II

17 1 0
                                    

-¿Te parece bien?

-Sí, claro.

-¿A Marina también?

Miro a Marina, frente al espejo de la recepción, más preocupada por la simetría de sus cejas que por la tardanza de Emma y Aurora.

-Pooor supuestooo.

Alargo las 'oes', quizás para mí misma, aunque seguro que Aurora percibe el tono de ironía de mi voz. Es muy avispada.

-Lo siento mucho.

-Nos iremos adelantando entonces.

-Besitos.

En vez de repetir una despedida tan cursi, le doy un beso al altavoz de mi bq y escucho el silencio del final de la llamada unos instantes antes de despegármelo de la oreja. Me gusta ese momento sagrado de invulnerabilidad social que te da aparentar responder a una llamada: es como si las personas de tu alrededor se vieran obligadas a bajar su voz y alejarse de ti. Un contrato social que extrañamente todo el mundo cumple y respeta. Me gusta aprovecharme del poder que me confiere y pensar en lo que supone. Vamos, una mierda más para perder el tiempo, pero una mierda filosófica. Guardo el teléfono y me acerco a Marina, que sigue obcecada en comprobar si sus cejas está igualadas.

-Nos vamos.

-¿Qué? ¿Qué me estás contando?

Despega los ojos de la abstracta obra de arte que ha hecho de su rostro y me mira, esperando una explicación a diez minutos de su vida en los que, cómo no, se ha pasado distraida, víctima de su propio narcisismo.

-¿Y las chicas? Osea, ¿no vienen? ¿le ha dado una indigestión a Emmita?

Se empieza a tronchar ella sola. A veces siento que la diferencia de edad no es suficiente para denotar la madurez entre dos personas.

-No lo he preguntado. Tendrán algún problema y ya está.

-¿Estarán bien?

-Seguro.

-Entonces me fío de ti.

Me pregunto si habrá entendido que no tengo la menor idea de lo que pasa. A lo mejor ha salido una piraña del retrete y el trasero de Emma está en funestas condiciones, y si es ese caso, espero que se ponga bien pronto, pero ojalá que no lo sea. Marina suele estar en las nubes todo el rato. Me cuesta hacerme a su forma de ser a pesar de tantos años que llevamos juntas.

-¡Vámonos! Osea ya de ya, que perdemos el bus.

Comienza a dar brinquitos en dirección a la puerta y me dan ganas de retroceder en el tiempo hasta el momento en el que ella pensase por primera vez que dar brinquitos es de gente equilibrada para remendar ese terrible error.

-¿Lo llevas todo, conejo de Pascua?

Se para en seco, sin siquiera girarse a mirarme y hurga en su pequeño bolsito como un perro cavando en tierra blanda. Algo la hace sobresaltarse.

-¡El DNI de Aurora!

Esta vez da una vuelta sobre sí misma y me lo enseña.

-Eres como una niña pequeña. No te lo llego a decir y la lías.

-¡No me digas eso! Osea, un fallo lo tenemos todas, ¿sí o no?

Según hablamos va acortando la distancia que había recorrido a base de saltitos. Esta vez, gracias al cielo, andando como las personas normales. Sostiene el DNI en la mano. Rezo para que no se le escurra de sus manos de mantequilla y termine por perdérsele.

-¿Te acuerdas de cuando lo de la tarjeta de embarque?

-No ha llovido desde entonces...

-Hace seis dias, Marina.

La Historia del Día Después Donde viven las historias. Descúbrelo ahora