El peso de los Años

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10 Años más tarde:

Era hora del almuerzo y una turba de estudiantes hambrientos se abarrotaba en el comedor, haciendo una interminable fila para conseguir algo de comida. Edmond, como ésta vez fue de los primeros en llegar tomó dos bandejas: una para él y otra para su mejor amigo, por su parte Andrés le esperaba sentado con el resto del equipo de baloncesto, las porristas y todo aquel que fuera alguien cool y popular en su mesa, ubicada en el centro de la cafetería, donde nadie viajar de La Habana a Miami en bote era más fácil que sentarse allí sin invitación previa.

—Salvaste mi estómago, amigo. — agradeció el joven castaño recibiendo la bandeja.

—No es nada, bro. Un trato es un trato.

Andrés y Edmond habían hecho un acuerdo desde que se hicieron amigos: el que llegara primero a la cafetería, le llevaría el almuerzo al otro. Trato que se había vuelto una ley para este par.

De una de las mesas del fondo, una joven de ojos azules, vestido floreado y anteojos de descanso ocular sacó su sándwich de jamón de una bolsa de papel en silencio, Andrés la miró con nostalgia, queriendo invitarla a sentarse en su mesa; pero de pronto la fila para la comida fue conmovida por una chica de cabello semi-rojizo y chaqueta fucsia que entró desfilando con perfecta postura y el rostro en alto seguida por una chica de cabello rubio, su amiga Isabelle. Todos abrieron paso para Annette quien caminó con seguridad al inicio de la fila, tomó una bandeja llena con fruta, le dio las gracias a una de las cocineras y se retiró con Isabelle casi pisándole los talones.

Andrés no sabía exactamente cómo lograba hacer eso, pero mejor se guardó sus preguntas, rápidamente Edmond se cambió de silla, dejando libre la que estaba junto a Andrés.

—Hola, mi Amor — saludó la joven dándole a su chico un beso en la mejilla, dejando una huella de labial fucsia en su mejilla.

—Hola, Bebé— respondió el castaño guiñándole el ojo a su novia, pero acto seguido su vista se fue a su bandeja— ¿Enserio solo comerás eso?

—¿Qué? — replicó la joven algo fastidiada, ahí iban de nuevo— Un poco de yogurt y una manzana.

—Mi pulgar es más grande que ése yogurt.

La joven dio por terminada la conversación, ella tenía una dieta que cumplir si quería seguir siendo la capitana del equipo de porristas, Andrés por su parte, decidió no discutir con ella y mejor darle otra mordida a su hamburguesa. Isabelle trató desesperadamente de huir del incómodo momento.

—Hola Edmond — dijo en un tono de coqueteo muy vergonzoso.

Annette se limitó a rodar los ojos con decepción, hablaría con ella después.

—Hola, Isabelle— respondió el joven muy extrañado.

—Me encanta tu camisa— dijo mientras jugaba bruscamente con un mechón de su cabello— ¿Es nueva?

—Ahm... no.

Andrés al ver lo patético de la situación, decidió intervenir en favor de su amigo.

—Oye, ¿no tenías que ir a buscar ésa cosa en tu casillero?

—¿Eh? — replicó un Edmond muy confundido.

—¿No tenías que salir de aquí... para ir a tu casillero a buscar la cosa? — preguntó de nuevo en un tono enfático que la suspicaz Annette notó de inmediato, pero que no debatió con tal de no seguir en ése bochornoso ambiente.

—¡Oh! ¡Sí, sí! — su cerebro había procesado las confusas señales de su amigo y decidió devolverle el favor— ¿Me acompañas?

Esto último disgustó a la pseudo-pelirroja, no lo dejaría ir tan fácil, como si ella fuese un cero a la izquierda, no.

—¿Y qué cosa van a buscar? — preguntó arqueando la ceja

—Una cosa... es pesada— titubeó Andrés pensando en algo convincente, mientras Annette se llevaba un trozo de manzana a la boca — es muy pesada, es...

