Capítulo 5

21 3 0
                                    

Media hora antes de mi quedada con Josh, salí de casa y me dirigí hacia en mismo pub al que fuimos ayer. Me había planteado llevar conmigo el Libro Rojo, un impulso no intencionado, pero llegué a la conclusión de que estaría más seguro en casa.

En el exterior hacía frío y ya había oscurecido, pero no me importó. Nunca me ha asustado la oscuridad, de hecho me siento bastante cómoda entre las sombras.

Mientras caminaba tranquilamente, dejé que mis pensamientos volaran libremente por mi mente, pero éstos se dirigieron de nuevo al misterioso libro. ¿Cómo habrá llegado allí, en el interior de mi piano? Lo seguro es que alguien tubo que dejarlo allí intencionadamente. Tal vez venía con el piano, alguna promoción de regalo, y estaba repleto de canciones y partituras... no, no lo creo. Sería muy poco probable, demasiadas coincidencias, y además, no tenía pinta de ser un simple libro con partituras y notas. Me pregunté porqué estará cerrado con llave, y dónde estaba esta. Debe de ser un objeto muy importante. ¿Habrá ido a parar en mis manos de casualidad? O tal vez no...

Sin darme cuenta,  me había metido en una calle especialmente oscura. Miré en todas direcciones, pero no vi a nadie. La calle empezaba a mezclarse con los árboles de un bosque cercano. Mierda, ¿dónde me he metido?

Apresuré el paso, empezando a sentir pánico. Era demasiado tarde para volver. Pero la calle parecía no terminar nunca. Comencé a sentir susurros de hojas entre los pocos árboles que había cerca. Me obligué a pensar que sólo era el viento. Pero al cabo de poco tiempo, empecé a vislumbrar unas extrañas sombras que provenían del mismo lugar que los sonidos. Y no tenían forma de árboles.

Los susurros se convirtieron en un débil murmullo, y sentía una rara presencia detrás de mí, pero cada vez que miraba hacia atrás no veía nada, sólo la carretera desierta y continuaba caminando, acelerando el paso.

En algún momento, el murmullo aumentó, adquiriendo un tono tenebroso y cortante, como pequeñas navajas rasgando el aire.

De repente, los tétricos sonidos cobraron sentido para mí. Me detuve en seco.

-Danos el Libro...

Era un susurro letal, envenenado y silbante, como si hubiese salido de la boca de una serpiente. Se repetía una y otra vez.

-Danos el Libro...

Los sonidos venían justo detrás de mí. Me di la vuelta lentamente. Sabía que era un tremendo error. Lo sabía y aún así lo hice.

Dicen que cuando uno está realmente aterrorizado, no es capaz ni de chillar. Simplemente se queda paralizado, sudoroso y sin respirar. Bien, pues eso mismo me pasó a mí en ese momento.

Delante de mis ojos habían unos... seres, cuya estructura corporal era parecida a la de un humano. Dos brazos y dos piernas, una columna vertebral que sostiene un tórax y la cabeza. Pero allí se acaba el parecido. Estaban agachados, colocados a cuatro patas. Sus piernas y brazos eran más largos que los de un humano, y se doblaban en unos ángulos extraños. Como un perro rabioso a punto de saltar para atacar. La membrana corporal era completamente negra; parecían oscuras y terroríficas sombras que te acechaban en tus peores pesadillas. Sus cabezas también eran negras y no tenían ningún orificio, ni ojos ni vello. Era una perspectiva tétrica, teniendo en cuenta que segundos antes me habían dado una clara orden. Pero al fijarme mejor, observé que sí que tenían boca, o eso me pareció; un gran agujero entreabierto del cual asomaban unos puntiagudos dientes salpicados de saliva. Observé que la forma de la cabeza era similar a la de una gota, pues el extremo superior se estrechaba hasta adquirir una estructura parecida a la de un cono.

Ellos eran tres. Y yo estaba sola y acorralada.

Instintivamente, retrocedí a trompicones y mi espalda chocó contra un árbol. De reojo vi en el suelo, a mi lado, una rama rota que debió de haber caído del árbol. La punta era afilada como una lanza, y su tamaño era similar al de una daga larga. Lenta, muy lentamente me agaché para recoger la rama sin apartar los ojos de esos seres que, aparte de su pesada respiración, no producían ningún otro sonido. Me miraban expectantes y feroces, con una pizca de impaciencia. Decían que querían el libro, pero ¿que...? Ah, vale. El Libro.

Bueno, no creo que sean unos bibliotecarios enfadados porque no devolvieras aquel libro de John Green.

