2. Pesca de tiburones

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—Oye, mocoso —habló de pronto el tosco hombre—, ¿qué haces sentado a mitad del camino?

El niño levantó la mirada con una expresión de tal pena, que Jacob se sintió extrañamente incómodo.

—De acuerdo —suspiró—, ¿qué te pasa? ¿Lloras por ese globo? No es para tanto, busca a tu mamá y que te compre otro, no es bueno que estés aquí solo.
—Yo no sé dónde está, ¿tú puedes ayudarme?
—Tus necesidades no son problema mío—respondió—, tengo mis propios asuntos.

El pequeño empezó a sollozar, atrayendo algunas miradas de curiosidad.

—Vaya, ¡lo que me faltaba! —Se quejó Jacob alzando la voz innecesariamente—. Por primera vez se me ocurre preocuparme por alguien más y resulta que es un estúpido niño llorón y perdido.

¿Escuchaste a ese pedazo de basura? ¡No se le habla así a un pequeño solitario!
Está de más decir que ese tierno e inocente niño soy yo, ¿cierto?
Pues ponte en mi lugar: estoy ahí con los ojos llenos de lágrimas y llega ese tipo medio calvo con cara de tejón a llamarme estúpido. ¡Eso está muy mal!
Además, yo ni siquiera estaba perdido.

—Yo no estoy perdido —le increpó el dulce querubín, resumen personificado de las bellezas de la creación.

¿Qué? ¡Yo era un niño muy bonito!
Está bien, está bien, trataré de ser más imparcial, aunque creo sinceramente que si voy a ser el narrador, debería sacarle mayor provecho...

—Niño, no tengo tiempo para que estés jugando conmigo—respondió el cara de tejón—. Si no estás perdido, lárgate con tu madre o te quito del paso a punta de patadas.

¿No es mi tío un derroche de ternura? —interrumpió el atractivo narrador.
Basta, esto se vuelve confuso hasta para mí, mejor presta atención a la historia, ¿quieres?

—Si no vas a jugar, ¿para qué tanta prisa? —preguntó el pequeño Mark. Luego añadió mientras se ponía de pie viendo hacia la sastrería: —Papá y mamá siempre tienen tiempo para jugar, por eso trabajan aquí en la casa.
—¿Tú vivías aquí? —preguntó Jacob, contemplando el mal estado de la construcción.
—Yo vivo aquí—aclaró el pequeño con expresión confundida—, pero mis papás no han venido en muchos días.

Jacob se quedó viendo la casa y luego al niño, preguntándose si los padres le habrían abandonado.

—¿Tú no tienes coche? —le cuestionó el niño sacándolo de sus pensamientos—. Papá hace ropa para hombres con autos muuuy grandes que le dan mucho dinero.
—No, yo... ¿Mucho dinero, dices?
—Sí, papá lo tiene escondido en un sillón de la sala —explicó—, pero no puedo entrar, no tengo la llave. Por eso no puedo comprar otro globo y es importante. Mamá me compró este y necesito otro igual para que no vea que lo rompí.
—¿En serio lo guarda en un sillón? —preguntó el hombre relamiéndose los labios—. Yo podría entrar, si quieres.

Vaya, un alma caritativa, ¿no?

—No, si tú entras te lo podrías robar. Creo que hay que hablarle a la policía.
—Óyeme, musaraña: ¡no debes pensar así de la gente que quiere ayudarte!
—Por eso hay que llamar a la policía, para que vean que no eres un ratero.
—¿Sabes qué? Tienes razón, yo los llamo para que comprueben todo —dijo, rodeando al niño con un brazo—. Tú mientras deberías ir por ese globo.
Sacó un par de billetes y se los dio al niño.
—Toma, compra todos los que quieras y luego vuelves para esperar juntos a la policía.
—¡Genial! ¡No tardo!
—Pequeño idiota —Se sonrió Jacob, que comenzó a abrir la puerta lo más rápido posible, en cuanto vio al niño alejarse.

En sólo unos segundos estaba dentro, buscando el interruptor de energía.
«Que se haga la luz y venga mi recompensa» —pensó cuando encendió por fin las luces.

Entonces vio que el lugar estaba en ruinas, sin mueble alguno y, según las muchas capas de polvo, abandonado desde hacía varios años.

Sí, acababa de timar al maldito, pero bien que lo merecía. Tenía apenas cuatro años y, sin embargo, pude diseñar y ejecutar un plan para quedarme con su dinero. Mas aún: logré que él mismo lo pusiera en mis manos. Venga, ¿no quieres saber dónde un niño aprende a hacer cosas así?

El ImitadorWhere stories live. Discover now