Varias mujeres estaban ayudando a las que entraban en celo, llevándolas a un cuarto para encerrarlas, y dejando que el cuarto insonorizado hiciera su trabajo. Las que no estaban en cinta, se vestían con ropa holgada y tenis, disponiéndose a comenzar una nueva vida; una que tendrían que tener por derecho desde su niñez.
Las grandes ojeras que tenían por los malos tratos, su miedo y caer en la locura por no tener a sus hijos, desaparecieron esta misma noche. Donde se sintieron protegidas en todo sentido por sus líderes. Incluso, el pelinegro había recorrido el bosque y sus alrededores, cazando a unas liebres para que pudieran comer como era debido al despertar.
— Anya, no sé atarme las agujetas, ¿me ayudas?— preguntó el niño sentándose en el sillón al lado de una mujer morena.
Esta sonrió asintiendo pero algo punzo su corazón. Ella no era, "Anya", era su madre. Un pensamiento que la atravesó para forzar una sonrisa y amarrar sus agujetas.
—Ella es tu madre, deja de llamarla por su nombre, pulga—afirmó un pelinegro entrando a la casa.
Todas se levantaron para arrodillarse, quitando su cabello con docilidad, mostrando su yugular. Claudy por fin pudo responder correctamente, tendiendo su mano a la más cercana. La joven embarazada de ocho meses, sonrió tomando su mano con cautela y siendo ayudaba a levantarse.
Anoche, Alex y Claudy, tuvieron una larga charla sobre las costumbres y la manera de responder este tipo de saludos que eran la representación del respeto. Aunque el pelinegro era bastante flojo, y jamás habría aprendido algo así, por esta vez, dejó pasar su flojera y accedió a recordar los detalles.
—¡No, mi mamá es un alfa!— gritó el niño parándose de un salto.
Anya lo miró con pánico. La Luna, era como una segunda madre para todos, tenía permitido el arrancarles la vida si lo deseaba. Aunque claro, el pelinegro ni siquiera pediría permiso para hacerlo.
Los ojos verdes del niño, chocaron con los canelas de Anya, esta le advertía pero él se negaba a decir otra cosa. Los pasos de Claudy, se hicieron sonar, haciendo crujir la vieja madera, sus ojos brillaron, dejando atontado al pequeño.
—Tu verdadera madre es Anya y quien dijo lo contrario, te miente. Recuerda bien cuando naciste, de quien viene ese podrido olor lobezno que emanas, ella es tu madre y podría dar mis dos brazos porque es cierto—dijo afable.
El pequeño cuerpo soltó un temblor para quedarse estático, sus ojos verdes se vaciaron para los vagos recuerdos casi inexistentes volver como un baño de agua caliente, dejando sus músculos relajados y recordar el calor de su verdadera madre. Claudy cerró sus ojos para volver en sus pasos, al instante el pequeño miró a su madre confundido.
—Mamá, ¿por qué estás asustada?
Los ojos canelas se aguaron para no articular palabra, algo en su vientre se aglomero y las espinas en su espalda, desaparecieron sin dejar rastro. Tuvo en toda su vida diez hijos y solo uno le llamaba así. Los otros nueve, ni siquiera estaban aquí, con este pensamiento sofocante, su mano morena agarró los hilos para atar sus agujetas cayendo lágrimas de sus ojos, bosquejando una sonrisa desgastada, pues era la omega mayor. En esta cabaña pocas sobreviven a la locura y el pesar de no tener a sus crías, por ende, el verla ahí en sus veinticinco años, era algo de admiración para todas. Incluso para los dos hombres que las cuidaran.
La acción de su Luna del cual ninguna sabía su procedencia, no era algo que odiara pero tampoco le gustaba. El pelinegro le había ordenado algo como si fuera la única verdad y aunque lo era, le daba miedo que hiciera algo malo en contra de los niños. Eran muy paranoicas cuando se trataba de sus hijos.
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RAPTAE
Science FictionLa historia de un joven de ojos carmín, y el ser más posesivo con el que se hubiera topado. Me pregunto a cuál de los dos hay que temer más. ¿A la víctima o al secuestrador? Supongo que hay preguntas que nunca tienen respuesta. Advertencia: chicoxc...