CAPITULO 5

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Han pasado tres meses. 

He pasado dos meses llorando todas las noches. Estoy harta de que no me expliquen el motivo por el cual me secuestraron a mí.

La semana que viene es mi cumpleaños. Cumplo nueve.

Suena la alarma.

-Hora de despertarse- me digo. Tenía los ojos abiertos desde las siete.

En estos últimos meses he descubierto que la primera alarma suena a las ocho, la segunda a las nueve, la siguiente a las dos, la penúltima a las nueve y media y la última a las once.

Lo he averiguado gracias al reloj del olivo.

He notado que en esta semana Pilot está más nervioso.

Charles y Mateo desaparecieron anteayer.

Cojo ropa y voy al baño. Me ducho y me visto.

Espero a que suene la alarma.

Hace dos semanas me encontré un cubo viejo tirado por una de las aulas.

Con un cuchillo que robé de la cocina, le hice dos agujeros en la parte superior de las cuatro caras.

Cogí una sabana vieja que un vigilante tiró al pasillo. Le hice unos cortes pequeños en los laterales. Pasé dos de las cuatro puntas de la tela por los agujeros de una cara y luego los anudé. Las otras dos puntas, las anudé a la cara de enfrente a la que primero le había anudado la tela. Después, gracias a los cortes, pude anudar la tela de los laterales a las otras caras del cubo. Así fue cómo creé mi cesto de la ropa sucia.

Cada tres días lavo la ropa del cubo.

Otro avance que he hecho ha sido saber en qué día de la semana estoy.

Llegué un sábado, y si no me equivoco, me dieron de comer lentejas y ensalada. Cada siete días toca lo mismo.

Ayer fue miércoles y hoy es jueves. La semana que viene, martes es mi cumpleaños.

- Hola Cammy- me saluda Pol cuando salgo para ir a desayunar.

En estos días, Pol y yo nos hemos hecho amigos.

-Hola Polly Pocket- le contesto riendo. Antes del secuestro jugaba con esas muñecas. Me encantaban. Eran minúsculas. Mi favorita tenía el pelo castaño recogido en una cola, los ojos oscuros y llevaba puesto un vestido verde. Siempre perdía los zapatos.

-Así que el martes es tu cumple- dice mirándome fijamente.

-Supongo... ¿Y cómo lo sabes?- le pregunto.

-Lo sé todo, Cammy.

Se ríe. Entonces suena la alarma.

-Hora de desayunar- digo mirando al techo.

Camino junto a él hasta llegar a la puerta del comedor. Allí siempre nos separamos. Él está en la mesa de los importantes y yo sola.

La segunda vez que le vi le pregunté cuántos años tiene.

-Veintitrés- contestó.

No creo que haya ido a la universidad. Tampoco sé si en este trabajo le pagan mucho.

-¡No puede ser!- grito.

Un vigilante se acerca corriendo.

-¿Qué te pasa niña?

Tiene la voz grave y entrecortada. Su rostro es blanco y viejo. Sus cejas son pobladas y resalta su nariz grande y roja. Está lleno de arrugas. Encima de los pliegues que tiene en los pómulos, hay dos ojos enanos y oscuros.

-Na...nada... es que...que ha...hay cereales- la voz me tiembla. Estoy asustada. Mis manos empiezan a agitarse.

-No seas así de idiota.

Está enfadado, se le nota.

-Lo siento, ¿y quién eres tú?

-Anthony. Y cuando venga el jurado la semana que viene espero que no te comportes así. De verdad, ¿todas sois así de gilipollas?

-¡Oye!¡A mí no me hables así!

-Uy, que la niñita se cabrea. Lo siento ya te dejo.

Se va. Nadie me había llamado nunca gilipollas. Mamá me prohibía utilizar esos palabros.

Cojo tres boles de cereales. Uno de chocolate, otro de miel y otro de copos de avena.

Me encantan los cereales.

Al final de la barra veo yogures azucarados. Cojo tres.

Al llegar a la mesa remuevo el yogur con una cucharilla y luego vierto el líquido en el bol de cereales. Lo mezclo todo y me lo como despacio.

Los otros boles y yogures me los llevo a la habitación y los guardo en el armario. De madrugada tengo hambre.

La ocupanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora