Capítulo 11

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La oscuridad lo sumió en ruido blanco y susurros poco audibles, su cuerpo flotaba en el aire como si estuviera hundiéndose en un profundo océano, y él mismo sabía donde se encontraba.

—¿Quiénes son?—pregunto al silencio.

Los susurros se desvanecieron, apareciendo una puerta blanca delante de él; un suceso inusual, pues nunca había aparecido algo más que la oscuridad. Alzó su mano con cautela a punto de abrirla, le llamaba a gritos y sentía que lo que había detrás, sería algo hermoso.

—Está bien. Estoy aquí, amor—dijo una voz, mandando ecos en el silencio del limbo.

Sería imposible reconocer las palabras, casi eclipsadas por sollozos desgarradores, pero sus agudos oídos tenían la certeza de saber a quién pertenecía. Al momento, giró a mirar detrás suyo, percatándose de que solo había oscuridad.

—¿Cachorro?—preguntó, intentando moverse de su lugar.

<<La luz es a donde perteneces>> <<Vuelve, hijo>> <<Tendrás lo que más deseas>> <<Abre la puerta>> <<Entra>>

De forma dudosa volteo a la puerta, la tentación de entrar recorrió sus pies, llamándolo a gritos. Aun así, se quedó en su lugar, esperando algo que le dijera cuál sería su mejor opción.

La puerta se abrió de forma lenta, cegando sus ojos.

Esta cegadora luz fue reemplazada por una mujer de belleza sobrenatural. Parecía esculpida por manos santas, ojos verdes que parecían contener polvo de estrellas, enmarcados por las pestañas hechas de oro, los pequeños cabellos que contenían rayos de sol, flotaban con la brisa y en sus brazos, estaba un pequeño niño de cabello rubio. Situados a un metro de él se hallaba su esposa e hijo, sanos y salvos; libres de dolor.

Los susurros continuaron, las dudas parecían desvanecerse, mas por alguna razón no sentía que fuera realmente ella. La miro una y otra vez, intentando descifrar la incógnita y, mientras tanto, la mujer parecía una estatua viva.

Era tan hermosa la imagen frente a sus ojos que carecía de realidad.

La gravedad lo devolvió al frío piso para alzar la mirada, la puerta seguía abierta y esta vez, la mujer le tendía su mano con cariño, pero eso no bastó para convencerlo.

Claudy soltó una carcajada y solo negó sonriendo, como si ya hubiera encontrado la broma.

Una gran sonrisa se formó en mi rostro para caminar hacia él con lentitud, tomando su hombro desde la espalda.

—Oh, mi querido Catalin, veo que me recuerdas bien—dije en una risa.

Se quedó estático, volteando el rostro con lentitud para recorrer mis pies descalzos, hasta mi rostro; no podía creerse quien estaba delante de él.

—Ruxandra... Ruxandra—susurro con los ojos cristalinos.

Después de unos breves momentos donde cubría su boca sin poder creérselo, se lanzó hacia a mi, abrazándose a mis piernas con alivio. Pasé mi mano en sus lustrosos cabellos plateados, tomando sus brazos para alentarlo a erguirse.

Tal como lo recordaba era bastante alto, su rostro anguloso remarcaba más su belleza y las pecas le daban un toque de luz a su mirada escarlata; ese color solo significaba que aún teníamos tiempo.

—¿Qué haces aquí, Catalin?—recrimine cansada para golpear su pecho.

Me miró desconcertado, alce mis manos para limpiar sus lágrimas con las mangas de mi vestido blanco y sonreír.

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