~ Ácidas grosellas ~

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GHILLIE DHU

"¡Ummm, tentadores frutos son estos! ¿Y si salgo y cojo uno? Nadie se enterará. Epona y el humano no se darán cuenta...".

Me debatí unos breves instantes más y finalmente fui sacando con sigilo los pies del árbol, despegando, al mismo tiempo, los brazos con delicadeza. Mi espalda parecía incapaz de poder separarse del tronco. Solo podría conseguirlo si salía haciendo algo de ruido, pero... no podía, ellos seguían allí, hablando.

No estaba haciendo nada malo; seguirles no iba contra las leyes del bosque. Sin embargo, sabía que la Diosa se enfadaría conmigo, mas, no tenía elección; lo estaba haciendo por su bien, por el de todos.

Esperé a que él se riese y ella le imitase para moverme. Parecía que aquel momento no iba a llegar nunca, sus semblantes de una seriedad, a primera vista, imperturbable, hicieron que reconsiderase el plan. Mientras tanto, mi estómago parecía hundirse bajo la imagen de aquel racimo de rojas y deliciosas grosellas que parecían mirarme con cierto resentimiento. Tragué saliva y sacudí la cabeza, intentando concentrarme en lo principal: Epona. Epona era por lo que estaba allí, sí; y no por esos pequeños y redondeados frutos.

-Solo siete millas más y habremos llegado. -continuó e intentó forzar una sonrisa.

Él la miraba de forma intensa, contrayendo la mandíbula. Parecía estar preocupado por algo. De pronto, el silencio incómodo que se formaba entre uno y otro murió cuando este tosió con fuerza. Ella abrió mucho los ojos y se acercó al chico. Volvió a toser, encogiéndose. Epona posó su mano con delicadeza en la parte baja de su espalda, y yo, aproveché entonces para salir de aquel haya e ir con discreción al arbusto del que pendía aquel manjar. ¡Uf, y qué a tiempo! Él ya se estaba empezando a incorporar.

-Estoy bien, estoy bien. Tranquila. -musitó y cerró con fuerza los ojos. Cuando los volvió abrir, ella ya había dejado caer lentamente su mano y la preocupación que antes denotaban sus verdes y almendrados ojos, en vez de volar lejos, se posó en sus carnosos labios, ahora tan finos, tan apretados uno contra el otro.

"De modo que... estaba en lo cierto" pensé "El viajero le importa". Rodé la mirada y me quedé inmóvil. Sin embargo, mi corazón latía desbocado y mi mente estaba siendo tomada por el pánico. Para tranquilizarme, cogí una grosella y me la metí a la boca.

-Tengo... Tengo que decirte una cosa. No podré entrar en el pueblo Sidhe. Nadie debe saber que estoy aquí, ¿entiendes? Nadie debe saber que he vuelto... -se le quebró la voz, pero solo débilmente, de la misma forma en la que los humanos apagan las velas de los candiles, del mismo modo en el que el viento arrastra las hojas.

-¿Qué has vuelto? -preguntó extrañado.

-Verás... Es una larga historia en la que el amor fue castigado. -aquello no pareció serle de mucha ayuda al mortal, que seguía sin entender. Epona soltó un suspiró.- Me enamoré de un mortal, Noll. Hace muchos años ya, pero fui desterrada de este bosque por ello.

Noll (que debía ser así cómo se llamaba...) entreabrió la boca, pero no supo qué decir. "Habla, habla pequeño humano. Ella espera que digas algo" bramé dentro de mi cabeza.

-¿Y... has vuelto sin permiso, entonces? -preguntó, creyendo comprender.

-En efecto. -ella sonrió. Una sonrisa triste; una de esas que te hielan el alma.

Me metí otra grosella a la boca e intenté concentrarme más en su sabor que en lo que decían. Mi torpe amago, sin embargo, resultó ser en vano.

-Lo siento. -dijo y ella enterneció su mirada y su expresión. El fruto rojo se me atragantó a mitad de la garganta; por suerte contuve la tos.

-No es tu culpa. -susurró dulcemente y volví a coger unos pocos frutos del racimo. Se inclinó y su cabello pelirrojo cayó como las hojas de los árboles que nos cubrían. Se acercó a Noll, quien estaba embriagado por la belleza de la diosa.

-Te quiero. -dijo, y mi corazón detuvo su agitada carrera. El tiempo pareció detenerse y quise gritar, chillar; pensar que todo era un terrible sueño.- Te quiero Noll. Creo que he vuelto a caer en el mismo error. -sonrió tímidamente.

-Lo siento... -repitió el viajero, casi de forma automática, como si no fuese él quien estuviese hablando. "Sí, sí Noll. Rómpela el corazón. Te aseguro que a largo plazo será lo mejor." proferían voces dentro de mí.- pero yo también te quiero.

Sentí desfallecer. Aquello no podía estar sucediendo, no ahora cuando ella por fin había vuelto. ¡Volvería a dejarnos, lo sabía! ¡Lo sabía! No podía permitir que aquello sucediese.

Miré otra vez a Epona, deseando que en el último momento le rechazase, ahora que había conseguido embaucarle, pero no fue así. Le alzó la barbilla y le dio un delicado beso.

¡Por los robles de antaño! Realmente sí que estaba enamorada. El jugo de la grosella estalló en mi boca; ácido, surcándola como agua de fuego, quemando mi lengua. Lo escupí rápidamente.

Lágrimas brotaron de mis ojos, compuestas en parte por impotencia, en parte por pena, y solo la punta de estas contenía apenas un atisbo de rabia.

No supe que pasó después entre ellos, no podía soportar aquella tortura, aquel sinsentido de amor que estaba condenándonos de forma lenta y silenciosa a todos nosotros, a cada criatura, a cada espíritu, a cada árbol; al sagrado bosque abandonado por la mano de los mismos que en su día lo veneraron: los egoístas dioses.

Ya no cabía la menor duda. No debía permitir que la única que de alguna forma se preocupaba desapareciese otra vez junto a un humano y tampoco iba a permitir otra injusticia de los dioses, quienes la habían enviado al exilio. Yo, sí, yo, Ghillie Dhu, iba a salvar a todos y sabía perfectamente a dónde ir, a quién ver y a dónde dirigirme; así que corrí, corrí y subí al pico de la montaña más alta, donde ya se escuchaban sus silbidos.

Lo siento Epona, lo siento Noll; no dejasteis otra opción.

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