6. Amigo de un tejón

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Mark no terminaba de creer el error que había cometido. Con los ojos fijos en el globo desinflado que sujetaba en la mano izquierda, le extendió el dinero a Jacob.

—Tranquilo mocoso, puedes quedártelo.
—Pero perdí, me atrapaste.
—¿Para quién trabajas, niño? —Preguntó Jay sin hacer caso al comentario.

Mark no respondió nada, sino que apretó los billetes en su mano para luego ofrecérselos de nuevo al hombre, quien había vuelto a ponerse de pie.

—Vamos, es obvio que alguien te está enseñando, eres bueno —Hizo una mueca que podría haber sido una sonrisa—. Muy bueno para ser tan estúpido, quiero decir.
—No trabajo para nadie —mintió.

Es lo primero que aprendes en Los Invisibles, aún antes de los cuatro puntos.
Como en El Club de la pelea, es básico para la supervivencia del grupo que nadie jamás hable de su existencia.

Sí, estoy rompiendo muchas reglas hoy en día.

—Muy bien —replicó Jacob—, entonces dile a nadie que hizo un pésimo trabajo enseñándote a cambiar tu imagen.
—Eso me lo van a enseñar hasta que tenga siete.

Rayos.

—Sí hay un alguien, después de todo.
—¡No! Es que...
—Tranquilo, no quiero nombres, no me interesan esas cosas. ¿Dijiste que hasta los siete aprenden el cambio de imagen? ¿Qué edad se supone que tienes?

De pronto, Jay se percató de lo pequeño que parecía Mark en realidad.

—No te gusta dar información, eso me agrada. Adivinaré: tienes cinco.
—Sí.
—¿De pronto quieres hablar? Entonces debes estar mintiendo para que deje de hacer preguntas.

Al pequeño todo aquello le parecía divertidísimo, a pesar de que aún le preocupaba el no entender a ese sujeto.

—Si eres tan pequeño como pareces, deben tenerte trabajando esas malditas ratas sin techo.

La mano de Mark que sujetaba el globo se apretó en un puño hasta casi perder el color y es que, aunque la vida con esas personas era bastante dura y solían reprender con severidad cuando se fallaba en cumplir con la cuota —o peor, con el Manual—, era el único lugar al que ese niño pertenecía y los comentarios despectivos los tomaba muy en serio.

—Me atrapaste, yo perdí —repitió el niño con el ceño fruncido, poniéndose de pie y arrojando los billetes a los pies de Jacob.— El que gana se queda con el dinero.
—¿Estás loco? Eres un mocoso callejero y casi logras engañarme, yo diría que te lo ganaste.
—Cuando volvamos a jugar voy a ganarte, pero ya tengo que ir con mi familia.

Se dio media vuelta sin pensar muy bien a dónde iba, pero la mano de Jacob en su hombro lo detuvo y su voz lo hizo voltear.

—¿Y luego qué, musaraña? Vuelves sin la cuota. Además, me diste información y, por si fuera poco, ya te rastreé una vez por un par de billetes, ¿por qué no lo haría ahora que puedo encontrar la cueva de los cuarenta ladrones?

La mirada de Mark lo decía todo. Había roto tantas reglas del Manual que no sólo se había puesto en riesgo a él, sino a toda la comunidad y, aunque lograran encargarse de Jay sin perder nada, a él le tocaría un castigo peor que dormir en el piso o perder su ración de comida.
Lo había arruinado en grande y ahora este otro ladrón lo tenía acorralado.

—Sin llorar, pequeña rata —rió el hombre al ver cómo el miedo se filtraba por los ojos del niño—, te propongo un trato: vas a venir conmigo, tendrás comida, tu propia habitación y —levantó la manga del niño, revelando las marcas inconfundibles de una piel que ha sido golpeada muchas veces— te olvidarás de esto.

Mark era todo confusión por dentro y por fuera, sin saber qué decir ni qué hacer.

—Nada es gratis, ¿entiendes? —continuó hablando Jacob.— Trabajaremos todos los días y aprenderás muchas cosas más para que me hagas ganar dinero y, si tienes suerte, llegarás a ser tan bueno como para volver a jugar contra mí, aunque dudo que puedas ganarme.
—Cuando te gane —respondió el niño después de pensar un momento—, me voy a quedar con todo.
—Me parece justo, considerando que es imposible.

Jay le hizo una seña para que lo siguiera y comenzó a caminar. Mark se preguntó si un niño podría ser amigo de un tejón y sonrió burlón mientras trataba de seguirle el paso a Jacob.

—Casi pierdes contra un niño de cuatro años —se jactó—, cuando esté grande te voy a ganar bien rápido.

Jacob lo miro sobre su hombro y apresuró el paso, pues la lluvia les había alcanzado de pronto.

—Bueno —volvió a hablar el niño—, yo me llamo...
—Si alguna vez dices tu nombre o preguntas el mío, voy a meterte de cabeza en un triturador de basura.

Mark tuvo entonces bien claro que los tejones no eran tan amigables, después de todo.

El ImitadorWhere stories live. Discover now