Capítulo 10

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Había subestimado a su oponente.

Así era como iba a tener que considerarla a partir de ese momento. Fernando entró en la casa detrás de ella y decidió que tendría que conceder a Lety pequeñas victorias para poder vencer. De ese modo, nadie se sentiría completamente derrotado.

La luz de la luna entraba por las ventanas, tiñendo de un tono lechoso el rostro de Lety. Antes de que pudiera encender las luces, Fernando la tomó de la mano y la atrajo hacia él.

Lety había estado provocándole toda la noche, empezando por el vestido que se había puesto, un vestido que resucitaba momentos excitantes del pasado. Después, durante la cena, había bailado con él de una forma tan sugerente que casi le había sido imposible caminar de regreso a la mesa.

Se le daba muy bien excitar a un hombre.

Había llegado el momento de recuperar el control de la situación. La tomó de la cintura y se acercó a ella. Estaba ardiendo.

-Fernando...

No le dejó ni siquiera empezar la frase. La besó en el acto. No quería hablar. No quería que nada le distrajera de lo que tenía que hacer.

Sabía a la tarta que habían tomado de postre, al vino que habían pedido para acompañar la cena y a ella.

Era Lety.

Los recuerdos no se podían borrar fácilmente.

Lety puso las manos sobre su pecho intentando dar marcha atrás pero, al cabo de unos pocos segundos, se relajó y arqueó la espalda ligeramente, ofreciéndole sus senos.

Aquella mujer le había traicionado, pero Fernando intentó no pensar en ello y concentrarse en su cuerpo. Le pasó las manos por la espalda deleitándose con el tacto de su piel y tocó sus senos sin dejar de besarla apasionadamente.

Lety hundió las manos bajo su traje, las metió dentro de su camisa y le arañó la espalda, incitándole. Incapaz de esperar más, le quitó la chaqueta.

En respuesta, Fernando buscó a tientas la cremallera de su vestido y, con un sencillo movimiento, el elegante traje de noche cayó al suelo, dejando a Lety en bragas y con sus zapatos de tacón.

Al verla, al reconocer de nuevo su cuerpo, Fernando creyó que un cóctel Molotov iba a explotarle dentro del cuerpo. A sus pulmones les faltaba aire.

Luchó contra el impulso de hacerla suya en aquel mismo momento. Con los años, se había convertido en una mujer todavía más atractiva.

Se llevó la mano a la corbata con la intención de quitársela.

-Déjame hacerlo a mí -le pidió ella.

Lety tomó la corbata y la desanudó lentamente. La tiró al suelo y continuó desabrochándole los botones de la camisa.

Cuando hubo llegado al último, la abrió y pegó su cuerpo al de él mientras le besaba el cuello. Fernando estaba cada vez más excitado. Lety le quitó finalmente la camisa y Fernando la tomó de la cintura.

Si no la llevaba a su habitación cuanto antes, iba a perder el control y cometer un gran error, hacerlo con ella sin preservativo. No podía correr ese riesgo, no podía atarse a una mujer de por vida.

Sin pensarlo dos veces, la tomó en sus brazos y empezó a subir las escaleras mientras olía su perfume y el aroma de su cuerpo desnudo. Mientras tanto, ella le acariciaba la oreja con la lengua, provocándole.

Entró en la habitación de ella y la dejó junto a la cama.

-Preservativos -dijo él.

-En el cajón -respondió ella señalando con la cabeza.

Fernando lo abrió, dejó la caja sobre la mesilla y abrió uno.

-Quítate las bragas, pero déjate puestos los zapatos -le ordenó.

Lety le miró con una sonrisa llena de sexualidad, y Fernando recordó que le había dicho aquellas mismas palabras en el pasado, cinco años atrás, cuando se había dejado engañar por ella y había permitido que...

Se negó a pensar otra vez en lo mismo. No era el momento. No importaba si Lety se había acostado con uno o con cien hombres.

Lety se quitó las bragas lentamente, deslizándolas por sus largas piernas, mientras él la miraba con avidez.

Fernando se llevó las manos a la cintura y empezó a quitarse el cinturón con las manos temblándole. ¿Qué demonios le pasaba?

Se bajó los pantalones, se quitó la ropa interior y los echó a un lado.

Lety se acercó a él y recorrió su cuerpo delicadamente con las manos, tocó cada músculo de su pecho, descendiendo peligrosamente por su estómago hasta llegar a la cintura.

No podía más. La tomó en brazos y la tumbó en la cama. No podía dejar que ella se hiciera con el control de la situación. No podía olvidar por qué estaban allí.

«Esto es sólo un trabajo, sólo tienes que hacerlo», se dijo a sí mismo.

La besó en la boca con pasión y urgencia. Descendió por el cuello de ella poco a poco hasta llegar a los senos, que saboreó con deleite. Mientras tanto, bajó con las manos por el vientre de ella hasta llegar a sus piernas.

Estaba húmedo, y Lety no podía dejar de jadear. Introdujo un dedo y empezó a deslizarlo en el interior del cuerpo de ella con una facilidad y un conocimiento que creía haber perdido. Era como si nunca hubieran dejado de verse, como si se hubieran acostado el día anterior.

En pocos instantes, consiguió que Lety tuviera un orgasmo. Pero, sin darse cuenta, la excitación le había llevado hasta un abismo tan abrupto que tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no tener él también un orgasmo.

¿Qué demonios había pasado? ¿Cómo había sido capaz de llegar hasta ese punto sin necesidad de penetrarla? No le había sucedido nada parecido desde hacía mucho tiempo, desde los quince años. Lety siempre había tenido ese efecto en él, había conseguido hacerle perder el control sin apenas tocarle.

Al cabo de unos instantes, se recuperó, se puso otro preservativo y la poseyó de un golpe violento mientras sentía una corriente eléctrica recorrer su espina dorsal.

«Lety es sólo un trabajo, sólo un trabajo, después podrás olvidarte de ella», pensó.

-Fernando, no pares, por favor, no pares... -suplicó ella sujetándose con las manos a la espalda de él.

Fernando aceleró el ritmo y, entonces, el cuerpo de Lety empezó a tener convulsiones hasta explotar de nuevo.

¿Había llegado al orgasmo también con su padre?

Aquel pensamiento consiguió enfriar su cuerpo como si le hubiera caído un iceberg encima. Luchó por apartar aquella imagen repulsiva de su cabeza mientras recuperaba el aliento. Salió de ella y se sentó en el borde de la cama con la cabeza hundida entre las manos.

Aquello no podía ser.

Cuando hubo recuperado el control de sí mismo, se volvió hacia Lety.

-¿Te ha gustado? -le preguntó.

-Sí -respondió ella con el rostro enrojecido y todavía jadeando-. Pero... - añadió acercándose a él.

-Entonces, buenas noches -dijo él levantándose de la cama antes de que ella pudiera tocarle.

-Pero, Fernando, tú no...

Salió de la habitación y cerró la puerta.

No, no había llegado al orgasmo, pero había estado a punto.

A punto de olvidar por qué estaba allí.

Chantaje.

Humberto Mendiola.

Lety.

Había estado a punto de olvidar quién era él, qué se estaba jugando y cómo ella le había traicionado en el pasado.

Era un error que no podía volver a cometer.

ANTIGUOS AMANTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora