Capítulo 13

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Dos meses estuvieron fuera los fugitivos. Durante aquel intervalo la señora sufrió y dominó lo más agudo de una fiebre cerebral, que fue cómo diagnosticaron su dolencia. Ninguna madre hubiera cuidado a su hijo con más devoción que Eduardo cuidó a su esposa. Día y noche estuvo a su lado, soportando cuantas molestias le producía. Kenneth no ignoraba que aquello que él salvaba de la tumba sólo serviría para aumentar los desvelos de Linton con un nuevo manantial de preocupaciones. Eduardo sacrificaba su salud y sus energías para conservar la vida de una piltrafa humana. No obstante, su gratitud y su alegría fueron inmensas cuando Catalina estuvo fuera de peligro. Horas enteras permanecia sentado a su lado, vigilando los progresos de su salud, y esperando en el fondo que su esposa recobrase también el equilibrio mental y tornase a ser lo que había sido.

La primera vez que ella salió de su habitación fue a principios de marzo. El señor, por la mañana, había puesto en su almohada un ramillete de flores de azafrán. Los ojos de Catalina las contemplaron con fijeza.

‑Son las primeras flores que brotan en las «Cumbres» ‑exclamó‑. Me recuerdan los vientos templados que funden los hielos, el cálido sol y las últimas nieves. Eduardo, ¿sopla el viento del sur? ¿Se ha fundido la nieve?

‑Aquí ya no hay nieve, querida ‑contestó su marido‑. Sólo se divisan dos manchas blancas en toda la extensión de los pantanos. El cielo está azul, las alondras cantan y los arroyos llevan mucha corriente. La primavera del año pasado, Catalina, yo temblaba de impaciencia de tenerte conmigo bajo este techo. Ahora, en cambio, quisiera verte en aquellas colinas. El aire es allí tan puro, que sin duda te curaría.

El señor me mandó que encendiera la chimenea del salón hacía tanto tiempo abandonado, y que colocara en él su sillón junto a la ventana. Catalina pasó un largo rato en esta habitación y se reanimó con el calor y con la vista de los objetos que le rodeaban, los cuales, aunque le eran familiares, diferían de los que veía a diario y que asociaba con sus delirios. No pudiendo al oscurecer convencerlade volver a su cuarto, al que se negó a ir de nuevo, le arreglé un lecho en el sofá, en tanto que disponíamos otro aposento. Este cuarto donde está ahora usted fue el que arreglamos. Poco después, Catalina ya estaba lo suficientemente aliviada para andar por la casa apoyándose en el brazo de Eduardo. Yo estaba persuadida de que se curaría. De ello dependería también que el señor encontrase un nuevo consuelo en sus tribulaciones, ya que todos es‑ perábamos el próximo nacimiento de un hijo.

Isabel, seis semanas después de su fuga, envio a su hermano una nota participándole su matrimonio con Heathcliff. Era una carta muy seca, pero llevaba una posdata a lápiz que dejaba entrever el remoto deseo de una reconciliación agregando que no había estado en su voluntad evitar lo sucedido, y que ahora ya no tenía remedio. Linton no contestó, según se me figura, y quince días después yo recibí una larga carta, increíble en una recién casada que debía estar aún en plena luna de miel. Voy a leérsela porque la conservo. Todo recuerdo de un difunto es precioso, si se le sigue estimando como cuando vivía.

«Querida Elena: Al llegar anoche a «Cumbres Borrascosas», me informo por primera vez de que Catalina ha estado y está todavía muy enferma. No creo oportuno escribirle. Me parece que mi hermano está muy disgustado conmigo, puesto que no me escribe. Como, no obstante, siento la necesidad de dirigirme a alguien, te escribo a ti.

»Dile a Eduardo que desearía, con todo mi corazón volverle a ver, que mi alma volvió a la «Granja de los Tordos» a las veinticuatro horas de haber salido de ella, y que en ella está en este momento. Dile que experimento el mayor afecto hacia él y hacia Catalina y que yo no puedo hacer lo que hace mi alma (estas palabras están subrayadas en la carta), aunque creo que tampoco nadie en esa casa tiene por qué esperarme. Pero que Eduardo no piense que es por olvido o por falta de cariño. Que se figure lo que le parezca más justo.

Cumbres BorrascosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora