1. De cuyo nombre no quiero acordarme...

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¿Viste bien al sujeto de la portada? ¿Podrías decir de qué color era su corbata? Puedes echar otro vistazo si quieres, nadie se dará cuenta.

Vale, apenas iniciamos y ya intente timarte, es la costumbre.
En primer lugar, claro, porque el tipo no usa corbata, pero además, supongo que el tenerlo ahí, situado junto con el título de la novela, logró el efecto deseado, pero no: no es el protagonista de la historia y ni siquiera un personaje de la misma, sólo es lo que quería que pensaras.

Parte de mi trabajo es saber cómo va a reaccionar un cliente ante las palabras, imágenes o situaciones que le presente, ya que una estafa de calidad se logra únicamente cuando propicias el ambiente adecuado.

Vamos a ser claros: pocas veces en estas páginas voy a serte totalmente franco, pero aun así pondré mucho de cierto en mis palabras pues, incluso para engañar a alguien, hace falta decir algo de verdad.

Es como el ejercicio que hicimos al principio: te hice una pregunta capciosa sobre el hombre de la portada y por un momento dudaste de lo que habías visto. Si en cambio te hubiera mencionado a una chica, habrías notado la treta al instante, ¿me explico? El secreto de un buen engaño está en agregar una sutil dosis de verdad, igual a las novelas de misterio en que el asesino agrega una cucharada de miel a un té envenenado para disfrazar el sabor.

Pero basta de lecciones, vamos a la historia.

Bien, tenemos que situarnos en algún lugar, ¿cierto? Pues una vez escuché en la televisión sobre un lugar llamado Atlantic City donde la gente podía divertirse y apostar. Ese tipo de ambiente resulta bastante bueno para nuestro negocio pues, cuando una persona está feliz, ebria, o con una racha de buena suerte, siente que puede hacerlo todo. Por un momento se cree invencible, baja sus defensas, y entonces podemos trabajar. Otro lugar con esas características es Las Vegas, pero ahí la seguridad es mucho mayor, así que, en resumen, Atlantic City se escuchaba como el lugar perfecto para nuestro oficio, así que vamos a pretender que es ahí donde comienza este relato.

También debería presentarme antes de comenzar en serio con esto, aunque no se puede decir que tenga un nombre, o al menos no uno que importe. El hombre que me crió dice que los nombres son complicaciones innecesarias y, para que comprendas qué tan estricto es con esa regla, te diré que no tengo idea de cómo se llame ni de su relación conmigo, pero como hay que tener una historia de respaldo, sin embargo, le decimos a la gente que es mi tío. Llamémoslo tío Jacob.

Pues bien, el tío Jacob me enseñó que un profesional debe ser invisible en cada detalle, lucir apenas como un marco para la historia, un personaje intercambiable según lo que sea necesario crear para cada momento. De todas maneras, para fines prácticos me llaman así: Marco. Claro que tú y yo acordamos comenzar la historia en Atlantic City, así que sigamos esa lógica y hablemos un poco de inglés. Llámame Mark de vez en cuando, para darle más realismo.

De acuerdo, vayamos a lo importante. Pon atención porque voy a hablarte un poco de cómo iniciaron las cosas y lo haré con la mayor sinceridad posible:

Hace 13 años, el tío Jay caminaba por una pequeña sastrería —de cuyo nombre no podría acordarme aunque quisiera—, cuando encontró a un niño sentado en la banqueta, con unos enormes ojos húmedos y una expresión temerosa, algo sucio y sosteniendo entre sus manitas un enorme globo metálico color azul casi sin aire...

El ImitadorWhere stories live. Discover now