CAPÍTULO UNO

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-¡Corre Jason!

Mis pies hacen caso a la orden de mi hermano. Oigo crujir bajo mis botas las hojas secas y las ramas caídas de los árboles. Todo muy propio del otoño. Esos tipos nos han vuelto a encontrar. Creí que por fin los habíamos despistado cuando hace poco más de una semana mi hermano mató a dos de ellos, y despistamos al tercero escondiéndonos en una cueva. Pero en vano.

Llevamos cuatro días en éste bosque, a las afueras de mi ciudad. Creía que ya me lo conocía, pero ahora parece que salen raíces de la nada intentando hacerme la zancadilla y ramas de árbol que intentan retenerme contra mi voluntad para que me atrapen mis persecutores.

-¡Nos pisan los talones Jay, más rápido!- odio que me llamen así.

No aguanto su ritmo. Quizá porque tiene tres años más que yo y se ha pasado desde pequeño haciendo atletismo. O quizá porque además del atletismo, iba al gimnasio dos horas diarias, cuando yo el único deporte que hacía era ir de la cama al sofá y del sofá a la cama. Pero la cuestión es que no le alcanzo.

-No puedo... estoy... muy cansado...- la poca fuerza que me quedaba se me acaba de escapar al intentar pronunciar esa frase.

-¡Jay, ni se te ocurra parar!

Escucho a los cazadores cada vez más cerca, pero mi ritmo no hace más que aminorar. ¿De qué servía escapar de ellos una y otra vez si a fin de cuentas acabarían encontrándote? ¿De qué servía matar a dos si eran un ejército? Mi hermano también para al ver que me siento en el suelo abatido.

-¡Jason por el amor de Dios, nos matarán!

-Huye Damian, me da igual.

Mi hermano se da media vuelta, y sin ni siquiera despedirse de mí se larga. Me deja a la intemperie. Indefenso. Los cazadores llegan a mi altura. Todos son iguales: rubios de ojos púrpura brillantes. Vestidos con los trajes del gobierno de un blanco resplandeciente. Genéticamente clonados de un modelo base estándar que seguramente murió hace años.

El que primero me ve en el suelo se acerca y me levanta del brazo. Supongo que debería sentirse victorioso. Pero solo lo supongo. Los cazadores carecen de alma y cerebro. Y por tanto se mueven por impulsos electromagnéticos situados a modo de corazón en el interior de su falsa piel. Impulsos que alguien humano controla desde algún monitor con cientos de botones y lucecitas de mil colores distintos. Y aunque sé que puede que eso sea mentira, me sirve creerlo así.

Caminan siguiendo un ritmo determinado, al unísono. No se detienen, ni siquiera miran atrás para comprobar si mi hermano les ataca en un descuido. A decir verdad, no hay que ser medio robot para saberlo, yo tampoco me tomo la molestia de mirar aún siendo humano. Damian se ha ido y punto.

Al llegar al vehículo en la que habían venido me suelta. Paso de salir corriendo, me atraparían, y además de eso me darían una paliza. Los cazadores son ahora mismo la autoridad. No se llaman de ningún modo, no hay tantos nombres. Son una serie de números y letras sin sentido que determinan quienes son.

Hay diez grupos de cazadores en cada ciudad y cada uno de estos grupos lo constituyen seis cazadores. Los sesenta cazadores de cada ciudad se encargan de que esté limpia. Y no estoy hablando de la suciedad. Sino de la limpieza de los humanos conflictivos.

Un humano conflictivo es aquel que incumple una de las siete normas que ha impuesto el gobierno. No sabes cómo ni por qué, pero ellos se enteran, te encuentran y te castigan. Cada delito tiene un castigo. "La muerte se paga con muerte". No cabía la menor duda.

SUMISIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora