CAPÍTULO DOS

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Subir los escalones de algo que parece un edificio de torturas se me hace eterno, pero más aún si voy escoltado por seis cazadores con mirada perdida en el horizonte. Mis pies pesan como plomo. A cada escalón dentro de mi cabeza suena un gran retumbo.

El representante del GCU en Someplace está esperándome arriba. Su sonrisa me perfora la vista, la poca que conservo. Después de la paliza no he querido mirar mi reflejo, pero podría asegurar que carezco de un ojo.

-Bienvenido Jason. Esto es el Instituto del GCU en Someplace.

-Esto es una prisión preventiva para menores, custodiada por innumerables cazadores y supervisada por usted, no me intente hacer lo blanco negro, no soy estúpido.

-¿No lo eres?- dice risueño con su media docena de cazadores tras él con la mirada perdida.

-No.

-¿Por qué has incumplido entonces dos normas sabiendo cuál sería el castigo?

Me acerco a él dando pasos cortos hasta situarme a un palmo de su cara rolliza. Le observo el poblado bigote y el pelo lamido asquerosamente peinado en un cuidado tupé. Le miro los zapatos azabaches relucientes con puntas de acero inoxidable también tintadas de color negro. Sonrío y le digo:

-Porqué yo me paso las normas de su gobierno por los...

-Yo no lo haría.- me dice entre risas.

Entonces me doy cuenta de que lleva toda la razón, retrocedo y me sitúo justo donde estaba antes. Miro hacia arriba y me sorprende lo grande que es el sitio. Doce plantas de reformatorio se escampan hasta tocar casi el cielo justo enfrente de mi cara.

El edificio carece de cualquier abertura por la que pueda entrar una ráfaga de aire o luz. Es solo miles de ladrillos apilados uno encima de otro con cemento perfectamente alineados. Las puertas de la entrada son de acero inoxidable y son de altas como mi antigua casa.

El representante abre las puertas y entra con sus escoltas. Yo voy detrás de él con los míos. El recibidor es como me lo esperaba. Un pasillo de paredes metálicas y suelo de cemento con la única iluminación de unas tiras de LEDs cada cinco metros que dan impresión de hospital.

Una cámara en cada esquina del recibidor me informa de que estaré vigilado las veinticuatro horas del día hasta que cumpla los dieciocho. Y dos cazadores están detrás de una vitrina a la entrada a mano izquierda para tomarme los datos.

-Preséntese.- me dice uno de ellos. Lo hace con el mismo tono que el cazador que me ordeno que me presentase en el vehículo.

-Jason White Mellan, dieciséis años, nacido en Someplace, humano.

-Bienvenido al Reformatorio del GCU en Someplace. Estamos encantados de recibir un nuevo niño al que educar. Los métodos aquí son muy estrictos pero te aseguramos que si los cumples a rajatabla...- paso de escuchar lo que dice, es como ponerte una grabación con voz robótica que te taladra la cabeza.

Miro al representante del GCU, que parece estar atento a lo que el cazador de la vitrina me está explicando. Cuando me mira y ve que no estoy prestando atención le resulta bastante gracioso. Creo que se ríe de cómo me ha quedado la cara después de la paliza, pero no le digo nada.

-¿Me sigues enseñando éste sitio o tengo que escuchar al robot mucho rato más?

-Sigues incumpliendo la cuarta norma Jason, me sabe mal pero tendré que hacer mi trabajo.

-¿Te refieres a otro trabajo a parte de ponerte hasta el culo de comida y bebida y pasear acompañado por seis escoltas no?- pero parece ser que esto ya no le hace reír.

El representante da la orden y la docena de cazadores vuelven a darme una paliza. El de detrás de la vitrina sigue hablando mientras me golpean, creo que hasta que no acabe la grabación no puede parar. Se oye como las cámaras de vigilancia enfocan bien como me pegan. Me recuerdan a los típicos niños que se ponen a grabar las pelas de los demás en vídeo sin intervenir para pararle los pies al agresor.

Después de golpearme hasta cansarse, y es claramente una forma de hablar, porque éstos autómatas no se cansan, se separan y vuelven a sus posiciones iniciales dejando la vista fijada en el horizonte. El representante me observa con detenimiento y atención, se pone de cuclillas y me levanta la cabeza del suelo cogiéndome el flequillo.

-Dos palizas en un solo día Jason. No tendrás tanta suerte aquí dentro, te lo aseguro. Los cazadores aquí van armados y no te pasarán ni una. Cambia tu actitud inmediatamente si quieres sobrevivir dos años aquí.

Me estampa la cabeza contra el suelo y oigo como mi ceja se desgarra en una brecha que empieza a sangrar insaciablemente. Ordena que me levanten del suelo y así lo hacen. Después, como si nada, seguimos andando por el lúgubre reformatorio.

Llegamos al final del recibidor. Nos topamos con un ascensor de acero pulido y brillante. Uno de los cazadores pone su ojo cerca de una pantalla. A continuación un rayo de luz azul le recorre todo el ojo parándose centímetro a centímetro hasta comprobar que sí es realmente un Autómata de Protección Civil y Seguridad Nacional del GCU. La pantallita se pone en verde y el ascensor se abre.

Subimos solo ocho. El grupo de seis cazadores que me acompañaban a mí se van de nuevo a patrullar la ciudad. Las puertas del ascensor se cierran y el representante habla en voz alta sin dirigirse a nadie en especial.

-Planta primera.

Se hace el silencio unos segundos que me resultan eternos y el ascensor empieza a moverse a una velocidad que me remueve el estómago. Creo que me he puesto pálido, pero no se nota porque tengo la cara ensangrentada. El representante me mira y se ríe de mí como si fuese su bufón. Mi cara pálida pasa a estar roja de rabia en muy poco tiempo.

-Planta primera, dormitorio y sala de ocio.- dice el ascensor con una voz femenina.

Todos bajamos la primera planta y veo delante de mis narices una enorme sala muy parecida al recibidor en cuanto a paredes y suelo. Hay unas veinte literas y siete u ocho sofás roídos y viejos. Veo cartas por el suelo, un parchís debajo de una de las camas y muchos libros en una estantería que abarca la pared del fondo entera.

Los niños se quedan mirándome como lo que soy, un extraño. Las niñas empiezan a cuchichear entre ellas, cosa que me pone demasiado tenso. Y los más mayores se ríen, seguramente de la sangre.

-Tu nueva casa. Que ellos se ocupen de enseñarte cómo funciona todo esto Jason. Te vas a tener que acostumbrar a ello.

El representante se da la vuelta, se dirige al ascensor y un cazador acerca su ojo a éste. La máquina lo reconoce, se abre y se meten los siete dentro.

-¿No se queda Sr. Karz?- pregunta un joven africano de mi edad, aunque muchísimo más alto que yo. -¿No se atreve?

-No me relaciono con escoria, Adam.- le dice sin ni siquiera tomarse la molestia de mirarlo. -Planta baja.

Las puertas del ascensor se cierran igual de lentamente que se han cerrado antes y se escucha como baja a la misma velocidad. Solo pensarlo se me revuelve de nuevo el estómago, pero intento que no lo parezca. Y entonces se con certeza que será la última vez que vea al Sr. Karz.

SUMISIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora