10- Páramos helados

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La luz blanquecina de aquél cielo despejado, teñía ese lugar inhóspito de un blanco intenso que se fortalecía debido a la gruesa e incesante capa de nieve que se extendía por una ancha llanura, perdiéndose en el lejano horizonte.

El viento volaba sin rumbo alguno, dando golpes de ira de vez en cuando, y luego retomaba el camino hacia ninguna parte. Los animales, insectos, vegetación, eran inexistentes o habían quedado sepultados bajo la nieve desde que terminó el verano.

Solo si se forzaba la vista, se podía observar al final de la extensa llanura unas pequeñas montañas que permanecían solitarias y silenciosas, y si uno se fijaba bien podía observar una débil hilera ascendente de humo gris que luchaba contra las fuertes ráfagas.

Aquél lobo curioso comenzó a oler esa extraña fragancia que desprendía el humo y avanzó cuidadosamente y muy sigiloso hacia aquellos picos solitarios. Su silueta apenas se apreciaba entre la inmensidad del blanco, pues su piel era más pálida que la propia nieve, y sin querer se camuflaba entre el paisaje.

Conforme iba acercándose distinguía cada vez más un fuerte e hipnótico olor a comida que se perdía dentro de su negro hocico, el lobo salivaba y se relamía mientras avanzaba por aquella ancha llanura blanca, estaba tan hambriento que no reparaba en su alrededor ni en los peligros que pudiera esconder la nieve, sus ojos marrones solo veían lo que tenían delante.

Así avanzó entonando un suave y tranquilo trote que fue in crescendo conforme se acercaba a la supuesta hoguera hasta tal punto que terminó galopando a la velocidad que lo haría un veloz Saddler de Kentucky con la diferencia de que él no era un caballo, ni tampoco era dorado.

Después de cabalgar durante minutos alcanzó aquella ladera de una de las montañas solitarias y seguídamente comenzó a mezclar diferentes fragancias, ya no solo estaba ese dulce olor a comida, había algo más ahora, era como si un intenso hedor agrio embozara el aire.

El viento dejó de soplar durante unos segundos y entonces pudo escuchar fuertes sonidos que venían de ahí arriba, gritos, gruñidos, nada bueno, inmediatamente el lobo aminoró la marcha y con mucho cuidado avanzó lentamente hasta llegar donde el quería.

Sus oscuros ojos pudieron ver un pequeño asentamiento y en medio de aquél decorado artificial una disputa abierta entre cuatro sucios y mal olientes humanos que se peleaban por la comida. El lobo se fijó en uno de ellos, al parecer intentaba retener a los otros tres empuñando una afilada navaja en su mano izquierda mientras los demás, pálidos y desarmados avanzaron hacia el sin repararse en aquél puñal, como si no les importase morir.

El animal aprovechó aquella situación, y mientras aquellos humanos seguían peleándose logró divisar una pequeña ardilla despellejada que se encontraba postrada a uno de los laterales de la hoguera.

Hábilmente se movió hasta la fogata y con una velocidad asombrosa agarró el pequeño animal con sus afilados dientes y se dio a la fuga lo más rápido que pudo.

¡ Vuelve aquí ladrón! Escuchó tras él.

El lobo ni se inmuto y siguió su marcha lo más rápido posible, lejos de allí.

Pero de la nada, mientras surcaba aquél mar blanco, escuchó un silbido que cortaba el aire y se hacía más fuerte a cada instante, varios segundos después, el animal notó como una enorme punzada se expandía por su espalda, soltó un gemido ahogado y al unísono se desplomó en la nieve, quedando inmóvil entre sollozos.

Medio minuto después unos pasos sobre la nieve se acercaron a él hasta detenerse a un metro de distancia, era aquél hombre de la navaja, le había alcanzado con una flecha y ahora volvía a recuperar lo que era suyo.

El extraño se arrodilló y miró al lobo detenidamente, tenía los ojos grises, la piel agrietada por el frío y el cabello rubio como el fuego. Sin decir una palabra agarró la ardilla que aún tenía el animal en sus fauces y luego sacó su navaja y la empuño con la intención de darle fin a la vida de aquél ladronzuelo. El lobo lo miró fijamente e instantáneamente comprendió lo que sucedería a continuación, dejó de sollozar y entrecerró los ojos dispuesto a morir.

Pasaron los segundos sin ocurrir nada y volvió a reinar el sonido del gélido viento que envolvía aquellas tierras. Entonces se dio cuenta de que aquél humano había guardado el cuchillo y se había quedado inmóvil mientras observaba la expresión de aquél animal moribundo, entonces se levantó.

No puedo hacerlo, no así. Dijo.

Nuevamente el hombre volvió a arrodillarse, pero esta vez agarró al lobo lo más cuidadosamente posible y lo cargó a hombros llevándolo de vuelta al asentamiento.

Quizá si consigo salvarte la vida podamos ser amigos después de todo.

Todo aquello, ese instante  se desvaneció como un viejo recuerdo y volví de nuevo la cruda realidad. Entonces me di cuenta de que no estaba en medio de una tundra helada sino sentado en la cama de un pequeño dormitorio de la zona segura de San Francisco. Miré hacia la ventana y entonces vi como caía un pequeño y tímido copo de nieve.

El invierno había llegado a la ciudad.












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⏰ Última actualización: Nov 22, 2016 ⏰

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