Réalité.

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4.RÉALITÉ.

No dolía, mientras dormía nada parecía doler, la realidad se esfumada y los recuerdos se apagaban. Habían pasado dos semana, quizá menos, o quizá más, había dejado de contar los días, de hecho, ya ni se daba cuenta cuando era de día o cuando era de noche. Se la pasaba en la misma posición hora tras hora, con su rostro hundido en la suave almohada y su cuerpo envuelto en el grueso edredón color rosa. No importaba cuanto tiempo durmiese, siempre tenía sueño, algo que le resultaba ventajoso pues estando inconsciente lograba olvidar, mientras que los pocos momentos en los que estaba despierto la desesperación le embargaba en cuestión de segundos, acumulándole las lágrimas tras los párpados, cerrándole la garganta por la impotencia y haciéndole devolver lo poco que su estómago contenía.

La puerta de la habitación se abrió con cuidado, aún así provocando un molesto chirrido, el cual no pareció molestar al castaño. Misa se mordió los labios para contener el jadeo que estuvo a punto de dejar escapar por la conmoción que le causaba ver en lo que se había convertido su cuarto de huéspedes. Dos maletas en medio con la ropa revuelta y algunas prendas tiradas por cualquier parte del suelo; el lugar sumido en una casi completa oscuridad, interrumpido solamente por los rayos del sol que se colaban cómo podían en algún espacio libre de la gruesa cortina oscura que Light había colocado sobre la ventana; el olor a encierro combinado con rancio le hizo llevarse una mano a su nariz y boca por lo fuerte que resultaba ser; el lugar se había caldeado y el viejo ventilador de techo que temblaba en cada movimiento hacia muy pobremente su trabajo de refrescar, aún así, el castaño estaba completamente cobijado, como si un gélido aire fuese el que recorriese la habitación; aunque lo peor, y por mucho, era la impotencia que le causaba verlo sumiéndose en su depresión. No dudó ni un segundo de recibirlo en su casa la noche en la que, entre gimoteos, Light le había llamado casi de manera suplicante, pero aparte de darle un lugar donde dormir, no tenia muy claro que más podía hacer.

Se sentó en la orilla con sumo cuidado, colocando la bandeja con comida que traía en manos sobre la mesita de noche, haciendo a un lado el plato que ella misma le había llevado para el desayuno, el cual, tampoco había probado.

Le removió algunos mechones que le cubrían el rostro, viendo cómo éste se había vuelto levemente más pálido, junto a un contorno hinchado y rojizo que le enmarcaba los ojos, a eso sumándole que había perdido peso, haciendo que sus mejillas se hundiesen un poco, dandole un aspecto bastante enfermizo que alarmaría a cualquiera.

—Light... despierta...— susurró mientras con una mano le sacudía suavemente, no queriendo perturbarlo.

Toda esta situación sumado a la poca ingesta de alimento tenían al castaño un poco irritable en las ocasiones que estaba despierto. Y no fue difícil para que los ojos del castaño se abriesen, pero luciendo apagados, sin rastros de la alegría que siempre le hacían lucir unos orbes miel tan brillantes.

—Te he traído un poco de sopa, debes comer algo— continuó acariciandole el cabello, desenredándolo con sus dedos, manteniendo su sonrisa nerviosa al verlo sin mover ni el más ínfimo músculo, ni siquiera la veía, su vista estaba fija en algún inexistente punto de la habitación, cosa que la ponía sumamente nerviosa al no saber qué hacer.

—No tengo hambre.

La debilidad en sus palabras era evidente, habían sonado forzadas o pastosas antes que los ojos se le volviesen a anegar en lágrimas como siempre sucedía. Misa limpió con ternura la primera que bajó deslizándose por su nariz, aunque le siguieron muchas otras, junto a los espasmódicos movimientos de sus hombros.

—Light, soy tu amiga y te entiendo, joder que si, pero no puedes lanzar toda tu vida y esfuerzos por la borda a causa de un amor fallido, por un hombre que no te supo valorar— se puso de pie, encaminándose hacia la ventana para remover la oscura cortina, haciendo que la habitación se llenara de una luz que para el castaño resultó ser casi cegadora, obligándolo a apretar los ojos antes de echarse la cobija sobre el rostro.

L'appel de la vieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora