Capítulo 12

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La oscuridad lo tragó, la sensación de una interminable caída, le hizo abrir los ojos de golpe, levantándose súbitamente y, en el transcurso, pegándose de lleno contra la madera.

Extrañado, se quedó en su lugar sobando su frente.

Analizó su situación, percatándose de que estaba en un ataúd, cuatro metros bajo tierra y con sangre goteando por la madera, como si la tierra absorbiera sangre en lugar de agua. Hizo caso omiso a la sangre y miró sus manos en la oscuridad, dio una bocanada de aire, cerró su puño y soltó un golpe para la madera abrirse.

Las uñas se aferraban a la tierra húmeda que caía sobre él, tratando de nadar con rapidez en la tierra; la suficiente para no quedarse atorado y morir de asfixia.

Jamás se consideró un buen nadador, debido a la sensación de ardor en la nariz y sus pulmones rogando oxígeno; olvido por completo lo que era ser mortal. Un sentimiento de pánico lo llena, cuando la tierra no se va de sus manos, se vuelve interminable.

El pánico fue cambiado por una oleada de alivio, al sentir la brisa de la superficie.

Arrastró su cuerpo hacia adelante, dando una bocanada de aire cuando al fin había sacado medio cuerpo. Maldijo a Anna por enterrarlo tan profundo cuando no era necesario, lo que sugiere una venganza por parte de la pelinegra, ya que no le contó sobre los síntomas que tenía con el rubio.

Al ya poder calmar un poco su respiración, paseo sus ojos por la hierba pisada y las flores manchadas de carmín, guiándose hasta el primer cuerpo que chocó con sus ojos.

Su quijada casi toco el piso al mirar el campo abierto.

A su alrededor había miles de cuerpos desmembrados, bastantes vampiros, nahuales, gárgolas, lobos y de más bestias, de igual manera. No sabía que estaba pasando, pero sí sabía que este tipo de sacrificio no era para revivirlo o algo parecido.

—¿Qué mierda hiciste, cachorro?—susurro perplejo.

Emergió de la tierra con rapidez para recordar sus años de juventud, donde la guerra era el pan de cada día y su espada su mejor amiga. Pasó sus dedos por la sangre fresca y la lamió con asco para escupirla.

Los cuerpos marcan un camino hacia el bosque, donde apareció un hombre rubio, desnudo, desangrándose sin un límite, cayó de rodillas al pasto para estrellarse contra ella.

Claudy corrió al reconocer ese hermoso color que emanaba su aura.

—Cachorro, despierta. ¿Qué sucede?—preguntó vacilante.

Pasó sus dedos por su cabellera salpicada de sangre, evitando las ansiosas ganas de querer besarlo.

El pánico aumentó cuando noto su rostro agotado, necesitaba ayudarlo o matar a quien le había hecho esto. Antes de poder ir a buscar a quien se atrevió a tocar al rubio, se dio cuenta de la estrella de David en la que había sido sepultado, sonrió para arrastrarlo a ella.

La estrella contenía el aura de su maestra, la cual tenía la habilidad de crear hechizos sanadores más rápidos y efectivos que cualquier stoigottir. Cuando estaban ambos dentro de la estrella, observó con más cuidado sus heridas, estaba perdiendo mucha sangre.

—Estarás bien, cachorro—afirmó para besar sus labios, bebiendo su sangre.

Los ojos rojos brillaron y, de sus manos salió una luz morada pasándola por sus heridas, las cuales se cerraron con éxito, pero no lo suficiente para considerarlo sano, tampoco pudo hacerlo regenerar la sangre perdida, dándole la prueba que seguía siendo un mortal; uno con dones.

Un rugido y el grito de su maestra le provocó levantarse.

Entonces un cuerpo voló hasta el árbol cercano a él, miró con seriedad el cuerpo del castaño desnudo, el cual gruñó para intentar pararse haciendo caso omiso a la figura de Claudy.

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