CAPÍTULO CUATRO

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-No se me da muy bien éste juego, la verdad.- le digo mientras reparte.

-Es muy sencillo, aunque si quieres podemos jugar a otro.

-¿El parchís?

-Perfecto.- saca un tablero de parchís de debajo del sofá.

-Soy Jason.

-Samuel, pero llámame Sam.

-¿Tus amigos te llaman Sam?- pero creo que he hecho la pregunta equivocada.

El chico se enrojece y sus ojos se llenan de lágrimas. Con la manga de la holgada camiseta que lleva se las seca y sorbe con la nariz. Al parecer está más solo que yo incluso, con la diferencia de que él sí que parecía querer tener a alguien y yo no lo necesitaba para sobrevivir.

-Perdón por ponerme así, es que yo...

-No, perdóname a mí.

-Triste cosa es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos, porque quien enemigos no tenga, señal de que no tiene: ni talento que haga sombra, ni valor que le teman, ni honra que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa buena que le envidien.

-Baltasar Gracián.- y entonces le aparece un brillo en los ojos.

-¿Cómo lo has sabido?

-A mi padre le encantaba.- se seca las lágrimas y se acomoda en el sofá.

-¿Color?

-Azul.

-Yo verde entonces.

Empezamos a jugar lo que resulta la cosa más divertida de todo mi día. Dejo de pensar dónde estoy, por qué y quién me falta. Dejo de pensar, solo juego. Y lo que más me gusta es que Sam tampoco lo hace mal.

Desde bien pequeño siempre me ha entusiasmado la competencia. En realidad, la competencia es lo que me hacia estar vivo en las competiciones. Ganar no era mi objetivo nunca. Mi objetivo era superar al mejor, aunque eso significase ganar, obviamente. Pero nunca lo vi desde ese lado.

Después de estar unos veinte minutos jugando y haberle ganado ya dos partidas dejamos el juego un tanto apartado y empezamos a hablar. Era la tercera persona con la que intentaba mantener una conversación ahí dentro y la verdad es que era bastante mejor que hablar con Damian.

-¿Por qué estás aquí?- me pregunta.

-Incumplí la séptima. ¿Tú?

-La segunda por necesidad.- no robar, ¿y entonces por qué conservaba aún los brazos?

-Pero el hurto se castiga con...

-La amputación de las extremidades superiores. Lo sé.

-No lo entiendo.- entonces me mira como si yo fuese alguien con un coeficiente intelectual mucho menor al suyo.

-Somos menores.

-¿Y qué?- le pregunto.

En la zona baja de las ciudades los habitantes estamos totalmente incomunicados. No tenemos radio ni televisión. Estamos totalmente apartados de lo que se cuece en el mundo real y sólo salimos de casa para ir a la escuela o al instituto, porque tampoco optamos a estudiar una carrera. Así que no tengo idea de cómo funcionan las cosas ahora. Sólo sé que en mi ciudad manda el representante del GCU y que hay que obedecerle a él y a sus robots.

-¿No te sabes cómo funciona esto verdad?

-Sorpréndeme.

-Las pruebas que hacemos diariamente como rutina.

-¿Cómo la de abrir la bandeja?

-Entre otras.- me acaba de desconcertar. ¿Es que había más de esas pruebas? -Somos menores. Cualquier incumplimiento de las reglas que no sean la cuarta o la quinta...

-¿Por qué?

-Porqué esas se castigan con golpes, no hace falta un confinamiento en un sitio como éste.- me mira aún con ese aire de superioridad. –Como decía: Cualquier incumplimiento de las reglas que no sean la cuarta o la quinta, siendo menor de edad, se castigará con el confinamiento en un Reformatorio del GCU hasta cumplir la mayoría de edad, que será cuando cumplan condena.

Hoy es la primera vez que he leído el reglamento. Y no tenía ni la más remota idea de que los menores se libraban de la condena hasta cumplir la mayoría de edad. Me empiezo a dar cuenta de por qué normalmente los que viven en la zona rica no tienen problemas. Ellos sí están informados de todo y saben de sobra lo que pueden o no pueden hacer.

Por el contrario nosotros sin buscarlo somos arrestados por rubios de ojos fucsia brillante y no sabemos el motivo hasta que no nos ponen frente al tribunal y nos dicen cuál será nuestra condena. Aunque creo que lo hacen a propósito, contra menos gente viva en la zona baja, menos ayudas tiene que pagar el GCU. Lo tienen todo muy bien montado.

-Es decir, cuando cumplas dieciocho te quedarás sin brazos ¿no?- me doy cuenta de que he vuelto a meter la pata, porque Sam vuelve a mirar al suelo y sorberse la nariz.

-Sí, eso quiere decir. A no ser que pase las pruebas.

-¿Las pruebas?- pregunto perplejo. ¿A caso había un modo de no cumplir condena?

-Jason, ¿crees que lo de abrir la bandeja es sólo un juego? ¿Crees que las pruebas diarias son un juego?

-No sé de que tratan.

-Hay tres pruebas diarias. Una es la del alimento, que se repite en desayuno, comida y cena. Las otras dos las conocerás dentro de poco.

-Y nos sirven para...- digo con la intención de que él acabe la frase.

-Para tenernos preparados para la gran prueba final.- lo miro entre asustado y extrañado, una mezcla bastante extraña. –Cuando cumples la mayoría de edad haces la prueba final, nadie sabe de qué trata, pero muy pocos la superan. Y si lo consigues, puedes librarte de la condena.

-¿Sin cargos?

-Desde cero. Historial en blanco. Ciudadano nuevo.

-¿Qué ganan ellos con eso?

-Mucho. Como objetivo primordial es hacerle ver a la gente que no son tan malos como realmente aparentan dando la posibilidad de salvarse.

-¿Y ellos se lo creen?

-No les queda otra.- dice sacándose las redondas gafas y limpiándolas con el borde de la camiseta grisácea.

-Guay, entonces no hay que alarmarse, solo entrenar y pasar la prueba final.

-Ojalá fuese solo cuestión de eso Jason.

-¿A qué te refieres?- cada vez que habla me encojo un poco más en el respaldo del sofá.

-Sólo uno de tu edad pasa la prueba, los demás cumplen condena. Es decir, que tendrás que hacer la prueba contra Will, Alexa, Adam, Jane, Franklin... y muchos más.

-¿Y sólo puede salvarse uno?- Sam asiente con la cabeza. -Pues tendremos que cambiar las normas.


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