¿Hola?

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-Ayer me dijo que hoy me llamaría, quiere que le guarde sitio. Ven a sentarte conmigo, ahí te lo presento- metió su celular en mi bolsillo.
-Ni loca, no voy a poder.
-Te hablas con todos, él no será la excepción.
-Ya te dije que no, no molestes.
-Si no te lo presento vas a seguir mirándolo, y nada más.
-No necesito hablarle, ya te dije que no me interesa.
-Y ya te dije que no te creo. En fin, tú te lo pierdes- se fue.

Había seminario, y tenías permiso para entrar tarde, siempre fuiste uno de los consentidos. Ya había sonado la campana, y algo en mi casaca vibraba, eras tú.

-¿Hola?
-Ya estoy yendo, ¿hay sitio para mí en el salón?
-Sí, sí.
-¿Ya entró el profe o todavía?
-No.
-Ya, chévere. Llego en diez minutos, ¿ya?, nos vemos- colgaste.

Voltié y Adriana me miraba, tenía una sonrisa de oreja a oreja. Sabía lo que había pasado, y sabía que en el fondo se lo agradecía.
Entraste al salón junto con el profesor y pasaste por mi lado para sentarte, olías tan bien.
Quería voltear a verte, pero me pude controlar. Pasé toda la clase mirando la pizarra, y tratando de pensar en otra cosa que no fuera la manera en que te quedaba ese polo blanco que traías.
Luego de dos horas tocó la campana de salida, fuiste de los primeros en salir. Adriana se me acercó.

-Has estado atenta- tenía una mirada divertida.
-Toma, se te olvidó en mi bolsillo- saqué su celular.
-Ni se dio cuenta que no era yo.
-A penas pude hablarle, ¿en qué estabas pensando?
-En que después de la llamada me amarías para toda la vida- se rió.
-Precisamente ahora quiero ahorcarte.
-No es para tanto, enana, al menos ya has hablado con él.
-Pero él no ha hablado conmigo.
-Porque no te dejas, te he dicho mil veces que te lo presento, y no te dejas.
-Te he dicho mil veces que no me jorobes.
-Entonces no te contaré lo que me dijo de ti- me miró sonriendo. Me quedé muda pensando minuciosamente en lo que debía decir, pero nada era lo suficientemente creíble.
-Ni me conoce, no sé qué estás hablando.
-No me dijiste que lo tenías en Facebook- otra mirada divertida.
-¿Sabes qué?, ya es tarde, vámonos rápido- sentí que todos los colores asomaban mi rostro. Cogí mi mochila y salí del salón.

En el camino Adriana y yo conversábamos de la clase, ella siempre tuvo problemas, tiene dislexia. Yo trataba de no pensar en lo que le habías dicho de mí, no quería preguntarle a Adriana porque sería material de burla, y eso jamás.



LB.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora