto tiempo, querido.- besando en ambas mejillas a Dionisio.
Los demás invitados retomaron sus conversaciones. Olvidándose por el momento de la propuesta de matrimonio pendiente.
-¿Ya se conocían?- preguntó Ulises, uniéndose a Dionisio e Isadora después de haber saludado a su novia.
-Sí.- respondió Dionisio.- Hace unos años trabajamos en un proyecto, juntos en Paris.
Cristina estaba atenta a la conversación sin querer intervenir. La tal Isadora se veía le tenía confianza a Dionisio pues hasta del brazo lo tenía tomado. Ulises insistió en introducirla a los presentes y Cristina no fue excepción.
-La señora es Cristina.- le dijo Ulises a Isadora.- Madre de mi novia Acacia.
Cristina miró a Dionisio, después a la mujer, después a Dionisio.
-Hola.- dijo cortante, mirando por último a Isadora y sin intención de saludarla de mano.
Isadora respondió de igual manera y después se giró a Dionisio quien sin duda estaba tan sorprendido como Ulises y Acacia por la actitud de Cristina.
-Tenemos mucho de qué hablar, querido. Han sido tantos años sin vernos.
Primero Juliana, ahora esa tipa. Cristina no lo podía soportar más. Por supuesto que estaba celosa. Ese hombre tenía una maldición. No había mujer que se le resistiera y ella odiaba eso porque quería ser la única en su vida. Cristina se levantó de su asiento y dirigió a la entrada de la casa. Dionisio la miró. Nadie más pareció percatarse de ello. El imbécil de Esteban estaba entretenido platicando con unos tipos e Isadora no paraba de hablar sobre todos sus logros al grupo que se encontraba en su mesa.
-En seguida vuelvo.- se disculpó Dionisio saliendo rápidamente tras Cristina.
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Caminaba por el pasillo de la casa en dirección al baño. Quería estar lejos de todos. Estaba enojada con todos. Con Esteban por su imprudencia. Con Juliana por andar tras Dionisio. Con esa tipa que ni su nombre recordaba por tocarlo. Y sobre todo con él por dejarse. Sintió una mano tomarla por el codo y girarla bruscamente hasta estrellarse contra un pecho firme. Respiro su aroma. Era él. Dionisio.
-¿A dónde crees que vas?- preguntó él en tono severo.
Cristina alzó la mirada a la de él. Alzando la barbilla en gesto desafiante e intentando zafarse de su agarre.
-Eso a ti no te importa.
-Por supuesto que me importa.- ejerciendo presión sobre los brazos de Cristina para evitar que se alejara.- ¿Por qué no me dijiste que pretendes casarte por la iglesia con el mequetrefe de tu marido?
-¡Porque ni yo misma lo sabía! Y además yo a ti no tengo por qué darte explicaciones.
Cristina se zafó y siguió su camino al baño. Entró e intentó cerrar la puerta tras ella pero el pie de Dionisio se lo impidió.
-¡Tú y yo, no hemos terminado de hablar!
Dionisio abrió la puerta de un empujón y entró tras Cristina, asegurando la puerta tras él.
-¡Que haces!- protestó ella.- ¡Sal de aquí!
-Deja de gritar. Si no quieres que nos descubran.
Dionisio se abalanzó sobre Cristina. Capturando su boca con la de él. Esta vez ambos besaban con fervor. Cristina introdujo su lengua en la boca de Dionisio, succionándole el labio carnoso después, mordisqueándolo. A él le fascinó. Probó el sabor de su propia sangre cuando se lamió el labio. Estaba jadeando, sumamente excitado. Retomó el beso, y llevando sus manos a las piernas de Cristina le alzó el vestido a la altura de su cintura. Ella entrelazó las manos alrededor de su cuello y sintió como de un jalón, Dionisio le arrancaba sus bragas. La alzó y sentó al borde del lavabo. Cristina se detuvo de sus hombros cuando él dejo de besarla, alejándose un poco para abrirse la bragueta y exponiendo su palpitante miembro. Ella jadeó ante lo que veía y Dionisio sin gastar más tiempo se introdujo en ella con una fiera embestida que la hizo gritar de, ¿Dolor? ¿Placer? ¿Alivio? ¿Satisfacción? De todo. Y él gruñó. Se sentía tan bien. Tan estrecha para él. Tenían que ser rápidos. Había lo que parecía una multitud allá afuera y pronto los estarían buscando. Eso resultaba sumamente excitante para ambos. Dionisio arremetió con embestidas profundas y rápidas. Saliendo completamente de ella para volver a entrar hasta el fondo. Cristina se aferraba a sus hombros, besándolo en el cuello, la mejilla, la boca. Gimiendo incontrolablemente ante las embestidas de Dionisio quien callaba sus gritos con besos ardientes, hasta que ambos sintieron hasta el último musculo de sus cuerpos tensarse para después entrar en un estado de total relajación. Ambos rieron después de recobrar las fuerzas y sus respiraciones. Dionisio, la besó sensualmente, lamiendo y chupándole el labio inferior antes de salir y apartarse de ella.
-Me has dejado sin bragas.- reclamó ella tratando de sonar molesta pero su rostro era uno de felicidad.
-Para que toda la noche pienses en lo que acabamos de compartir.- respondió él sonriente, mientras se arreglaba su ropa y la veía hacer lo mismo.- Además, es lo justo. Mira cómo me has dejado el labio.
-¿Te duele?- preguntó ella al ver la pequeña cortada que le había causado al morderlo.
-No. Me encanta.- respondió él sonriendo de oreja a oreja.- ¿Lista?
-Sí.
Dionisio abrió la puerta y después de asegurarse que no había nadie cerca la dejó pasar primero, aprovechando para darle una fuerte nalgada a su paso.
-¡Oye!- comenzó a recriminarle ella.
-Shhh.- la calló él tomándola del brazo para que siguiera caminando.
Acacia apareció de repente, tomándolos a ambos por sorpresa. Dionisio soltó a Cristina rápidamente. Sus sonrisas desaparecieron de sus rostros cuando notaron que Acacia los estudiaba con atención. Dionisio jamás se había sentido tan vulnerable ni aterrado por ser descubierto en algo como eso, pero se traba de Cristina y lo que su hija pudiese pensar si llegara a enterarse de lo de ellos.
-¿Y esa mancha en tu camisa?- preguntó Acacia a Dionisio.
Cristina lo había manchado de carmín.
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La Mujer Que Yo Robé
Storie d'amoreDionisio Ferrer ha llegado a El Soto por cuestión de negocios; Una vez ahí, queda completamente deslumbrado al conocer a la bella Cristina Maldonado y nada más verla, Dionisio decide que esa mujer tiene que ser suya a toda costa sin siquiera importa...