—Mancuerna— escupió Edmond sin haber pensado un contexto convincente.

—¿Tienes mancuernas en tu casillero? — cuestionó la chica.

—Sí, es que... es que... e-estoy— tartamudeó Edmond.

—Quiere comenzar a hacer ejercicio. — interrumpió rápidamente Andrés— Nos vemos luego, Bebé.

Andrés se levantó para irse y Edmond hizo lo mismo, pero un agarre sutil lo detuvo. Annette lo había tomado por el brazo antes de que se fuera, cuando notó que la chica de anteojos pasaba junto a la mesa.

—¿No te vas a despedir de mí, Amor? — pronunció con una sonrisa pícara, haciendo énfasis en ''Amor''.

Andrés depositó un delicado beso en la comisura de su labio y acarició su rostro con suavidad, al tiempo que un bullicioso: ''¡Awww!'', que hizo que el joven soltara una pequeña risilla.

Por su parte, la chica de ojos azules se apresuraba a salir de la cafetería, quería alejarse de aquel panorama, cuando chocó con un brazo musculoso cubierto por cuero, y, para su mala suerte, el golpe hizo que sus lentes se cayeran al suelo; pero cuando se disponía a recogerlos, el pie del mismo chico que la había chocado pateó sus lentes deslizándolos fuera de su vista.

—¡Ya déjame en paz, Marco! — vociferó la chica.

—Suerte encontrándolos antes que los aplasten, Muñeca— burló el chico guiñando un ojo y riendo de medio lado.

Andrés vio lo sucedido, muy disgustado, odiaba que molestaran así a la chica.

—No es gracioso, Di Trevi— Pronunció mientras el pillo pasaba por su lado.

—Te avisaré cuando me importe, Goncourt— Respondió sin dejar de caminar y mientras le robaba una manzana a un chico que salía de la fila.

Edmond le puso la mano en el hombro para recordarle que debía calmarse y no buscar problemas.

—Voy al salón de arte, ¿te veo luego?

—Está bien— dijo mientras buscaba con la mirada los lentes de la chica del vestido floreado.

Avanzó un par de pasos y los vio junto a un casillero, se apresuró a tomarlos antes de que fuesen pisados por alguien, luego caminó hacía la joven que yacía en el suelo buscándolos a gatas.

—Ahm...— se aclaró la garganta— ¿Mónica?

La muchacha se quedó tiesa por varios segundos, pero reconoció la voz al instante y sólo atinó a levantar la mirada.

—Encontré tus anteojos— continuó el joven con timidez.

—¡Oh! Ahm... ehm... — titubeó la fémina con cierto nerviosismo— gracias...

—Ven, te ayudo— ofreció el joven tendiéndole la mano con amabilidad— ¿Todo bien? — sólo recibió un asentimiento como respuesta. — Ahm... ten, no sabía que necesitaras lentes...— le resultaba triste no saber algo tan evidente de quién fue su amiga inseparable y compañera de juegos y travesuras.

—La verdad es que veo bien sin ellos— respondió ella con voz tímida y suave—, sólo los uso para refrescar la vista de vez en cuando. —Mónica también se sentía un poco incómoda de volver a hablarle a su amigo de la infancia, eso además de que estaba muy nerviosa.

Hubo un silencio incómodo, Andrés quería decir algo, pero no sabía qué, la chica que en algún momento conoció como a la palma de su mano, ahora le resultaba un completo misterio... después de todo, ella se había distanciado sin más explicación.

—T-tengo que irme...— el timbre de Mónica era tan bajo y dulce que era difícil escucharla.

—Sí, yo también... ahm, hablamos luego, Mónica— dijo con mucha nostalgia, pensando que ésa había sido su conversación más larga en 2 años.

—Adiós, Andrés.

MetamorfosisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora