Botas negras

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La hoja me miraba, yo la miraba, nos mirábamos. Ella estaría expectante? Realmente le interesaría saber que era lo que iba a escribir en su espacio?

La mañana había sido fría y gris, el servicio meteorológico anunciaba lluvias y tormentas que todavía no habían llegado. Mire por el ventanal como el viento azotaba sin piedad a un grupo de carpas que intentaban detener su paso, defender de su ira a un grupo de turistas que habían elegido una mala tarde para disfrutar de la arena, arena que ahora estaba amenazando con cubrirlos por completo.

Estar dentro del café tenía sus beneficios, el calor de la estufa, la música suave, y sobretodo... nada de remolinos de arena.

Volví a mi hoja y releí el último párrafo, en ese instante noté que mi personaje aun no tenía nombre, y que tampoco había resuelto que era exactamente lo que le estaba ocurriendo, mucho podía pensar en lo que iba a ocurrir. Escribía de a borbotones y luego nada, quedaba con la mente en blanco.

Me enojaba, estaba dependiendo de algo que no terminaba de entender, algún tipo de fuerza que jugaba con mi inspiración se divertía viéndome expectante, ansioso, por momentos hasta desilusionado, sin nada que hacer, salvo aguardar a que continuara con su lento dictado.

Poco a poco fui cayendo en la trama de la novela, poco a poco los personajes fueron apareciendo, pero todo seguía sin ser demasiado claro y me preguntaba a mí mismo hacia dónde iría la historia, Si quería conocer la respuesta no me quedaba más remedio que escribir.

El rechinar de la puerta del café al abrirse, me saco de la escritura, el tiempo parece correr cuando uno logra enfocarse en las cosas que conllevan toda nuestra atención.

Unas botas negras empapadas y un saco de cuero marrón no menos mojado, me indicaron que se había largado a llover, vaya uno a saber hacía cuanto tiempo, y yo pegado a la ventana ni lo había notado. El dolor de mi cuello contracturado me recordó que hacía más de dos horas que no levantaba la mirada del papel.

El saco de cuero continuaba en una capucha que me impedía ver el rostro de la mujer que había entrado y ahora se encontraba de espaldas a hablando con Augusto, el parecía conocerla, como a todos.

Estaba realmente empapada, y no era para menos, por la ventana apenas se distinguía la playa. Observe el difuso mar... las carpas no habían podido proteger a los turistas por mucho tiempo, supuse, y evidentemente no quedaba ya nadie en la playa.

Volví la mirada con curiosidad, quería conocer el rostro de la mujer que había entrado dejando una estela de pequeños charcos a su paso. La capucha y el saco colgaban de perchero, traía un pulóver verde que combinaba con su oscuro y ondulado cabello. Giró en redondo buscando un lugar donde sentarse y ver su rostro por un segundo fue suficiente para que me olvidara de respirar. Era hermosa.

Cuando desperté de mi obnubilación, pude notar que, debido al mal tiempo que mantenía a todo el mundo recluido en sus hogares, el café estaba vacío salvo por mí y aparentemente Augusto había apilado todas las sillas y corrido las mesas para limpiar el piso.

Ella observó lo mismo, pero pareció no importarle. Ante el ofrecimiento de Augusto de armar una mesa más, se negó y señaló directo a mi mesa. Levantando la voz lo suficiente como para asegurarse de que la escuche pero sin llegar a gritar y respondió que se sentaría junto a mí, siempre que a mí no me molestase. Me pareció notar que Augusto sonreía sutilmente, pero puede que solo fuera una mueca. Ambos se acercaron a mi mesa y Augusto me preguntó si me molestaría compartir mesa con la señorita.

-No es molestia, por favor...- Respondí atolondrado.

Las posibilidades de que en Julio, estando en la costa, en una tarde de tormenta, con un viento huracanado que no permitía a nadie salir de donde estuviera a resguardo, llegara empapada, y se sentara junto a mí una mujer, estando el café totalmente vacío; y no solo eso, sino que esta mujer fuera realmente hermosa...las posibilidades, repito, eran mínimas.

Un sueño entre la Tinta y el MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora