Tengo fama de llegar tarde siempre el primer día de clases en la Universidad.
Estacioné el auto y mientras caminaba hacia el edificio recordé que no había desayunado nada.
Entré a la cafetería y me formé en la fila. Miré alrededor, las mismas caras de cada año. La misma gente.Una chica nueva, frente a mí contaba monedas en el mostrador para pagar su café, la cajera parecía impaciente. Saqué un billete de mi cartera y se lo di.
-Dame otro café y cobra los dos de aquí.
La chica volteó hacia atrás, avergonzada, negando con la cabeza.
-No, no es necesario yo..
-No hay problema.
Sonreí y tomé mi café, al tiempo que giraba para salir.
Saludé a unas cuantas personas en el trayecto al salón. Cuando llegué ocupé mi lugar habitual y saqué mi libro de inglés, para revisar mis apuntes del semestre pasado.
Cuando volteé hacia arriba, la chica de la cafetería estaba mirándome desde la puerta. Parecía frágil, sostenía con fuerza su café con la mano. Tenía el cabello largo y rizado, ojos obscuros y una pequeña boca muy seria. Quitó sus ojos de mí, para mirar alrededor en busca de un asiento, pero el único desocupado estaba a un lado de mí.
No dejé de observarla hasta que dejó caer su bolso a mi lado y finalmente se sentó.
Levantó su café frente a mí y dijo: -Olvidé decir gracias hace rato.
Tenía una voz áspera, inusual, y nada amistosa.
-No hay problema -respondí.
-¿No te sabes otra frase?
Fruncí el ceño, confundido.
-¿A qué te refieres?
-Dijiste lo mismo en la cafetería.
-Vaya, es verdad, lo siento.
Asintió con la cabeza y dejó de prestarme atención para mirar al frente.
Se veía tan seria que me daban ganas de sacarle una sonrisa.
A media clase, la miré de reojo. Movía frenéticamente el lápiz en la última hoja de su cuaderno, me acerqué con curiosidad, cuando vi un dibujo magnífico, una réplica del profesor Mejía. Me reí despacio y ella, con un manotazo, tapó su dibujo.
-Es muy bueno.
-No seas entrometido.
Levanté su pequeña y fría mano de la libreta para ver de nuevo, pero ella se safó de mi agarre y cerró el cuaderno, guardándolo en su mochila. Lo que solo me hizo reír más.
Deseé abrazarla muy fuerte hasta quitarle ese mal humor de niña chiquita.
-Tengo que saber tu nombre.
-¿Por qué?
-Creo que me agradas -dije, pero ella no pareció tomarlo muy bien, volteó a verme, casi ofendida.
-No es así, ni siquiera me conoces.
-Podría conocerte.
-Solo aléjate de mi.
Terminó la clase y todos se fueron, incluso ella.
Yo me quedé sentado un rato, pensando en qué historia escondía esa pequeña chica de ojos cafés.
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¿Cómo sanar un corazón si no está roto?
Novela JuvenilEl primer año en la Universidad no es el más difícil una vez que estás dentro. Los problemas vienen después: Conocer gente nueva, montones de tarea, muchas primera veces, sueños destruidos y corazones rotos. Eso, claro, para la gente común y corrien...