CAPÍTULO OCHO

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Cuando salgo del comedor veo a Alexa tumbada en su litera. Está leyendo otro libro diferente a los dos anteriores. Si no recuerdo mal creo que la he visto con dos libros distintos hoy. ¿Realmente le daba tiempo a acabárselos? Quiero acercarme a ella para preguntárselo pero no me atrevo.

Bueno, quizá no sólo para preguntárselo, si no porque también me resulta alguien extravagante y lo suficientemente extraña como para llamar mi atención.

Camino lento pero firme hacia su litera. Rápido se incorpora y se seca lo que parecen lágrimas derramadas de color azabache por la cara a causa del rímel. Me la quedo mirando un buen rato y ella me sostiene la mirada firmemente. Entonces me armo de valor de una vez por todas.

-¿Cómo estás?

-Lo mejor que se puede estar llevando nueve años entre cuatro paredes.- y me sorprende por completo que no me haya contestado una bordería. Por eso me quedo callado. -¿Y tú?

-¿Yo? Todo lo bien que se puede estar el primer día de confinamiento en un reformatorio con unos matones que te intentan hacer la vida imposible.

-Visto así.- dice volviendo a tumbarse en la litera.

-¿Te apetece ir al sofá para...?

-¿Charlar?- dice acabando mi pregunta, cosa que me trastorna bastante. –Oye, Jason. Que no esté siendo una borde contigo no quiere decir que vayamos a ser amigos. Así que no, no voy a ir al sofá a charlar. Lo siento.

Me dirijo al sofá yo sólo. En teoría Sam debería estar ahí pero me alegro de que haya pasado la prueba. Me siento y mi vista se queda mirando fijamente el horizonte perdiéndose así en la pared metálica perfectamente cuidada. Y pienso.

El GCU realmente quiere que la zona baja de las ciudades donde vive gente sin recursos y con condiciones de vida lamentables tenga una educación pobre. Nuestras escuelas e institutos no nos enseñan ni un cuarto de lo que enseñan en las de la zona rica. Pero les conviene.

Hemos podido observar a lo largo de la historia como los países con menos nivel de educación han sido aquellos que han resultado más fáciles de manipular. Un pueblo inculto es un pueblo manipulable y crédulo. Un pueblo sin educación es un pueblo sin recursos para oponerse a una dictadura o darse cuenta de que los gobernantes están robando dinero constantemente.

Nadie nos había enseñado jamás el reglamento. Tan sólo venían cazadores de vez en cuando a nuestra zona y castigaban a mis vecinos o conocidos sin saber por qué. Obviamente ahora lo sé. Dedicar una parte del dinero que gana el gobierno a las zonas bajas de cada ciudad es fastidioso. ¿Quién quiere gastar dinero en la educación de gente pobre que no servirá para nada en la sociedad? Por eso no nos enseñan el reglamento, para que lo incumplamos sin quererlo y así deshacerse de nosotros.

Mi abuelo me contó que en su época existía la clase media. La gente que vivía en estas condiciones no era ni muy rica ni muy pobre. Tenían dinero suficiente para no pasar hambre y poder vivir en un piso o una casa de más de cincuenta metros cuadrados sin llegar a final de mes en números rojos.

Me contó que incluso en ciertos días puntuales del año la familia se juntaba y se hacían buenos regalos bajo el pseudónimo de tres magos de oriente, un señor mayor que vestía de color carmesí o una bruja sabia que volaba en su escoba mágica. Pero mi abuelo en ocasiones deliraba.

-¿Está ocupado?- alzo la vista y veo a Alexa de pie frente al sofá. –Vengo a...

-¿Charlar?

-Sí. Vengo a charlar un rato.- y se sienta a mi lado en el sofá de tres plazas.

-Yo no creo que seas un monstruo.- me mira y le aparece un brillo en los ojos como si acabase de escuchar lo que llevaba nueve años esperando.

SUMISIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora