Capítulo 6

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A causa del incesante movimiento de ambos y de la espesa oscuridad que nos rodeaba, me fue difícil distinguir la figura del otro individuo, aunque logré divisar un contorno humano. Golpeaba al monstruo que me atacó anteriormente, de una forma que podría haber parecido brutal si no fuera por la elegancia y la agilidad de sus movimientos. La bestia soltó un desgarrador chillido y se deshizo de su contrincante de un fuerte empujón, tirándolo al suelo a varios metros de distancia. Se me escapó una mueca de dolor. Aquello debió de romperle varios huesos a la persona, si ha tenido suerte. Por eso se asombró cuando volvió a ponerse en pie fácilmente, como si no hubiese pasado nada.

A la escasa luz de la luna, visualicé su figura. Ahora no me cabía duda de que era humano y, al parecer, un hombre. Alto, de hombros anchos y su oscuro cabello desprendía destellos blancos cuando la luz impactaba contra sus mechones.

Se llevó la mano al cinturón y vi que sacaba una daga, lo cual me habría escandalizado y flipado en una ocasión normal, pero aquella noche parecía dispuesta a ser cualquier cosa menos corriente. El arma parecía emitir un brillo casi imperceptible. Cuando la alzó en su mano izquierda vi como algo pequeño y oscuro centellaba ente sus dedos.

El individuo agarró firmemente la daga -claramente, era zurdo- y arremetió contra la bestia. Con un elegante y complicado movimiento clavó la afiladísima hoja en el cuello de su contrincante, antes de que éste pudiera reaccionar. Chilló de nuevo, un sonido ahogado y molesto, y se desplomó, experimentando la misma metamorfosis que su anterior compañero; sus restos se convirtieron en humo que se disipó en el aire, mezclándose con las sombras.

Su otro aliado -que se había sorprendido por la interrupción- reaccionó y se abalanzó sobre el hombre. La bestia saltó sobre él. El individuo se lo esperaba. Extendió la mano, que aún sujetaba la daga, sin inmutarse, casi con indiferencia. El monstruo vaciló durante una milésima, al darse cuenta de lo que pretendía, pero ya era demasiado tarde. En vez de aterrizar sobre el hombre, el filo del arma perforó su estómago -o lo que sea eso. El flácido cadáver iba a desplomarse sobre el cuerpo de mi desconocido salvador, pero se esfumó -literalmente- antes de tocarlo.

Él se encontraba de espalda a mí y yo lo miraba con la boca abierta. Había matado aquellas cosas con una facilidad increíble, como si participase en un aburrido juego de niños. Entonces, con una involuntaria humillación, me di cuenta de que me había salvado la vida. Un completo desconocido, salido de la nada, acaba de salvarme la vida matando a unos monstruos que parecían alienígenas. Y yo había matado a uno de ellos también. Si en mi mente sonaba como si estuviese loca, no quería ni imaginar lo que pensaría cualquier otra persona si lo contase en voz alta.

Entonces, él se volvió hacia mí. No fui capaz de ver claramente su rostro pero, gracias a la luz de la luna, distinguí unas inconfundibles facciones varoniles.

-¿Estás bien?- me preguntó con voz ronca. Me quedé anonadada por una milésima de segundo. Su voz, a pesar de la tensión era bonita y melodiosa. Tranquila y suave, segura y controlada, dulce y firme. Perfecta para un cantante de baladas.

Cuando volví en mí, me levanté con toda la rapidez que me permitió mi dolorido cuerpo y sacudí la tierra que se me había adherido a la ropa, aunque no sirvió de mucho para arreglar mi aspecto. Me sentía avergonzada y evitaba mirarle. No  me entusiasmaba la idea de que me hubiera ayudado y de darle las gracias; preferiría que se hubiera largado enseguida de haber hecho su acto heroico, en plan Spiderman.

-Sí- respondí, concentrada en limpiar mis destrozados tejanos que habían sido nuevos hace un par de horas-. No -vacilé-. No lo sé- admití suspirando.

-¿Sabes qué era eso que te atacó?

Lo miré por fin, con el ceño fruncido.

-¿Debería saberlo?

Los Guardianes I: Alas BlancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora