8.RESTE AVEC MOI.
Un minuto más significaba uno menos para seguir encerrado en ese lugar, uno menos que lo separaba de poder escuchar su voz, uno menos para volver a ver los únicos orbes miel capaces de apaciguar la ansiedad que le embargaba las últimas semanas cada que las agujas del reloj se acercaban tortuosamente lentas a la hora que anunciaba su libertad.
Sus informes yacían apilados al lado izquierdo del escritorio. Ahora su quijada posaba desganada sobre una de sus manos, mientras sus profundos orbes se mantenían abiertos de par en par, casi sin parpadear, fijos en el reloj que colgaba en la pared frente a todos los cubículos, entretanto los dedos de su otra mano tamborileaban firmes sobre la madera. Un golpeteo al cual sus compañeros ya estaban acostumbrados luego de semanas, ya no parecía importarles, ni mucho menos incomodarles, todos sabían que ese repiquetear cesaría una vez la aguja grande del reloj se posase sin miedos apuntando al número doce, la señal que todos tomaban como el fin de la jornada laboral, aprovechando para estirarse un poco sobre sus asientos y desentumecerse antes de pensar en dejar sus puestos. Claro que todos esperaban con ansias que esa hora llegase, pero en Lawliet la emoción era más evidente, o al menos es lo que la mayoría había notado cada que lo veían dejar la oficina a grandes zancadas, agitando la mano a todos a manera de despedida, mientras una sonrisa jamás dejaba sus labios.
Y no era para menos, el júbilo que embargaba en su pecho quizá solo podía ser comparado con el de un niño que acaba de descubrir que su regalo de Navidad será la bicicleta que tanto quería. Un regocijo tan palpable que no era interrumpido o modificado ni cuando Matsuda le molestaba fingiéndose indignado porque habían días que el azabache no compartía las horas de almuerzo con él; en cambio se iba a un lugar alejado, pareciendo querer esconderse o no ser molestado por los demás.
Porque las ultimas ocho semanas Lawliet aprovechaba cualquier momento libre, por ínfimo que fuese, para llamarlo. Escuchar su voz, su risa, sus quejas y alegría le llenaban de tantas emociones que a veces no entendía como su pecho podía soportarlas todas sin colapsar en el intento.
Light le había explicado lo que el doctor le había dicho respecto al "estirón" pero jamás pensó que cada cambio, por mínimo que fuese, iba impactar tanto en él. En él quien ahora se imaginaba un futuro muy distinto al cual alguna vez quiso, un futuro donde ahora formaba parte una pequeña personita cuyo rostro desconocía.
Mentiría si dijese que el miedo no se hacía presente de vez en cuando, pero era más un miedo a lo desconocido que un rechazo en sí. Un miedo que a veces lo atacaba cuando regresando a casa debía meterse solo en su cama, ese colchón que se sentía igual de vacío desde que Light había partido.
Porque aún él se negaba a regresar, y Lawliet había prometido no presionarlo. La espera podría resultarle tortuosa sino fuese porque consideraba que, pese a todo, estaba atravesando uno de los momentos más felices de su vida.
Cada día, en lugar de regresar a casa luego del trabajo, desviaba un poco su camino para dirigirse a casa de Misa, donde pasaba al menos dos horas antes de partir.
En algunas tardes Misa se encontraba libre, tardes que aprovechaba para charlar un rato con ella. Pero en algunas otras ocasiones ella se encontraba ausente, ya fuese por el trabajo o la universidad, y aunque fuese alguien que le agradaba y con quién estaba eternamente agradecido, prefería cuando no estaba presente, poder disfrutar del tiempo a solas con Light era lo que más ansiaba día con día.
Y éste no sería la excepción. Con una mano intentaba ingresar la llave en la puerta del auto mientras con la otra manejaba su celular, marcando con su dedo pulgar aquel numero que de memoria ya sabia, solo para notificarle que pronto llegaría, como siempre lo hacía.
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L'appel de la vie
FanfictionEl amor no es para siempre. Los sueños se desvanecen. Su relación ya no es tan fuerte. ¿Lograran salvarla, o la separación es inminente? ----------------- LxLight