7. Familia

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—Ten cuidado, el viento está demasiado fuerte —dijo Susy al despedirse de Mary Ann.
—No te preocupes, tengo el abrigo en... —hizo una pausa, claramente confundida— ¿Dónde rayos está mi abrigo?
—Amiga, William te trae verdaderamente loca —insinuó alzando una ceja con tono pícaro.

Al mismo tiempo, dos cuadras más al sur, en el pequeño parque frente al ayuntamiento, la niñera de los McKenzie se apresuraba a bajar a la bebé del pequeño columpio para volver a casa buscando refugio del alocado clima de febrero, cuando notó con fastidio que tendría que cargar a Lana todo el camino de regreso, ahora que algún idiota se había llevado la carriola.

—Por favor, Elisabeth —se quejaba frustrado el señor Campbell mientras llevaba de la mano a su hija—, tienes que recordar por favor. ¿Cómo se llamaba el tipo al que le prestaste la bufanda de mami?
—Te dije que trabaja en la escuela, papá, es un conserje nuevo, pero tenía cara de llamarse Pepe o algo así.

Justo cuando el padre de Eli rodaba los ojos con una sonrisa, resignado ante la irremediable falta de atención de su hija, una anciana mujer sufría un horrible ataque de tos en el pasillo del centro comercial al otro lado de la ciudad.

La desafortunada  viejecita no recibía gran ayuda, ya que despedía un aroma no muy fuerte pero notorio a orina que mantenía a las personas alejadas a distancia considerable. Quienes no habían podido evitar acercarse, fueron los pobres hombres que transportaban los sacos con dinero para volver a cargar la línea de cajeros automáticos, pues la sufrida mujer casi había caído sobre ellos junto con el bebé que cuidaba, el cual dormía tranquilo en su cochecito.

Tal vez te estarás preguntando ¿cómo es que el brillante y atractivo Mark sabe todo eso si no es posible que haya estado en todas partes a la vez?
Pues es simple: soy el narrador. Es cuestión de usar la imaginación y adornar un poco la verdad.
Bueno, ya sabes cómo es esto, sigue leyendo.

Esa noche, el noticiero daba una noticia sorprendente: frente a una docena de testigos, el dinero del ACBank había sido robado. La policía aseguraba que los ladrones habían aprovechado la confusión causada por una enferma abuelita.

—¿Una docena? Por favor, ¡eran casi veinte personas grabando video con sus celulares!
—¿Y qué importa, mocoso? Conseguiste el dinero, ¿no?
—Tuve que vestirme de anciana y embarrar un pañal en mi camisa para completar el personaje, así que claro que me importa —refunfuñó Mark—. Y no me digas mocoso, tengo dieciséis años y ya soy mejor que tú.

Los primeros tres años, el niño retaba a Jay en cada oportunidad —ya fuera tratando de robarle, denunciándolo a la policía o jugando damas españolas— pero en cada ocasión el tejón había terminado por ganarle y obligarlo a estudiar horas extra.

Con el paso del tiempo, después de todos esos años, cualquiera podría decir que eran familia de verdad. Mark había pulido sus habilidades en el cambio de imagen y con ayuda del tío Jacob había aprendido de las grandes estafas, sin embargo seguía gustando de los planes descabellados pues, a fin de cuentas, todo era un juego para él.

También había logrado obtener una copia del Manual de manos mismas de uno de los Invisibles, con quien había hecho amistad. Desde luego la amistad era algo diferente para él, pues sus pocas relaciones habían sido así, breves oportunidades para obtener una ganancia.

—Cierra la boca de una buena vez —gruñó Jacob con una sonrisa—, si no fuera por mí seguirías viviendo como rata de alcantarilla con "los Inútiles".

Aun mordiéndose los dientes, el chico de los ojos multicolor tenía que admitir que Jay tenía razón, pero no lo haría. En cambio, se preparó para dar una ingeniosa respuesta, pero fue interrumpido por el cara de tejón.

—Tenemos trabajo mañana, algo importante, vete a dormir.

Al día siguiente, la televisión transmitía una curiosidad: dos robos habían sido cometidos en menos de seis horas siguiendo el mismo método, el cual, ahora lo sabían, consistía en una mujer que fingía estar enferma y servía como distracción para robar dinero de las empresas de seguridad encargadas de resurtir los cajeros automáticos.

—Lo que resulta bastante curioso —decía el sujeto en la pantalla—, es que han sucedido en distintos estados, bastante alejados el uno del otro.

Mark estaba furioso, a punto de estrellar el monitor con un lanzamiento de control remoto. Alguien estaba copiando su treta e intentando llevarse el crédito por su trabajo. Sin embargo, lo que apareció a cuadro después lo dejó completamente congelado, pues alguien había pintado un mensaje de sólo dos palabras en el estacionamiento: El Imitador.

El ImitadorWhere stories live. Discover now