Renata PARTE I

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Finalmente, me había echado de su casa y eso fue como un fuerte dolor en el estómago, el cual me dejaba sin aire. O más bien dicho, en el corazón. Después de toda esa discusión, acabé escuchando la puerta cerrarse detrás de mí. Acabé con las lágrimas que se escapaban hacia mis mejillas. Miraba cada árbol que iba marchitándose y cómo sus hojas los abandonaban. Se veía el tiempo tan triste como mi interior... tan marchito.

Tan marchitas como nuestro amor.

Encogida de hombros, daba pasos lentos para dirigirse hacia mi casa la cual no visitaba con mucha frecuencia ya que había decidido vivir con Michael. Me sentía triste, acabada, desprotegida mientras daba pesados suspiros. Quería caer al suelo porque sentía como si todo mi espíritu o toda mi fuerza hubiese abandonado mi cuerpo. Me sentía tan destruída.

Aún recordaba ese día tan especial para mí, tan repentino; ese día en el cual las flores revivían y se descubrían tan abiertamente por el amor de la llegada primaveral. Evoqué que en aquel recuerdo yo me encontraba sentada en una banca de la plaza y veía los árboles que estaban a los dos lados de la extensa calle habitada por gente que daban cautelosos paseos sobre esta. Veía cómo los altos árboles cobraban bellísimos colores como el rosa, el violeta, y más colores de la alegre estación del año. Algunas hojas caían débilmente sobre todo su inferior lugar.

Había mirado hacia abajo para colocarme de pie mientras mis manos sostenían un par de hojas que había traído ya que pronto tendría un examen. Por mala suerte, un viento tibio pasó como relámpago. Mis hojas enloquecieron como papeles dentro de un tornado, se separaron de mis brazos y cayeron a unos cuantos centímetros frente a mí. Corrí hacia ellas y me agaché. Una mano se posó sobre la mía cuando quise tomarlas. Inmediatamente subí la mirada y me encontré con unos ojos frágiles, dulces, tiernos, oscuros pero brillosos como el día que vivía. Yo quedé paralizada por esa mirada. Mi interior se había comenzado a desesperar y varias corrientes pasaban por mi columna. Todo brillaba más. Él sonrió y agachó su mirada para ayudarme.

—Gracias —musité, tímida al colocarnos de pie mientras me entregaba mis hojas.

—No fue nada. —Sonrió.

Iba a pasar por su lado para tomar rumbo hacia mi casa pero sentí que algo apretó mi brazo para detenerme, me dí vuelta y me encontré con ese mismo hombre.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó en un tono relajado y amable. Sonrió.

—Me llamo Renata.

—Que bello nombre. —Tomó mi mano y me estremecí—. ¿Sabes, Renata? —Yo le miré esperando una respuesta a esa pregunta—. Eres una bella chica.

Perdedor © | Michael JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora