Capítulo 7

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-Sí, vale, lo entiendo, pero ¿estaba bueno?

Melissa no era una golfa, ni mucho menos; por eso supe que estaba de broma, para relajar mi tensión. Pero yo no entendía cómo podía estar de broma después de lo que le había explicado. Ni siquiera había mostrado incredulidad, ni un poquito. Eso me llevó preocuparme por  la cordura de mi mejor amiga.

-Mel, esto es muy serio. Has escuchado lo que te he estado explicando, ¿verdad?

-Por supuesto; en lo referente a escuchar, nadie me gana -dijo con suficiencia, pero yo no expresé en voz alta mis dudas, ya que ella no siempre se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor.

Mientras intentaba desayunar, había decidido contárlselo a Melissa porque... bueno, en realidad no estaba segura de porque. Necesitaba soltarlo y además, Mel tiene un don que casi nadie posee de calmarme en situaciones de estrés. Su calma y despreocupación me contagiaban en ocasiones, si así lo quería ella, y a veces lo agradecía.

No podíamos ser más diferentes. Su cabello era liso y largo, de color oscuro y cada vez que movía la cabeza, con la colaboración del sol matutino, sus mechones lanzaban destellos plateados que me cagaban a momentos. Y tenía unos ojos muy bonitos; de un marrón tan claro que más bien parecía oro líquido, a juego con su piel eternamente bronceada. La adolescencia la había favorecido mucho. Cuando había sido más pequeña, Melissa lo había pasado muy mal, ya que tenía un problemilla con el peso. Recuerdo que el verano de mis doce años, después de las vacaciones, cuando no la había reconocido y ella se lo había tomado con mucho humor. Bien pensado, ese verano también había cambiado mucho yo... pero no me había sentido tanto optimismo como Mel. Por algunos motivos, mi madre y ciertos asuntos de mi vida, me habían forzado a crecer demasiado deprisa. Y la poca infancia de la que había disfrutado, fue bastante perturbadora y triste, en algunos aspectos. La belleza era un tema con el que tenía cierto resentimiento, a veces me sentía como una prisionera; un monstruo atrapado en un bonito envoltorio. Mi vida era un dilema, ya que una parte de mí -la parte independiente, orgullosa y rebelde- lo odiaba y la otra -la que mi madre había conseguido dominar- se sentía superior y afortunada, pues, como algunos amigos de mi madre decían "poseía una belleza inusual y espectacular a la que debería sacar partido". Y sí. Mi madre supo perfectamente cómo sacarle partido a la cara bonita de su hija.

Cuando le expliqué lo del Libro Rojo pareció escéptica. Pero entonces lo saqué de mi mochila -cargada de pesados libros de clase- y se lo mostré. Ella se había quedado asombrada, casi hipnotizada, mirando el Libro.

En ese momento era temprano y nos dirigíamos al instituto. Esta mañana, al levantarme, descubrí que casi todas las marcas del "incidente" de la otra noche habían desaparecido, lo cual me llevó a pensar que sólo se había tratado de un sueño. Pero me convencieron la sangre seca y algunas costras restantes, además del hecho de que lo que había ocurrido había sido demasiado increíble, detallado y raro para que me lo hubiera imaginado. Mi mente no daba para tanto.

-No entiendo nada - mi voz se convirtió en un lamento.

-Ashley -empezó Mel. El tono de su voz, la exagerada solemnidad que destilaba, me indicó que iba a dar uno de sus discursos-, todo esto es una locura, lo sé. Y si esto me lo hubiera explicado cualquier otra persona y con las mismas palabras que tú, me habría reído en su cara. Pero sé que tú no te lo estás inventando, uno de los motivos es porque no tienes tanta imaginación -puse los ojos en blanco, pero ella volvió a ponerse seria-. Sea como sea, lo hayas hecho a propósito o de pura casualidad, has metido la pata en todo este asunto. Pero, para tu obvio alivio, yo estaré aquí, a tu lado. Y vamos a solucionar esto. O no. ¿Quién sabe? A lo mejor la cagamos más aún. Pero la cagaremos juntas.

Los Guardianes I: Alas BlancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora