Capítulo 1

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—¡Te lo dije Katya, solo fue una noche, y eso estaba muy borracho, no sé si me pegaste gonorrea, SIDA o que se yo!—grito eufórico después de estar discutiendo por media hora y esto, ya era mucha paciencia para alguien como él.

—¡Eres un patán! Lo dices como si fuera una puta de la esquina—defendió con las cejas fruncidas y roja de rabia.

—¡Por qué lo eres pero de puente, *stoigottir!—exclamó subiéndose a su cámaro negro. Ignorando a la multitud de personas que se aglomeraron a su alrededor en el estacionamiento.

*Stoigottir: bruja.

Les presento a Alexander, un hombre rubio de ojos ámbar, serios problemas de auto-control, celos, empresario y jefe de la mafia por herencia "adoptiva".

Siguiendo con la narración. Arrancó su coche derrapando las llantas, dejando a una pelirroja parada diciéndole de todo sin ningún descaro, mientras este la ignoraba por completo.

Después de un día de trabajo y de aguantar a una perra neurótica, necesitaba algo, más bien a alguien en quien descargarse. Apretó la mandíbula. Por su mente pasó la idea de ir a un club nocturno, que por diversión, no era mala idea, mas algo llamó su atención en las calles de un vecindario muy peculiar: siempre vacío por las mañanas y tardes, mas lleno en la noche y madrugada.

La luz del atardecer golpeaba el cuerpo de un joven desconocido, desnudo desde sus brazos hasta los hombros para luego, mostrar por su camisa corta las marcadas clavículas. Deslizó su mirada, apreciando parte de su pecho que se asomaba sutilmente, un poco más arriba y podía embobarse en su cuello que le daba una amable invitación a mirar. Ojos carmín que te recordaban al color de la sangre, deleitando al rubio con ellos, arrancando de paso un suspiro de sus labios como colegiala enamorada.

Sus ojos ámbar bajaron un poco más, observando de sus hombros hasta el tafanario y recorrer con la mirada sus piernas bien marcadas en su pantalón negro. Quedando más que hipnotizado por su moldeado cuerpo que le hacía dudar de su género; no obstante, era un chico, uno muy hermoso. Lo sabía porque al llevar una camisa de manga corta se le veían sus músculos que no le quitaban ni un poco de su atractivo, al contrario, te hacía una invitación tentadora.

El cámaro freno justo al lado de aquel joven pelinegro, el cual dejó de mirar el atardecer para guiar sus ojos carmines al automóvil. Alex sintió sus vellos erizarse al toparse de lleno con ese extraño color carmín.

Bajo con lentitud el cristal polarizado para ensanchar una sonrisa torcida; ese pequeño era incluso más hermoso de lo que veía antes. Oscureció su mirada, mostrando una hilera de colmillos que el pelinegro no veía del todo debido a que el sol comenzaba a ocultarse.

—¿Puedo ayudarte en algo?—preguntó el joven con un rostro inexpresivo, suponiendo que deseaba una dirección o algo parecido.

Su voz era gruesa pero no tosca, estaba cargada de una calma que solo logró que el rubio lo mirara como estúpido. 

Alex tenía un problema que "superó" hace unos años, eso era su maldita personalidad de mierda: rey de los posesivos, sádico y bipolar con serios problemas de ira.

Entonces lo decidió, ese chico sería suyo, así tuviera que joder a medio universo.

Si, han adivinado, esta vez no sería diferente.

Seras mio—afirmo sin ninguna duda.

El de ojos carmines frunció las cejas tratando de descifrar si había escuchado mal. Iba a contestar pero al querer acercarse, el cámaro salió disparado, haciendo que el joven diera dos pasos atrás con una ceja levantada y alzando su dedo medio, en una grosería que al rubio le resultó adorable.

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