Querían el Libro Rojo. Para hacer ¿que? ¿Qué eran esas cosas? ¿Venían en nombre de alguien o trabajaban solos? No sé porqué, pero me pareció que cumplían órdenes.  ¿Debería darles el Libro? No, ni de broma. Primero, porque no lo tenía conmigo; y segundo, porque mi instinto -no hay otra forma de llamarlo- me decía que no debía hacerlo.

Me alcé con mucha lentitud, la rama cogida fuertemente en mi mano. Noté como algunas astillas se clavaban en mi carne, pero no aflojé el agarre. Seguramente se dieron cuenta de que la había cogido, porque el que susurró antes, el del medio, siseó amenazadoramente, como una serpiente y se agachó más para coger impulso -en  una posición que me recordó a un perro rabioso-, y saltó sobre mí, sacando sus afiladas garras, que eran como enormes navajas asesinas.

Me aparté justo a tiempo para que el golpe no fuese mortal, pero no antes de que me rozara el brazo derecho con sus garras, provocándome largos cortes. Se me escapó un grito de dolor. Cuando éstas penetraron mi carne sentí como si, literalmente, se me helase la piel. Por unos instantes, un frío glacial agarrotó mi brazo; era incluso peor que la herida en sí.

Aquel ser chocó contra contra el árbol que unos instantes antes había estado detrás de mí. Se reincorporó, aturdido, porque no pensó que yo podría moverme con tanta rapidez. Lo cierto es que a mí también me sorprendió eso, pero estaba demasiado ocupada tratando de salvar mi trasero como para que me haya preocupado de aquello.

Mi contrincante no tardó en recuperarse, y volvió a abalanzarse sobre mí. Esta vez reaccioné más deprisa y me dejé guiar por mi instinto.

Tuve una sensación extraña en  mi interior. Como un especie de explosión de fuego y adrenalina, que enseguida llenaron mis venas, inundaron mi mente y ahogaron cualquier pensamiento que no tenga nada que ver con mi batalla. El fuego me complacía, pero a la vez me frustraba y quise deshacerme de él. Deseé liberarme de esta sensación y a la vez vivirla al máximo. Solo había una forma de saciar aquel ardor.

La bestia se acercaba. Yo, impulsada por mis intuiciones , en vez de huir, me abalancé contra él y hundí la estaca en su pecho. El monstruo no se lo esperaba en absoluto -tengo que admitir que yo tampoco-. El cuerpo se desplomó y, justo antes de tocar el suelo, se... deshizo. La siniestra figura se difuminó, después pareció humo negro con la forma del monstruo que en instantes se disipó en el aire, dejando un fuerte y desagradable olor a azufre en el ambiente.

Yo estaba estupefacta y me quedé mirando el lugar dónde tendría que yacer el cadáver de aquella cosa... Pero no había nada. Ni siquiera un rastro de sangre. Como si no hubiese pasado nada. Y en ese momento me di cuenta de lo que había hecho. Impresionada y atemorizada, miré mis manos, llenas de arañazos y de lo que parecían quemaduras allí donde la sangre de aquel ser tocó mi piel. Nunca me había considerado una persona violenta. Sí, vale, tenía carácter. Pero no iba por allí matando con estacas. Me sentía deslumbrada y avergonzada a la vez. Aquella sensación de frío triunfo que me inundó cuando la madera había perforado la carne de la criatura, cuando sentí cómo había derramado sangre y que yo había hecho eso...

De repente, algo duro y frío chocó contra mí y me propulsó violentamente hacia la izquierda. El impacto contra el suelo me dejó sin aliento y cuando enfoqué la vista vi que otra bestia estaba sobre mí, salpicando saliva sobre mi cuello de una forma repugnante. Había perdido la rama durante la caída; no tenía nada para defenderme esta vez. Iba a morir. Iba a morir y encima aquellos imbéciles se quedarán con el Libro. Cerré los ojos en un gesto de derrota y esperé el final...

De una forma tan espontánea que me sentí desorientada por unas milésimas, noté que el aplastante peso de la bestia desaparecía y me liberaba. Respiré profundamente. No me había dedo cuenta de que me había estado aplastando los pulmones, dejándome si respiración.

Me reincorporé lentamente hasta quedar sentada mientras tosía y trataba de recuperar el aliento. ¿Dónde se había metido aquella cosa? Miré a todos lados, buscando, hasta que lo vi a mi derecha. 

Pero no estaba solo.

Los Guardianes I: Alas BlancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora