capítulo 25

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Lety contuvo la respiración al sentir el impacto de una ola. Se le aceleró el pulso, el agua salada recorrió su rostro y sintió el viento acariciar su pelo. El ruido de la máquina y el cuerpo de Fernando, que la sostenía desde atrás, le hacían sentir más caliente de lo que había estado nunca.

Oyó el sonido de la sirena, indicando que la hora de Jet Sky había finalizado. Lety respiró con frustración. No quería regresar a la orilla. No quería regresar al barco ni al trabajo. Quería seguir eternamente allí, rodeada por los brazos y las piernas de Fernando.

Como si hubiera oído sus pensamientos, Fernando tomó sus manos y las puso en el mecanismo que guiaba el Jet Sky. Iba a dejar que fuera ella la que guiara la máquina de regreso.

— ¡Ha sido muy divertido! —Gritó ella haciéndose oír por encima del ruido—. Y no nos ha devorado ningún tiburón.

—No cantes victoria antes de tiempo —dijo él—. Todavía no hemos salido del agua —añadió dándole un beso en el cuello.

Lety sonrió y, por un momento, creyó estar en compañía del hombre del que se había enamorado cinco años atrás.

—Gracias, Fernando —dijo—. Ha sido maravilloso.

—De nada —dijo él conteniendo una sonrisa de satisfacción.

Regresaron a la plataforma, donde estaba esperando el siguiente grupo.

—Me preocupa que desvelaras tu identidad cuando pediste una hora en el Jet Sky sin tener hecha la reserva —dijo ella.

—La persona que me hizo la reserva seguramente no hablará con nadie del barco —repuso él—. De todas formas, no importa, ya he visto todo lo que necesitaba ver.

Lety suspiró. ¿Quería eso decir que iba a acortar la estancia en el crucero? No quería volver a Miami tan pronto. No estaba preparada. Quería pasar con él las tres noches que le había prometido.

— ¿Qué has visto? —preguntó Lety.

—Eso es información reservada.

— ¿Somos un equipo o no?

—CONCEPTOS es un nido de víboras ahora mismo. —Yo nunca me he hecho eco de las habladurías, y lo sabes.

Tomaron una lancha hasta la orilla. Cuando llegaron, Fernando la llevó a una terraza y pidió dos botellas de agua mineral con su tarjeta de identificación personal. Todavía les quedaban unas horas en la isla antes de que el barco zarpara.

—Fernando, ¿cómo voy a ayudarte si no me cuentas nada?

—Puedes ayudarme recordando que todo esto es confidencial.

Confianza. Todas las conversaciones terminaban en el mismo sitio, en la falta de confianza. Todavía no se la había ganado, pero lo conseguiría.

—Debió de ser divertido tener una isla para ustedes solos cuando eran pequeños —dijo ella intentando cambiar de tema—. ¿Venían mucho por aquí?

—Cuando lo hacíamos, era por trabajo —respondió Fernando—. Omar enseñaba a los clientes a manejar las lanchas. Marcia se encargaba del submarinismo.

— ¿Qué hacías tú?

—Preparaba la comida, limpiaba... Mi padre siempre me daba a mí el trabajo sucio.

— ¿Por qué crees que lo hacía? —Siempre dijo que, para dirigir CONCEPTOS, tenía que conocer el negocio desde abajo. Hizo todo lo posible para asegurarse de que así fuera.

—Lo siento —dijo ella.

—Yo no. Ahora entiendo este trabajo mejor que la mayoría de la gente. Mi padre intentó destruirme pero, a la larga, me hizo un favor.

ANTIGUOS AMANTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora